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MANUEL ALCÁNTARA
Sábado, 1 de noviembre 2014, 01:06
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El animoso pueblo español, que somos todos, incluso los más pusilánimes, no sabe ya dónde poner los ojos. ¿Hay algo que funcione razonablemente bien? ¿O estamos todos estrábicos? Mi bien amado Quevedo dijo que no sabía dónde poner los ojos que no fuera imagen de la muerte. Han pasado algunos siglos y el oro aquel se ha convertido en calderilla. Nuestros problemas son de una ruindad abrumadora, agravada por la estadística. El PP teme un batacazo electoral, pero al mismo tiempo impide debatir sobre los escándalos que han provocado su presumible descalabro. No es que vea fantasmas en lontananza, sino que está oyendo el ruido de las cadenas. Los fantasmas hacen mucho ruido. Les crujen las sábanas y cuando vuelven de las imposibles tintorerías se convierten en sudarios.
La augurada debacle electoral exige frenar la corrupción, pero eso no puede hacerse sin eliminar corruptos y ahí batimos todas las plusmarcas. ¿Dónde poner los ojos sin encontrarnos con algún miserable que consiguió hacerse rico? El partido gobernante se niega a debatir en un pleno los escándalos de corrupción. Prefiere que no sepamos su número exacto, pero eso nos impide también distinguir a las personas decentes. Todos entran en el mismo saco, ya que el saqueo ha sido clamoroso. España, que siempre le ha dado miedo a la mitad de los españoles, unos contra otros, ahora nos está dando asco a todos.
Se suele decir que de las épocas malas siempre se sale, por mucho que duren. No es cierto. Millones de personas se quedan en ellas. Las puertas giratorias tienen acomodadores. Sin carné no puede accederse a ese viaje circular que nos deja en el mismo sitio si no sabemos bajarnos a tiempo. ¿Son de utilidad tantas idas y venidas, tantas vueltas y revueltas? Queremos gobernar a nuestros gobernantes. Tiene que haberlos mejores en alguna parte y confiamos en encontrarlos. La esperanza siempre representa un triunfo sobre la experiencia.
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