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La vida en las alturas durante el frío invierno

La vida en las alturas durante el frío invierno

Los serranos combaten el temporal con resignación y mucha actividad en el hogar

Pilar Hidalgo

Domingo, 15 de enero 2017, 21:38

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Quedan ya muy pocas y una de ellas persiste en Lumbreras, el municipio situado a más altitud de La Rioja. A 1.184 metros sobre el nivel del mar, la cabina del teléfono no sólo sirve para poner en comunicación a los vecinos con el exterior, sino que les proporciona un cobijo en estos días de intenso frío.

Víctor Campos se refugia en este estrecho habitáculo forrado en piedra para no romper la estética del conjunto de viviendas y calles de este coqueto rincón del Camero Nuevo. Son las doce del mediodía, fuera el termómetro marca dos grados y media docena de lumbrereños se reúne en la plaza que se abre ante la asociación sociocultural San Bartolomé para aguardar la llegada de la panadera de Villoslada.

Las mujeres se arraciman en la puerta de una vivienda para que las jambas las protejan de un aire helador. Tras unas navidades con sol radiante, estos habitantes de las alturas saben que les esperan varias jornadas de temperaturas muy bajas, nieve, heladas, viento y soledad. Después de un primer amago a finales de noviembre, que tiñó el pueblo de blanco durante unas pocas horas, la crudeza del invierno este año había tardado demasiado en manifestarse. Hasta la llegada, este fin de semana, de este gélido temporal.

«Estamos acostumbrados», afirma resignado Víctor, quien se cala bien la gorra para que el fresco no le congele las orejas. Puntual aparece la furgoneta de la panadera de Villoslada, quien no necesita más de cinco minutos para despachar el pan entre el puñado de lumbrereños. Y luego, cada uno con sus barras a casa. «Estos días hay que comer bien, hacer lumbre e ir algún rato al bar», aconseja este ganadero retirado antes de abandonar el punto de encuentro de los lugareños en una glacial mañana de enero.

Entre pucheros

Herminia Campos ha dejado unas patatas con arroz y chorizo y unas patitas de cerdo al calor de la cocina económica. En invierno recurre a ella para que, además de preparar la comida, le caldee la vivienda. En verano se inclina por la cocina de butano.

No tarda demasiado en regresar a darles vuelta porque la jornada está desapacible, pero no falla a su cita con el pan. «Permite que los pocos vecinos que estamos nos juntemos, porque si no no ves a nadie», sostiene. Y es que cuando el mercurio se desploma en Lumbreras, como en otros puntos de la sierra, la vida transcurre de puertas para adentro.

Herminia cuenta que ahora que el frío campa a sus anchas por estas zonas altas sólo pisa la calle «para ir a la nave y atender a las gallinas», puesto que dan «buenos huevos». Y para cogerle unas barras a la panadera cada mediodía o consultarle algo al médico, que viene los martes.

El resto del tiempo lo pasa entre pucheros, esperando a que su marido retorne de alimentar a las gallinas o haciendo cruceta. «No me aburro, lo paso bien», asevera y, de paso, ha conseguido vestir las paredes de distintas habitaciones y de la escalera con numerosos cuadros con flores que han brotado de hilos de colores y bordados tejidos con cariño y mucha paciencia. «Uno me puede llevar un mes», precisa. Y si ya no dispone de espacio en su casa para colgarlos, se los regala a su hija para su domicilio de Logroño. Cuando ella regresa a Lumbreras un fin de semana, cualquiera de sus otros tres hijos, sus seis nietos o dos biznietos, el hogar de Herminia se llena de alegría.

Esta sensación también invade a Cecilia Ruiz y Alberto Fernández cada vez que alguien abre la puerta del bar-restaurante 'La Iregua', que ambos regentan.

Hasta que la meteorología muestre una cara más benigna, en Lumbreras duermen a diario en torno a 25 personas, casi todos mayores y ganaderos que bien no se atreven a desafiar las bajas temperaturas o a los que los animales les mantienen lo suficientemente ocupados como para no poder acodarse en la barra del bar a tomar un café. Así que un jueves de enero pueden recibir tranquilamente a sólo dos o tres clientes: la panadera, algún forastero que entra a templar el cuerpo, personal del Ayuntamiento...

Otra cosa son los fines de semana, cuando algunos de los lumbrereños que pasan el invierno en Logroño o descendientes del pueblo suben a respirar el aire limpio de la sierra y la localidad acoge a medio centenar de personas en los meses fríos. Todo cambia especialmente en agosto, cuando Lumbreras celebra sus fiestas, y la población se dispara hasta las cerca de 650 almas.

Mientras tanto, a Cecilia y a Alberto les queda esperar que un sábado o domingo haya batida de caza y que ésta congregue a una nutrida cuadrilla o que algún viajero repare en la placa que anuncia la localidad y que muestra una cuchara y un tenedor. «Para mucha gente de Madrid porque desde Medinaceli hasta aquí no hay nada para comer cerca de la carretera, a no ser que entres en Soria capital», explica la mujer.

Asegura que estas jornadas de quietud y tranquilidad las llevan bien, pese a que proceden de Rincón de Soto, un municipio de unos 3.700 habitantes, 150 veces más que un día cualquiera de invierno en Lumbreras. «No nos aburrimos ni pasamos tanto frío. Lo sentimos más en Rincón, porque allí hay más humedad», admite Alberto. Indica que a él las horas se le pasan dando un paseo con los perros o avivando la caldera con leña. Su mujer prepara bizcochos, lee un libro o hace punto mientras aguarda a que alguien entre y pida una consumición. Y en los ratos libres «te puedes ir a Logroño o a Soria, porque tenemos la primera ciudad a 45 minutos y la segunda a 30», agrega.

Y si el astro no acompaña siempre se puede sentar con su marido en una mesa junto a la estufa para que le enseñe a jugar al mus. «Aquí todo el mundo sabe», apunta. Desde luego, ahora es el mejor momento para aprender porque «a partir de Semana Santa empieza el movimiento».

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