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Justo Rodriguez
«Hoy han sido unos y mañana podemos ser otros»

«Hoy han sido unos y mañana podemos ser otros»

Memoria riojana del periodismo ·

Charo Cadarso, desde Calahorra, recuerda el asesinato de su padre en Basauri cuando iba a comprar el periódico

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Jueves, 10 de mayo 2018, 13:07

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Todas las mañanas el paseo matinal de Luis lo disfrutaba con su nieta: «Los recados, el pan, el periódico; y si se terciaba, la quiniela. El 14 de abril de 1981 le dije a mi padre que me la llevara al colegio en el que yo trabajaba de maestra porque íbamos a hacer una fiesta con los niños y sería estupendo que se familiarizara con la que iba a convertirse en su escuela en el siguiente curso. Así que sobre las diez y media de la mañana llegó con ella a la escuela, me dejó la niña, charló con mis compañeras, le ofertaron alguna pastita, aunque se negó a tomar nada porque era muy metódico con su alimentación. Nos despedimos hasta la hora de comer:'Chari –me dijo– nos vemos luego'. Y ya lo volví a ver... en el suelo», relata con angustia contenida la cerverana Charo Cadarso. Es hija del teniente coronel retirado de la Guardia Civil Luis Cadarso San Juan, asesinado por ETA en Basauri (Vizcaya) en una terrible jornada en la que la banda terrorista terminó con la vida de otras dos personas más: la del teniente de infantería jubilado Oswaldo José Rodríguez Fernández, en San Sebastián, y la de José María Latiegui Balmaseda, director de la empresa 'Moulinex', en Usúrbil (Guipúzcoa).

Media hora después de que Luis abandonara el colegio, Charo vio llegar un vecino del pueblo con la respiración agitada hasta la puerta de las escuelas: «Tenía una tienda debajo de casa y lo noté demudado. Me temí algo gordo no, gordísimo. De primeras me dijo que mi padre estaba herido; no me lo tragué. Hasta que me confesó que le habían tiroteado y que estaba muerto. Dejé a mi hija en el colegio y me fui a todo correr en el coche del vecino hasta el lugar del atentado. A mi padre lo habían matado a cincuenta metros de casa, en un punto estratégico del pueblo, al lado del quiosco de prensa, la iglesia y el cine, por donde pasaba constantemente un montón de gente».

«De primeras me dijo que mi padre estaba herido; no me lo tragué. Hasta que me confesó que le habían tiroteado y que estaba muerto»

Antes de comprar el periódico, Luis Cadarso había pasado por la peluquería para sellar sus quinielas: «Me contó el peluquero que le había informado de que había escuchado en la radio la noticia del asesinato en San Sebastián de un militar a primera hora de la mañana. 'Hoy han sido unos y mañana podemos ser otros', le contestó mi padre. ¿Quién le iba a decir a él que le aguardaba la pistola asesina apenas cinco minutos más tarde?».

El relato de los hechos es brutal y por momentos surrealista. Luis abandonó la peluquería con las quinielas en el bolsillo y embocó la calle Nagusia para llegar al quiosco de los periódicos. «Cuando se dio la vuelta, le pegaron seis tiros por la espalda y lo remataron en el suelo». El quiosquero, Juan Bautista Olgado, se convirtió en un testigo de excepción de los instantes preliminares: «Antes del asesinato vi cómo tres jóvenes intentaron robar un Mercedes negro que estaba aparcado prácticamente frente a mi establecimiento». El conductor se resistió, detalla Charo, ya que se supo después que, en vez de darles a los etarras las llaves del coche, les entregó las de su casa. No pudieron arrancar, sacaron al hombre del vehículo y le pegaron un tiro que no le llegó a dar de milagro, aunque le rozó el zapato. Los etarras dejaron el Mercedes cruzado en medio de la calle y pararon a otro coche, en este caso un Renault 6 de color blanco que lo llevaba un mecánico al taller y apenas tenía gasolina, por lo que tampoco les servía. Entonces, el quiosquero escuchó a la derecha de su puesto una serie de «detonaciones muy seguidas que sonaron como cohetes. Me quedé paralizado». Unos segundos después, detuvieron a la fuerza un tercer vehículo con el que por fin se dieron a la fuga. Charo rememora esos instantes pensando en la cantidad de personas que había por la calle: «Se apuraron tanto que llegaron a disparar al aire. Entre la gente que pasaba por allí había dos profesoras con cuarenta niños que salían del cine. Les daba igual. Si llega a ir mi hija con mi padre, como hacía todos los días, me quedo sin ella».

Y el cura dijo que no...

Con Luis muerto en el suelo, Charo Cadarso pensó en la extremaunción: «Era una persona muy religiosa y como estaba la iglesia al lado le pidieron en mi nombre al párroco que le diera los últimos sacramentos. Se negó y no vino. No hubo manera. Se acercó después donde mi padre, que permanecía en el suelo, y le volví a pedir que lo hiciera. Contestó que no, que era guardia civil y que no se la daba. Nadie puede imaginarse cómo me sentó la actitud de aquel sacerdote y lo que hubiera sido capaz de hacer con él. Ahora puede parecernos increíble, pero la suya era una reacción completamente habitual entre la mayoría del clero vasco aquellos años».

Charo tenía que seguir pensando a toda velocidad y se acordó de su madre: «Estaba a un paso de la casa. Cuando llegué alguien se lo había contado ya a mi madre a bocajarro, sin la más mínima anestesia. Ella había escuchado barullo en la calle y se había asomado a la ventana a ver qué sucedía». El trayecto de Charo desde el quiosco hasta el domicilio de sus padres resultó aterrador: «No se me olvidará cómo se reía la gente cuando yo pasaba llorando. Me agarró un amigo de mi hermano y me llevaron a casa con mi madre, que se quedó fatal, totalmente trastocada».

El cadáver de Luis Cadarso estuvo varias horas en el suelo hasta que llegó el juez y decretó su levantamiento. Lo llevaron al cementerio de San Miguel, donde se trasladó Charo con su marido para recoger las pertenencias personales, la cartera, el reloj, su anillo...: «Lo dejaron en un pasillo. Prefiero no entrar en detalles sobre cómo me lo encontré y nos entregaron sus cosas. De allí se lo llevaron al hospital para hacerle la autopsia. Fueron horas terribles, de verdad. El trato, la frialdad, la falta de empatía. Mis hermanos lo pasaron fatal. Para el pequeño el golpe que sintió fue terrible. Estaba acabando ingeniería y los exámenes los tuvo que hacer en el despacho del director porque era incapaz de entrar a un aula con más gente. Se fue a vivir con mi madre a Cervera y vino sólo a Bilbao para presentarse a las pruebas finales del curso. Nos cambió la vida a toda la familia».

«Lo dejaron en un pasillo. Prefiero no entrar en detalles sobre cómo me lo encontré y nos entregaron sus cosas»

El dolor de los nietos

Charo no vio a sus hijos hasta tres días después del atentado. «Les dijeron al bajarse del autobús escolar que habían matado a su abuelo a tiros; mi hijo estuvo ocho meses sin poder llorar. Se cerró totalmente al mundo; la pequeña cuando veía un avión lo señalaba con el dedito y decía que por allí iba el yayo».

La madre de Luis Cadarso vivía en Bilbao y estaba siempre escuchando la radio. Así se enteró de que habían matado a su hijo. «No es la muerte de una persona, es el dolor y la angustia que se genera en todo su entorno. Es inexplicable, es como una bomba de fragmentación que va rompiendo por todos los sitios. Mi madre sólo pudo aguantar viva dos años más y en enero de 1983 nos dejó».

La capilla ardiente se instaló en el cuartel bilbaíno de La Salve, en el que había servido muchos años. Y curiosamente, el general Aramburu Topete, director general de la Guardia Civil, no quería que fuera colocada allí porque el fallecido ya no estaba en activo: «Le llamé personalmente y le dije que sus compañeros no le iban a obedecer y que prefería que no viniera. Y no vino. La verdad es que en aquellos años ni las altas esferas estuvieron en su sitio; de ahí buena parte de nuestro desamparo vital», recuerda con impotencia y resignación.

Desde Bilbao fue trasladado a Cervera del Río Alhama, donde reposan sus restos mortales: «Era su casa. Aunque no había nacido allí, para él significaba mucho. Unos vecinos nos cedieron una bajera y pusimos la capilla ardiente. Pasó todo el pueblo, fue realmente increíble. Y es curioso, vino mucha gente de sus anteriores destinos, de Munilla, de Casalarreina... y hasta desde Pozoblanco pasaron a despedirle. Llegaron otros muchos del País Vasco, especialmente personas de Basauri que jamás hubieran ido en su pueblo a un funeral de un guardia civil por puro miedo. Nos sentimos muy arropados en aquellas jornadas y eso que por nuestras circunstancias nunca habíamos vivido en Cervera de forma estable; teníamos nuestra casa para el verano y nos trataron como a cualquier otro vecino. Cervera es y será siempre la casa de mi padre; comenzó a trabajar allí y allí está enterrado».

Charo no se resignó y mantuvo contacto con la investigación del atentado gracias a los compañeros de su padre que le iban relatando los avances de las indagaciones policiales: «Un día me enteré de algo que fue terrible para todos nosotros. Dos de los componentes del comando etarra que realizó las pesquisas y los seguimientos eran dos vecinos del sexto y mis padres vivían en el tercero. Anotaban todos sus horarios, cuándo salía a la calle, cuándo bajaba la basura o iba a buscar a su nieta. Eran los hijos de una familia extraordinaria y sus padres eran dos buenas personas de origen extremeño, de Cáceres. Cuando estos chavales eran más jóvenes fueron arrestados por repartir propaganda de ETA y los llevaron al cuartel donde estaba mi padre. Bajó la madre llorando a casa a ver si podía hacer algo por ellos. Pues bien, mi padre logró que los sacaran a la calle. Unos años después le pusieron la diana en la cabeza».

De Falange a Herri Batasuna

Y no termina ahí la historia de chivatos, mentiras y delaciones, ya que también se enteró de que el padre de una de sus alumnas del colegio en el que trabajaba fue detenido por colaborar con ETA tras haber realizado trabajos de control a distintos objetivos, entre los que figuraba Luis Cadarso. Y la pista se la dio la propia Charo a la policía: «El día antes del atentado fui con mi marido a comprar al supermercado. Me crucé con tres personas que llevaban los carros repletos de cosas. Se quedaron mirando y tanto mi marido como yo pudimos leer los labios de uno de ellos cuando pronunciaba 'es la hija'. Se fueron y entramos a comprar. No le dimos más importancia, pero después del asesinato comenzamos a relacionar cosas y se lo conté a un policía. Fue la Guardia Civil a buscarlos y no los encontraron. Habían huido. Dos meses después los detuvieron y pasaron ocho días en la cárcel. El padre de mi alumna fue uno de los detenidos y era hijo del jefe de la Falange de Basauri. Le había visto de chaval cantando el Cara al Sol debajo de mi casa. De la camisa con el yugo y las flechas pasó a militar en Herri Batasuna. Después del asesinato de mi padre llegó a ser teniente de alcalde de Basauri».

Y entonces llegó el éxodo: «Con todo lo que había pasado mi madre no podía volver a su casa, no se fiaba de nadie. No nos quedó más remedio que marcharnos del País Vasco. Mi marido y yo decidimos venir a La Rioja. Nos gustaba Calahorra porque la conocíamos de nuestros viajes a Cervera y comenzamos una nueva vida. Con enormes dificultades porque no teníamos mucho dinero. Yo tenía que trasladar mi plaza y mover una familia es realmente complicado».

Un detalle inolvidable para Charo es que fue a pedir trabajo en Calahorra a un antiguo amigo de su padre de Munilla: «Nunca quiso que se supiera, pero ahora que ha muerto lo puedo contar. No le pudo dar trabajo a mi marido, pero nos dio dinero para comprar un piso en Calahorra. Me dijo que mi padre le había ayudado después de la guerra cuando tuvo un problema muy serio que le imposibilitaba sacar adelante su negocio. Y que era de bien nacidos ser agradecido».

Los asesinos, las mariscadas y el delator de Luis

En el 2005, veinticuatro años después del asesinato de Luis Cadarso, fueron condenados por la Audiencia Nacional, como autores materiales, los miembros del Comando Vizcaya de ETA Sebastián Echániz Alcorta, Enrique Letona Viteri y José Antonio Borde Gaztelumendi a 28 años de reclusión mayor cada uno. Borde Gaztelumendi fue detenido en México en 2002, cuando era novio de Natividad Jáuregi Espina, la etarra que se hizo famosa por las fotos de sus fiestas gastronómicas en Facebook. El 19 de marzo de 1981 había disparado por la espalda al teniente coronel Ramón Romeo Rotaeche cuando salía de misa en la Basílica de Begoña en Bilbao. El delator de Luis fue Carmelo López Sagastizábal, detenido por la Guardia Civil y acusado de pasar información a la banda armada de varios objetivos para cometer diferentes atentados.

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