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LUIS SÁEZ ANGULO
Sábado, 6 de enero 2018, 23:43
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Mi veraneo 2017 en Cádiz fue reconfortante. Me alojé en el centro histórico de la trimilenaria ciudad y respiré ese optimismo vital que irradian sus habitantes. Uno de los aspectos que observé en este último viaje a la 'sirena del océano' fue la limpieza de sus calles y la conciencia ciudadana por disfrutarla y mostrarla a los visitantes. Es la capital con más paro registrado de España y está gobernada por Podemos. Dos circunstancias habitualmente discrepantes con el orden según mentes prejuiciosas como la mía. Pero encontré a Cádiz rejuvenecida, activa, alegre, orgullosamente europea y, por supuesto, limpia. 'El Kichi se ha tomado en serio esto y no permite que haya un papel o una colilla en el suelo de ninguna terraza', defendía con complicidad un camarero próximo a mi residencia. Sentí envidia comparando mis estivales paseos urbanos con olor a bahía con los de mi entrañable Logroño.
Hace muchas corporaciones que sostengo que Logroño es una ciudad sucia y confieso habitualmente que pertenezco a un minoritario diez por ciento que así lo cree, a tenor de la habitual discrepancia con mi elitista sensación que expresa la mayoría de mis conciudadanos. Cádiz me reafirmó en mi rebeldía contra el retraso urbano logroñés y en la creencia de que nuestra falta de rigor no es cuestión de colores políticos. Kichi ha puesto todo su empeño en sacar brillo a su tacita de plata. Y en Logroño la alternancia política no corrige nuestro cuestionable civismo y la oposición exhibe un conformismo idéntico al del equipo de Gobierno. ¡Qué chorra más da!
Resido en el casco antiguo, en mi opinión el mejor distrito de Logroño para vivir. Y soy testigo diario del buen hacer de los servicios de limpieza. El problema es que las calles de nuestra querida ciudad transpiran incivismo y dos horas después de combatirlo escoba en mano se tornan de nuevo en espacios predemocráticos, casi franquistas, obligados a acoger nuestros más variados desperdicios. Igual que ocurre con la doble fila, con la invasión del coche en las calles peatonales o con la circulación de bicicletas por las aceras, nadie está dispuesto a usar el arma de la sanción económica para combatir de una vez la ausencia de modales.
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