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Lunes, 19 de febrero 2018, 20:46
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Caballo, potro, jaco, reina, dama blanca... La lista de eufemismos es amplia. Una especie de barrera lingüística detrás de la que se parapeta la heroína, una sustancia que, temporalmente, en España se asocia con las décadas de los 80 y los 90 del siglo pasado y que es sinónimo de sobredosis, de delincuencia, de VIH, de hepatitis C... de muerte.
Aquella sustancia que llegaba, y sigue llegando, desde las inmensas plantaciones de Afganistán por la llamada ruta de los Balcanes (ahora también desde Holanda) puso en pie de guerra a todo un país. Aquella batalla se ganó y quien más quien menos podría pensar que a día de hoy la heroína sólo se mueve (y consume) en los círculos más marginales de la sociedad. Falso. O que sólo alguno de los supervivientes de aquel infierno continúa preparándose sus 'picos' para superar el mono. Falso. O que la 'memoria histórica' frena a quienes coquetean con las drogas. También falso.
La heroína sigue estando presente en La Rioja y en España. Organizaciones como ARAD y Proyecto Hombre aseguran que no han registrado un repunte espectacular del número de pacientes tratados, pero, en la calle, quienes consumen sí que señalan que cada vez es mayor el volumen de heroinómanos en la región que, en todo caso, aún está lejos de lo que sucedió en las dos últimas décadas del siglo XX.
Las operaciones policiales, por su parte, apuntan más hacia lo segundo. Este mes de febrero se desarticuló un 'súper' de la droga en el corazón de Logroño; el verano pasado se clausuró un 'narcopiso' en Calahorra hasta el que acudían consumidores de La Rioja y Navarra (cuatro años antes se cerró otro); en el 2013 se desarticuló una red que importaba heroína a gran escala desde Holanda...
Proyecto Hombre, explica su director en La Rioja, David García, atendió durante el 2017 a 10 usuarios cuya principal adicción era la heroína. En ARAD Rioja, su presidente, José Luis Rabadán, apunta que casi el 9% de los nuevos usuarios del año pasado consumía heroína y que dispensaron metadona a más de 200 personas.
«Durante cuatro o cinco años, hasta el 2011, a ARAD Rioja no llegó ningún usuario por heroína», apunta Rabadán, que más que de repunte prefiere hablar de reaparición de la sustancia. David García, por su parte, incide en que «en los programas de Proyecto Hombre los consumidores de heroína siguen siendo una minoría. El porcentaje de usuarios consumidores de opiáceos durante estos años ha oscilado entre el 6 y el 4%, aproximadamente. No se ha notado un incremento respecto de ejercicios anteriores».
David García / Proyecto Hombre
En todo caso, confirma que los datos globales sí que apuntan a un importante aumento de la oferta en el mercado de sustancias ilegales de la heroína -la 'cosecha' de opio en Afganistán batió todos los récords durante el año 2016-. Eso, unido a su abaratamiento, hace que sea «mucho más fácil que aumente el número de consumidores en estas circunstancias».
¿Cómo son esos consumidores? El perfil es doble. Por un lado está el consumidor 'histórico', el adulto de más de 40 años que comenzó en los años 90. «En este caso puede tratarse de una persona desestructurada, con una situación económica precaria y de un sector social marginal», puntualizan desde Proyecto Hombre.
Por otro lado, explican tanto Rabadán como García, está el nuevo consumidor. Es mayoritariamente hombre -también hay mujeres- y menor de 40 años con experiencia en otras sustancias, fracaso escolar y problemas de conducta disruptiva temprana que se agrava con el tiempo. Proceden de un entorno familiar en algunos casos desestructurados, pero otros cuentan con familias normalizadas.
La edad media de inicio en el consumo de heroína es de 22,6 años y han sustituido la jeringuilla por el papel albal; el pinchazo por la calada -también se esnifa-, algo que a priori, dice Rabadán, «tiene una mejor solución que la que había en los años 80, aunque su poder de adicción continúe siendo exactamente el mismo».
Esa es una de las claves que aporta David García a la hora de interpretar el porqué las nuevas generaciones se están fijando en la heroína. «Al no ser inyectada, disminuye la percepción de riesgo así como la alarma social que en los años 80 produjeron las enfermedades y la delincuencia asociadas al consumo de heroína», sostiene.
A eso hay que añadir otro elemento: su propia juventud -quienes ahora se inician nacieron en el último lustro del siglo pasado-: «Las novísimas generaciones no vivieron el drama que acontecía en los años 80 y 90 en la sociedad española: jóvenes con la vida truncada, familias destrozadas, delincuencia en las calles y un largo etcétera de consecuencias. Es más probable que se experimente con una sustancia cuando no has visto afectado tu barrio, tu entorno, por ella».
El argumento es compartido por ARAD: «El principal motivo es que no sufrieron aquella alarma social, aquel malestar en toda la sociedad. Era un problema muy evidente en las zonas viejas, con personas que se deterioraban físicamente mucho, que cometían delitos por sus adicciones. Eso no lo han vivido. Además siempre se asociaba a grupos marginales. No era cierto sino que quien consumía acababa en esos grupos marginales».
En todo caso, si a favor de estos nuevos adictos juega tanto la forma de consumo como el hecho de que, habitualmente, sean consciente antes del problema y busquen una salida, en contra lo hace la propia heroína. «El precio no ha subido absolutamente nada. Vale lo mismo ahora que hace 20 años y es a costa de la pureza. Entre el 94 y el 96% del producto que compran son sustancias de corte».
«También juegan en su contra sus ganas de «experimentar», dice García. «Se adquiere en los mismos lugares en los que se consiguen los psicoestimulantes [cocaína, anfetaminas] y la marihuana y allí ven a otras personas que la consumen, sus efectos y en muchos casos la utilizan para contrarrestar los de otras sustancias y poder relajarse. A esto podemos sumar la oferta por parte de los proveedores, que en algunos casos utilizan herramientas que más podríamos decir que son de marketing y venta profesional que de trapicheo».
Proyecto Hombre y ARAD nacieron de la mano de la heroína. «Entonces había poca información», recuerda Rabadán, que cree que además de «llegar tarde» no se hicieron bien las cosas. Ahora con más de treinta años de trabajo a las espaldas afrontan una realidad diferente pero teniendo presente una máxima: la heroína nunca se ha ido.
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