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Roberto G. Lastra
Viernes, 24 de junio 2016, 20:43
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Aburrimiento, desmotivación, fracaso y abandono escolar, desajustes emocionales severos, comportamientos disruptivos, baja autoestima, ansiedad, depresión, rechazo y exclusión por parte de los compañeros, acoso escolar... La línea roja que separa un regalo de una maldición es extremadamente delgada en el ámbito de las altas capacidades intelectuales, un don que la ausencia de un diagnóstico y la necesaria intervención posterior adecuada arrastran a sus beneficiarios, especialmente en la niñez, a un profundo pozo de infelicidad y sufrimiento.
«Lo que más nos preocupa es la cantidad ingente de altas capacidades que pasa desapercibida, hay estudios que demuestran que entre el 90 y el 95% de estas personas están sin diagnosticar o con diagnósticos erróneos», lamenta Amador Martínez-Bernal Fernández, presidente de ARNAC (Asociación Riojana de Niños de Altas Capacidades).
Una realidad que ha comenzado a cambiar en la región desde hace unos pocos años, una vez que la administración y la comunidad educativa empezaron a afrontar una problemática que afecta a un porcentaje de la población mucho más amplio de lo que se creía: las estadísticas estiman que el 2% de la ciudadanía sería superdotada (más de 130 de cociente intelectual) y casi el 15%, personas con altas capacidades intelectuales.
«Fruto de que se está abordando el asunto de una forma más sistemática y con mayor insistencia se van produciendo más diagnósticos, entre otras cosas porque hay unos protocolos más definidos y una mayor sensibilización, tanto en los centros y en los profesionales de los equipos de orientación como en las propias familias», defiende Alberto Galiana, director general de Educación.
De hecho, solo en el último lustro la cifra de alumnos riojanos diagnosticados se ha duplicado en la región, al pasar de los 118 del curso 2010-2011 a los 242 del actual 2015-2016, 167 de ellos niños y 75 niñas, una brecha que no se ha reducido porque «las chicas tienden a ocultar su capacidad para pasar desapercibidas e integrarse socialmente», según aclara Magdalena García Garrido, experta en Psicología Clínica y Educativa y colaboradora de ARNAC.
«Es una realidad y una problemática a la que hay que dar respuesta, sin duda, pero tiene que llevar un proceso gradual que requiere de sensibilización, de mucho trabajo y muchas pruebas y de concienciación; pero además, de formación por parte del profesorado», explica Galiana, quien admite que «el proceso es largo, pero se van abordando respuestas y ahora mismo tenemos, por ejemplo, el programa Explora, que ha tenido muy buena acogida y que supone un compromiso ya no de atender esta situación de manera puntual, sino de abordarla desde un punto de vista de política general educativa de la Consejería y que llegue a cada centro». En este sentido, el director general de Educación reconoce que «hay un importante componente extraescolar, pero no único, porque también se producen, por ejemplo, adaptaciones por ampliación de currículo. Al final, vamos hacia una educación personalizada».
Potencial de futuro
Y Galiana ratifica su compromiso: «Esto forma parte también de una evolución de la propia política de atención a la diversidad porque, desde luego, ésta tiene que consistir en atender a los niños que tienen problemas porque no llegan al nivel, pero también a aquellos que lo superan, ya que, en definitiva, estos niños de altas capacidades son un potencial de la sociedad riojana del futuro».
«Se está avanzando muchísimo y aquí en La Rioja se han hecho en los últimos cinco años al menos 600 pruebas de diagnóstico», coincide, por su parte, Amador Martínez-Bernal Fernández, quien alerta de que «hay muchísimo por hacer. Existen proyectos muy interesantes, pero se están haciendo en horario extraescolar y ojalá, poco a poco, se puedan ir introduciendo en las aulas, que es donde está el problema, ya que estos niños se aburren, se desmotivan y no quieren ir al colegio».
En opinión de ARNAC (www.arnac.org), la solución pasa por adaptar los currículos de los alumnos de altas capacidades, porque no soportan un sistema basado en las repeticiones y en la falta de creatividad. «En La Rioja tenemos un colegio que es el modelo ideal, el CEIP de Fuenmayor, un centro público que sí cuenta con un protocolo de actuación y que ha beneficiado a toda su comunidad educativa», asevera el presidente de la asociación, quien insiste en que «pese a los enormes esfuerzos que se están haciendo desde Educación, todavía carecemos de protocolos de identificación y actuación».
Con una horquilla de entre el 60 y el 70% de fracaso escolar y con casi la mitad del colectivo que opta por el abandono académico y no llega a la universidad, Martínez-Bernal aclara que la problemática se gesta «en la desmotivación y en que la edad mental difiere tanto de la cronológica que se produce un desajuste. El aburrimiento que les provoca estar en clase repitiendo conceptos les lleva, en algunos casos, a comportamientos disruptivos, que es su forma de pedir ayuda. Son niños que necesitan mucha apoyo emocional, ayuda que a veces, por miedo a que sean etiquetados, se les niega».
Un sufrimiento añadido
Un problema añadido, especialmente doloroso, es el del acoso escolar que muchos de estos niños distintos sufren en sus centros. «El acoso que vemos en nuestra asociación es enorme, no sé poner número ni porcentajes, pero es altísimo y tememos que lo pueden estar sufriendo más de la mitad, sin duda», denuncia el presidente de ARNAC.
Frente a todo ello, la asociación, nacida hace 11 años y que hoy cuenta con 700 socios y unas 250 familias, organiza cursos para padres y familiares para que aprendan a gestionar esa intensidad emocional y, además, talleres de inteligencia emocional y actividades para el fomento de la creatividad con los chavales, todo ello con psicólogos y expertos. «Estos niños necesitan una respuesta educativa, algo de lo que los orientadores escolares se van ocupando más, y también ayuda de tipo emocional para que se conozcan, superen miedos, ansiedad y a canalizar sus potencialidades. A nivel familiar, los padres necesitan unas pautas y una orientación para comprender a sus hijos y saberles motivar, que es clave», resume la psicóloga Magdalena García Garrido, quien remacha rotunda: «Es un don, pero puede hacer muchísimo daño y provocar sufrimiento a los niños y también a los padres, que no quieren un hijo con altas capacidades sino un hijo que sea feliz».
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