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Luis J. Ruiz
Domingo, 22 de enero 2017, 18:39
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La tendencia no es nueva, pero sí su intensidad. Las uniones matrimoniales, dicen los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), no sólo parecen cada vez menos atractivas, sino que, además, una vez tomada la decisión de legalizar la relación, cada vez son menos las parejas que optan por revestir esa formalización del tradicional rito católico.
Esas dos máximas las sustentan los datos de la estadística periódica del INE. Las uniones matrimoniales volvieron a rozar mínimos históricos durante el 2015 -último ejercicio completo- con 1.078 uniones (sólo el 2013, con 1.003 bodas, empeora esos datos). Esa cifra implica un descenso del 19% en relación al año 2008 y hasta del 23% si se compara con la del año 2000, ejercicio en el que se celebraron en la región 1.402 uniones matrimoniales.
A expensas del cierre del año 2016, el INE adelanta que durante su primer semestre -históricamente menos 'casamentero' que el segundo- se celebraron en La Rioja 424 uniones, en línea con lo sucedido en lo primeros semestres de los últimos años.
En el análisis de la evolución de los matrimonios en La Rioja hay un momento clave: el año 2008. No tanto por ser considerado como el ejercicio que alumbró la crisis, sino por que ese fue el último ejercicio durante el que, en La Rioja, la Iglesia católica consagró más matrimonios que los celebrados por jueces, alcaldes y concejales. En España esa tendencia (la de más bodas católicas que civiles) se rompió un año antes, en el 2007.
En el año 2008, el 54,6% de las uniones matrimoniales celebradas en la región siguieron el rito católico. En el 2009, sólo fueron el 48,7% iniciando así un declive progresivo y pronunciado hasta el 2015, cuando sólo el 33% de las uniones adoptó el rito católico.
Ese descenso ha sido aún más acusado durante los seis primeros meses del año. Los datos recogidos por el INE apuntan que entre enero y junio del curso pasado se registraron un total de 424 uniones matrimoniales de las que 83 fueron católicas (19,57%), 340 exclusivamente civiles (80,18%) y solo una por otro rito religioso no indicado (0,23%).
Interpretar esos datos arroja argumentos si no contradictorios, sí divergentes. Fernando Díaz Orueta, doctor en Sociología y profesor de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de La Rioja, defiende que el auge de las bodas civiles no viene sino a confirmar que «en este campo concreto, la Iglesia católica ha dejado de tener la influencia que tuvo en su momento. España era un país marcado durante la dictadura franquista por el peso de la Iglesia, de un catolicismo muy conservador, y no casarse por la Iglesia era algo socialmente mal visto», apunta.
Ahora, en una sociedad más secularizada, España replica «lo que ha sucedido en otros países europeos. Es un rasgo positivo y habla de una población que tiene bastante libertad a la hora de decidir cómo quiere vivir frente a esa sociedad tradicional que marcaba qué es lo que tenía que hacer y qué no».
Pero Díaz Orueta va más allá. Augura que «el número de matrimonios seguirá cayendo en los próximos años» ya que «ha habido un cambio profundo en las relaciones personales. Ahora son más abiertas y flexibles, y hay muchas personas que no se casan ni por lo civil ni por lo católico y que viven juntas con diferentes formas de convivencia».
Desde la diócesis de Calahorra y La Calzada-Logroño, Julián Blázquez, vicario judicial, reconoce que el descenso de matrimonios católicos «es una cuestión que preocupa a cualquier sacerdote», aunque se muestra optimista y vincula ese descenso a una de las periódicas crisis «de la que volveremos a salir».
Considera Blázquez que hay varias causas que pueden, si no justificar, sí explicar esa tendencia. «Estamos en una sociedad que es muy agnóstica», dice antes de hacer referencia a la crisis demográfica como factor coadyuvante. «Por otro lado estamos en una cultura muy tocada por el consumismo. Se valoran las cosas en tanto en cuanto se puede obtener un provecho. Es una sociedad muy egoísta en la que todo gira en torno a la propia persona cuando el matrimonio es donación. La gente está poco preparada para donarse».
«Hay una crisis de la familia, del matrimonio y una crisis del amor», sentencia Blázquez.
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