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Lunes, 19 de febrero 2018, 20:46
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«Llega un momento en el que coges la 'plata' [el papel albal] y te preguntas, ¿pero qué estoy haciendo?». Ese suele ser el punto de inflexión, el inicio del epílogo. Pero todo final necesita un principio. También la heroína. No es aceptar la primera calada. Ni la segunda. Ni consumir varios fines de semana. «El problema empieza cuando llega un día en el que eres tú el que va a comprar».
Hablan Diego y Raúl (ambos piden ocultar su verdadero nombre). Tienen 26 y 22 años, son de Logroño y han pasado de coincidir en alguno de los 'narcopisos' de La Rioja a hacerlo en la comunidad terapéutica de Proyecto Hombre. Llevan uno y tres meses alejados del 'caballo'. Los dos están convencidos de que esta vez ellos ganarán.
Los dos andaban en pañales cuando en España la heroína, entre sobredosis, adulteraciones, VIH y hepatitis C enterró a miles de jóvenes. No tienen un recuerdo propio de aquella época y lo que saben es de oídas. «Gente mayor con la que he consumido que vivió aquellos años», explica Diego. Eso sí, ambos reconocen que en su subconsciente algo les marcaba un límite. Su primera sensación era de «rechazo», pero acabaron enganchados.
También sus caminos fueron paralelos: porros, algunas rayas, pastillas, cocaína... y heroína. «Te produce mucha euforia. Consumía para celebrar, para olvidar, para no estar depresivo. Vale para todo», dice Diego. Lo de Raúl fue diferente: «La probé para bajar el colocón de otras sustancias. Tenía cierto rechazo hacia la heroína pero le vas quitando el miedo... hasta que vas a comprar tú».
Marcaron un límite, nunca recurrieron a la jeringuilla: «No he querido hacerlo para no morirme», confiesa Diego. «Es como algo, no sé, más sucio», como el último escalón de ese viaje al abismo. En todo caso los dos conocen a consumidores jóvenes que siempre recurren al pinchazo.
Conseguir heroína en La Rioja «no es complicado». Solo hace falta dinero. En ocasiones, ni eso. «Los camellos no son tontos. Te quieren tener ahí y prefieren que les dejes a deber a que no les compres». El objetivo, asumen ambos, es que te enganches. Son empresarios de la adicción, empresarios de la muerte. El ejemplo de Raúl es paradigmático.
«Saben jugar contigo. Cuando consumía esporádicamente y tenía miedo de estar enganchado me ofrecieron hacer unos recados por un dinero y eso se convirtió en rutina. Te tratan como a uno más de la familia. 'Tú lo que necesites, hijo. Aquí te puedes quedar, tienes comida, gasolina, algo de dinero...». Y heroína. «El problema es cuando de repente te dicen que no vuelvas más...».
Ese es el camino que recorre cada vez más gente. La ruta hacia los puntos de venta -«enseguida te abren la puerta. Se han profesionalizado. Ahora tienen hasta dispensadores de agua para los usuarios», dicen- cada vez es más concurrida. No hay un perfil concreto de cliente. Quien espere encontrar en un 'narcopiso' al prototipo de 'yonqui' está equivocado. «Gente joven, sí, entre 18 y 30 años. Gente normal: funcionarios, empresarios, de buena familia. Hay mucho prejuicio», dice Diego.
Con el tiempo, aquella primera y tímida calada se convierte en algo rutinario. «Cualquier excusa es buena para consumir», dice Raúl. Una obsesión irracional que te lleva a huir de Urgencias con la vía puesta en el brazo y vomitando sangre o a ir a 'saludar' al camello nada más finalizar un oneroso 'tratamiento de desintoxicación'.
«Puedes estar en la mejor playa del mundo con la persona que más quieres, te puede tocar la lotería... pero no eres feliz. Necesitas consumir», coinciden. No es una exageración: 'O vas a Proyecto Hombre o ingresas en prisión'. Ante esa disyuntiva hay quien elige el centro penitenciario para poder seguir consumiendo.
Pero llegó un momento en el que Diego y Raúl dijeron basta. «Estas destrozado física y psicológicamente. Tienes dolores extremos y buscas ayuda porque, sinceramente, prefieres la muerte».
El punto de inflexión de Raúl fue una entrevista con Óscar, un terapeuta de Proyecto Hombre, en la que acabaron llorando. El de Diego, criado en una familia sin especial vocación religiosa, una especie de revelación: «¿Qué hago yo aquí? ¿Dónde estoy? ¿Cómo soy y cómo era? Sentí que Dios me echaba una mano y me daba una segunda oportunidad».
Tras uno y tres meses en la comunidad terapéutica de Proyecto Hombre ven el futuro con esperanza. «Este tratamiento lo tendría que hacer cualquier persona, alguien sin adicciones, para que valore todo lo que tiene y olvide todas las pantomimas que le rodean», dice Diego.
Salir de la heroína no es ni sencillo ni imposible. «Cada día que pasa todo tiene más sentido. Hasta que no te ves en el pozo no das el paso, pero aquí es donde puedes salir del agujero», sostiene Raúl, al que completa Diego: «Me he enfrentado a la vida y me he dejado ayudar. Pensaba que podía con todo pero no es así, si no, no estaría aquí. Esto no es una condena. La verdadera condena es estar enganchado en la calle. Cuando tiras la plata y ya estás pensado qué harás mañana para consumir».
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