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José Luis, José María y Miguel Ángel, en la valla de la empresa en la que trabajaron durante décadas Miguel Herreros

El primer año sin Altadis

Los trabajadores evocan la actividad en la tabaquera en el primer aniversario del cierre | Entre la pena y la rabia, los empleados critican que se clausurase una industria señera que ocupó a familias enteras y que contaba con la más alta tecnología

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Lunes, 1 de enero 2018

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El cielo está plomizo y llueve a ratos. Como si la mañana quisiera sumarse a la tristeza que embarga a José Luis Mínguez, José María Piorno y Miguel Ángel González, tres extrabajadores de Altadis que accedieron a bajar a la planta de la extinta compañía tabaquera en el polígono de El Sequero en Agoncillo para la realización de este reportaje. Hoy se cumple el primer aniversario de su cierre, tras 126 años de historia en La Rioja y un 2016 muy complicado plagado de reuniones, movilizaciones y encierros del comité de empresa para presionar a la dirección de la industria a que revirtiese la clausura.

José Luis, José María y Miguel Ángel se prejubilaron hace más de una década, cuando la desaparición de Altadis de La Rioja no se concebía ni en los presagios más funestos. Y, pese a que llevan tiempo retirados, la pena les invade. José María se aferra a la valla que cerca unas instalaciones vacías. «Fijaos, sólo hay un coche en la entrada, cuando antes aquí paraban ocho autobuses llenos de trabajadores por cada turno», les comenta a sus compañeros con la voz rota. Se trata de la primera vez que regresa a la fábrica de Agoncillo desde que le aplicaron un ERE en el 2006. «Es una lástima ver esto así. Me cuesta volver porque me parece triste y me trae recuerdos de amistades», admite afligido. No en vano, «dediqué a Tabacalera (luego, Altadis) 30 años de mi vida».

José Luis le comprende y asiente. «Se te cae el alma al suelo», afirma. Y es que para quienes como él comenzaron a trabajar desde muy jóvenes (en su caso, 14 años) en la tabaquera que antaño alojó el antiguo convento de La Merced, esta empresa era mucho más que un trabajo. En Tabacalera ingresaron muchos hijos de empleados, la factoría de La Merced (hasta su traslado a El Sequero en 1978) proporcionó un sustento a familias enteras, en ese ambiente como de 'sentirse en casa' se fraguaron grandes amistades e incluso algunos, como le ocurrió a José Luis, encontró el amor. «Me casé con una cigarrera. Así que para mí ha sido lo más haber trabajado en Tabacalera», admite.

Un grupo de empleados de la antigua Tabacalera
Un grupo de empleados de la antigua Tabacalera L.R.

«Dan ganas de llorar porque aquí ha estado toda mi familia y pensábamos que esto iba a permanecer en La Rioja toda la vida», confiesa quien considera que el cierre de Altadis «ha supuesto un antes y un después para esta región».

«Le hacía un gran bien a La Rioja en el tema industrial», opina José Luis. Y es que repara en que en el último tiempo «han desaparecido un montón de grandes industrias. Ya no quedaba más que ésta y pocas más». En el momento en que se anunció el cese de Altadis, la planta contaba con 471 trabajadores y pertenecía a Imperial Tobacco. «Sabíamos que se trataba de una multinacional que tiene por objetivo la producción y el beneficio, pero esto era la 'joya' de La Rioja y nunca tenía que haber desaparecido de aquí», sostiene José María.

Maquinaria de vanguardia

«Supuso un gran 'shock' enterarnos de que la iban a cerrar cuando se trataba de una de las plantas con más alta tecnología en Europa para la fabricación de cigarrillos», resalta Miguel Ángel, nieto de uno de los primeros obreros que tuvo Tabacalera cuando inició su actividad en Logroño en 1890. Relata que ni en sus peores pesadillas hubiera imaginado la extinción de Altadis, máxime cuando tras su reubicación en las nuevas instalaciones de El Sequero destacaba por ser una empresa 'puntera'. «El cambio fue brutal. En la vieja fábrica disponíamos de una maquinaria obsoleta con la que lo más que llegamos a hacer fueron 150 cigarrillos al minuto, mientras que la nueva contaba con alta tecnología con la que alcanzamos los 16.500 al minuto», expone.

«El principio de este año resultó muy duro porque tuvimos que dar martillazos y destruir las máquinas que antes mimábamos», reconoce Daniel Varona, que obtuvo la prejubilación el pasado junio y ha sido uno de los 19 trabajadores que han permanecido durante el 2017 en la factoría, procediendo a su desmantelamiento, hasta que han alcanzado la edad de jubilación. A Varona le queda un sabor amargo. «La sensación de que se ha cometido una injusticia total porque la fábrica era productiva y rentable, sólo que alguien desde el extranjero decidió que había que cerrarla para ganar más dinero, pese a que aquí no perdían», critica quien se sabe que les han tratado «como números».

Tras el desmontaje efectuado durante este año, la imagen que transmite de la otrora señera Altadis es la de «una factoría vacía que podría equipararse a un piso sin amueblar, pero de 15.000 metros cuadrados». Y traslada el drama que acompaña a muchos de sus excompañeros reubicados en las plantas de la multinacional en Santander y Alemania: familias separadas, gente que ha tenido que iniciar a una cierta edad una nueva vida lejos y otros que «se han arrepentido, han pedido la cuenta y se han vuelto». Aunque queda ya poco por desmantelar, el desmontaje se pactó para dos años. En el 2018 todavía quedan 10 empleados pendientes de llegar a la edad de prejubilación. Son los últimos de Altadis.

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