Borrar
'Duelo a garrotazos', cuadro titulado también 'La riña', obra de Goya perteneciente a la serie de pinturas negras que se exhibe en el Museo del Prado.
El arte del disimulo

El arte del disimulo

«Llegar juntos es el principio. Mantenerse juntos es el progreso. Trabajar juntos es el éxito» henry ford

JORGE ALACID

Domingo, 1 de octubre 2017, 00:17

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Todo congreso de un partido político puede cerrarse en falso si durante el mismo, en lugar de procurar una discusión genuina y enriquecedora, sus asistentes se limitan, como suelen, a abrazarse, sonreír y aplaudir naderías. Tal era la advertencia contenida en las reflexiones que miembros de la delegación del PP riojana que asistieron en Madrid a la entronización de Mariano Rajoy compartían por la Caja Mágica cuando aún atronaban las ovaciones. La unanimidad a la búlgara ocultaba la sima que se abría bajo los pies de las organizaciones territoriales, donde, a diferencia de lo ocurrido a nivel nacional, ya se evidenciaban los primeros síntomas de la palabra maldita: la palabra crisis. Si incluso cuando no se enfrentaban dos candidaturas ya cundía el temor a que el congreso recién clausurado no hubiera aprovechado para refrescar el debate interno, perfeccionar la organización y oxigenar el discurso, todo partido acabará toquiteando el botón del pánico cuando sí se opongan dos listas y una de ellas supere a la otra por una ajustada distancia en votos. Cuando por el camino se pierda no sólo la unidad debida, sino incluso el respeto entre rivales. Y surgen otras derivadas: que cada hito en el itinerario que sigue a ese congreso regional sirva para que el partido se vaya desangrando. Que se someta a un desgaste permanente y feroz, con previsibles consecuencias electorales. Es el caso del PP riojano, vapuleados sus afiliados durante el verano por las convulsiones propias de una organización dividida, cuyo principal activo en estos días es la generalizada destreza de dirigentes y militantes en el arte del disimulo.

1. Los genoveses. Cada elección a junta local donde concurría más de un candidato ha acabado en Génova. Los derrotados, miembros del sector vencido en Riojafórum, han llevado su queja hasta allí porque su partido carece a nivel regional de una comisión de garantías. Lectura derivada: sólo cuando hay candidato único deja de intervenir Madrid. De telón de fondo, denuncias mutuas de juego sucio, incluyendo el (velado) acoso contra los desafectos.

2. Los derrotados. Los tres municipios donde el PP se ha visto sometido a mayores desgarros tienen cierto denominador común: así en Haro como en Santo Domingo y Lardero ganó las municipales del 2015 por minoría. En los dos primeros casos, acabó en la oposición; en el tercero, gobierna gracias a que el PR acudió en su rescate, fenómeno insólito en el resto de municipios. En el caso calceatense se bordea el vodevil: hasta sus más fieles seguidores opinan que el edil calceatense crítico con su partido debería dejar su acta en el Ayuntamiento. Sonarían más creíbles sus lamentos hacia el caciquismo que, según sus quejas, domina al PP.

3.- Los calahorranos. Las (soterradas) divergencias entre la dirección regional y la junta de Calahorra prometían emociones fuertes en las elecciones locales. No hubo tal. El aparato no presentó (¿No quiso? ¿No pudo?) una alternativa a Luis Martínez Portillo, a quien acudió a felicitar en persona José Ignacio Ceniceros. El alcalde respondió a ese gesto incorporando a su lista a dos incondicionales del presidente: una sutil (y envenenada) manera de demostrar a sus rivales que la integración, o la integración aparente, puede pasar de la teoría a la práctica. Una hábil exhibición de olfato político que amputa los dardos de sus (supuestos) críticos.

4.- Los siguientes. Como en todo divorcio, cada una de las dos partes asegura llevar razón. Falta lo de siempre: el aparato de mediación. Pero en el PP no hay noticia de un supuesto contingente de 'cascos azules' que pudiera acercar las posturas hoy tan enfrentadas. Es lo que suele suceder cuando por el camino de la división se dinamitan todos los puentes. Cuando el encono alcanza tal virulencia que quien pretendiera aplacar los ánimos y llamar a la cordura sería visto como un desleal. Peor: un traidor. Una etiqueta que, justa o no, le conduciría al cuarto oscuro: a ser visto con desconfianza por unos y otros. Lo cual explica que nadie se atreva a dar ese paso. Sobre todo, los veteranos del partido, porque saben que tras la tempestad llegará la tormenta: falta por votar Logroño.

Continuará.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios