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HACERSE OÍR

LA OPINIÓN JORGE ALACID

Jueves, 8 de junio 2017, 23:18

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Nueve y media de la mañana. La presidenta abre la sesión. Un runrún recorre la tribuna de prensa. Intercambio de miradas estupefactas, encogimiento generalizado de hombros, risas contenidas... No. No se oye nada. El servicio de megafonía vuelve a fallar como solía. Funciona en modo intermitente: de repente, trae la voz de la socialista Concha Andreu pronunciando la palabra «humillación» en dirección a José Ignacio Ceniceros pero pronto reina el silencio de nuevo. «¿Conoce a Pedro Sanz?», truena Ana Carmen Sainz, también interpelando al presidente. Diríase que sí, que de toda la vida. Pero enmudecen otra vez los bafles y la sesión vira hacia el teatro del absurdo: en el atril hay gente hablando pero nadie oye a nadie. Normal que Sainz aluda al poder de los símbolos: ninguna metáfora mejora este espectáculo circense. Escenas de cine mudo: avanza la sesión, reviven los altavoces. A tiempo de escuchar a Diego Ubis preguntando por los privilegios de la clase política, mientras de las entrañas del micro llega un molesto bip-bip-bip, como el sonar de un submarino, que añade un toque grotesco a las palabras del líder de Ciudadanos. Resta solemnidad a su enojo: «Nos sentimos engañados», clama como un novio despechado. Como respuesta, ese soniquete: bip-bip-bip.

Hoy está previsto lo que está previsto desde que Ubis avaló el Presupuesto 2017: que Ceniceros le entregue las cabezas que pedía. Deberá conformarse con alguna pieza de caza menor. Si entre sus planes figuraba alguno de esos altos cargos que llevan en el Palacete más tiempo que el mástil de la bandera, toca resignarse: cuando Ubis se despierte, Javier Ureña y Miguel Urbiola todavía estarán ahí. Así sabrá el portavoz naranja cómo se trata desde el poder a esos socios cuyo apoyo se da por descontado: como el Séptimo de Caballería repartía baratijas entre los comanches. Fascinados por el brillo de los abalorios, se convertían sin notarlo en miembros de las fuerzas de ocupación. Dóciles corderitos, a los que siempre se puede recordar que en realidad ya tienen desde hace dos años un trofeo del que enorgullecerse: la jubilación de Pedro Sanz. Quien sigue capitalizando los debates parlamentarios, incluso ahora, cuando su estrella declina. Cada comisión de investigación lleva su nombre aunque se camufle: Bankia, Del Río, CIBIR... Y cada pleno incorpora alguna mención a su etapa como presidente o su trayectoria actual como senador, lo cual origina momentos muy entretenidos: cuando a su sucesor le tocó justificarle, volvió a fallar la megafonía. Imposible hacerse oír. Así que se ignora qué dijo Ceniceros: como sólo se escuchó a los suyos aplaudirle, habrá que concluir que su discurso fue tan interesante como siempre. Lástima que Sanz no lo atendiera: se estaba tomando un café al sol de la mañana, justo cuando la sesión se detenía en los graves reproches a su gestión. Cuando su partido le defendía con la tibieza conocida, su silla vacía como es costumbre. Cuando se pasó al siguiente punto del orden del día: que viene el lobo.

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