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Diego Urdiales abre la puerta grande de La Ribera tras una tarde para el recuerdo

Diego Urdiales abre la puerta grande de La Ribera tras una tarde para el recuerdo

El diestro de Arnedo cuaja una extraordinaria faena a un exigente toro de Jandilla, corta tres orejas y enloquece a una plaza que coreó su nombre al grito de ¡torero! ¡torero!

Pablo García Mancha

Lunes, 21 de septiembre 2015, 21:26

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Diego Urdiales dibujó ayer el toreo con mayúsculas; el toreo puro que hizo que el mismísmo Curro Romero, el mítico faraón de Camas, tomara un coche desde su Sevilla y se plantara en Logroño para sumarse a la maravillosa tarde que protagonizó el diestro de Arnedo de principio a fin, desde la faena al noble primero hasta la colosal lección con el exigente astado de Jandilla al que desorejó. Toreó y reventó Logroño. Los hermanos Urdiales pisaron la uva en el Espolón y Diego Urdiales, unas horas después, descorchó el mejor vino. Milagro en el toreo, pura ensoñación de una tauromaquia tan pura que hace daño, que escuece, que revienta el corazón. Vino grande para un torero de cante jondo, cante profundo para la mejor cosecha taurina de La Rioja.

La ficha

  • Logroño, 21 de septiembre de 2015. Tercera de la Feria de San Mateo. Toros de Las Ramblas (1º, 2º y 3º) y Jandilla (4º, 5º y 6º). Diego Urdiales, oreja y dos orejas; José María Manzanares, silencio en ambos; y José Garrido, oreja con petición y saludos tras aviso. Entrada Tres cuartos. Diego Urdiales fue obligado a saludar tras el paseíllo.

Se puede decir que Diego Urdiales toreó para Curro Romero en la distancia del alma y en las cercanías del corazón para Logroño, para esa plaza que tantas tardes había conquistado y en la que ayer sentó sus reales con la sencillez de la torería más profunda, más milimétrica, más sentida; pura cátedra, pura delicadeza para un toro que se llamaba 'Delicado', pero al que había que someter para que no se hiciera amo y señor de la escena. Fue un faenón por muchos matices y unas cuantas verdades: porque se plantó con él en el centro del ruedo y tras unos primeros tercios en los que había manifestado su violencia e, incluso su genio, no tuvo el más mínimo reparo en dejar la muleta allí, suelta y desmayada y poderle con los vuelos mismos, con el fleco. Se dice someter, pero con guante de seda, reunido en un baldosín, ahí donde el alma se queda aterida de miedo si a uno no le bombea el corazón sangre convertida en puro cobalto. Toreo del bueno para un toro exigente al máximo. Torear es poder, someter y finalmente, reducir la embestida para ralentizar cada muletazo, para que se consume esa magia indescriptible que hace de este espectáculo algo único. Y si Curro es el máximo sacerdote del rito, el Papa del toreo, da la sensación que ayer se alejó de su vaticano pontificio camero y designó al riojano como uno de sus maximos valedores.

El toro se venía con exigencia por el pitón derecho y parecía que iba a ser imposible el toreo al natural, puesto que por el pitón izquierdo se había vencido en el capote una y otra vez. Y ahí volvió a surgir el poderío del riojano, el terreno que pisó y esa colocación portentosa para aguantar, templar y despedir la embestida hacia los adentros. Faenón dos orejas y el delirio.

Jsé Garrido estuvo valentísimo en sus dos toros, se la jugó a carta cabal y logró una oreja merecida del tercero. En el sexto, un Jandilla de muy poca clase, se dio un arrimón soberano.

Manzanares estuvo en la plaza pero pasó absolutamente inadvertido, periférico y sin demasiados argumentos para casi nada. Una cosa fantasmagórica.

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