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LA OPINIÓN MARCELINO IZQUIERDO VOZMEDIANO
Lunes, 31 de octubre 2016, 00:25
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Es triste reconocerlo, pero desde la Guerra de la Independencia (1808-1814) Logroño ha perdido más del sesenta por ciento -siendo muy optimistas- de su patrimonio histórico artístico. Es verdad que durante estos doscientos años, además de la francesada, España ha sufrido cuatro guerras civiles y diferentes motines que han mermado las señas de identidad de la capital riojana, a lo que hay que unir incendios, desastres naturales y otros imprevistos. Sin embargo, los mayores enemigos del acervo arquitectónico y urbanístico de la ciudad han sido -y lo siguen siendo- la dejadez y la piqueta.
El historiador Antero Gómez ya vaticinaba en el libro 'Logroño y sus alrededores' (1857) lo que iba a suceder: «(...) dentro de poco se habrán venido abajo monumentos preciosos que hoy existen, como ha sucedido con la inmortal ciudad de Cantabria, la antiquísima Barea, el renombrado Puente Mantible y otros mudos testigos de épocas remotas». Décadas más tarde, Francisco Javier Gómez abundaba en la visión pesimista de su padre en el volumen 'Logroño histórico' (1893-95): «El tiempo nada respeta; hace desaparecer los pueblos, transforma las montañas (...) y si algo queda en pie en tan agitada revolución es sólo la historia, la inmutable historia, ante la cual no hay piquetas».
Ha visto Logroño desaparecer, a lo largo de estos dos siglos, pintorescas ermitas (Santa María de Munilla, San Gil...), notables iglesias (San Salvador y San Blas) y conventos (Valbuena, San Francisco, Carmelitas, San Agustín, Trinidad...), además del castillo y el puente de San Juan de Ortega, el Palacio de la Inquisición, las murallas medievales, la plaza de toros, cine y teatros singulares o abundantes edificios civiles y blasonadas casonas que salpicaban el Casco Antiguo. Sería imposible recapitular todas y cada de las señas de identidad logroñesas que han sido amputadas sin remilgo alguno.
Es verdad que durante los últimos cuarenta años la sensibilidad institucional y ciudadana sobre la historia y el patrimonio ha crecido en España de manera exponencial respecto a épocas pasadas, pero no es menos cierto que Logroño sigue conservando ese tufillo rancio en favor de derribar lo viejo y cambiarlo por lo nuevo.
Bueno sería que, de una vez por todas, las autoridades demostraran auténtica voluntad política y apostaran por mimar el acervo que, además de nuestro, es el que nos distingue de otros pueblos, de otras ciudades.
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