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José Ignacio Ceniceros, Pedro Sanz, Conrado Escobar y María Martín charlan en el Parlamento antes de iniciarse el último pleno. :: díaz uriel
Política en dos tardes

Política en dos tardes

«Malgasté el tiempo, ahora me malgasta a mí»

JORGE ALACID

Domingo, 30 de octubre 2016, 00:10

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William Shakespeare

Diputados que llegan tarde al pleno del Parlamento, otros que ni siquiera acuden. Diputados que consultan su móvil de vez en cuando, otros que sufren auténtica adicción (y desprecio por cuanto ocurre a su alrededor). Diputados que curiosean por Internet en busca de destinos para una escapada de fin de semana, otros que consultan ofertas de compañías telefónicas para cambiar de terminal. Diputados que llegan a la tribuna para reclamar esto o aquello y acaban concluyendo, como hizo Tomás Martínez Flaño con sabiduría desde el atril, lo siguiente: «Cuando estás en esta tribuna, a veces, sientes que no te escucha nadie». Diputados que abandonan la silla cuando interviene ¡¡¡un compañero de filas!!! (y éste les paga luego con la misma moneda). Diputados que, en fin, son como cualquiera de sus compatriotas: ciudadanos aburridos por el espectáculo de la política. Ciudadanos que albergan serias dudas sobre la eficacia del parlamentarismo.

Ni siquiera la abolición de la mayoría absoluta sirve en La Rioja para despejar los nubarrones que amenazan el edificio institucional. Se fue Pedro Sanz (aunque no muy lejos) y su vacío lo ocupa un puñado de buenas intenciones que sólo contribuyen a empedrar un pequeño infierno que se repite cada dos semanas. Como si la prueba del algodón de la nueva política consistiera en celebrar plenos cada quince días, allá penas si el orden del día da grima por la pobreza de los asuntos que se debaten. Lo cual genera una dinámica perversa: puesto que el grupo que apoya al Gobierno está en minoría, la oposición se turna en presentar naderías a votación, en la esperanza de que alguna prospere y su ocurrencia atrape un botín con forma de titular. Una espiral diabólica, porque genera una suerte de intercambio de favores mutuos entre los tres grupos de la oposición que el PP observa como las vacas ven pasar un tren. Sin inmutarse.

La escena se repite con puntualidad germánica. Los grupos rivalizan en preguntar al presidente por cuestiones cuya respuesta ya conocen. José Ignacio Ceniceros escapa de la melé como suele, contestando que está de acuerdo en estar de acuerdo, y aprovecha su turno de réplica para machacar en esa idea. Es posible que proponga un pacto. O una mesa para el diálogo. De modo que vuelve a salir indemne del intercambio de pareceres, se agazapa en su butaca y espera a que corra la vez. Les tocará entonces a sus consejeros encajar los requerimientos de la oposición con gentileza y buen estilo, aparecerán las proposiciones no de ley para derrotar con cualquier vacuidad de nuevo al Gobierno y al grupo que le sustenta y algún diputado, tal vez el propio Tomás Martínez Flaño, volverá a concluir que en efecto lo que se hace en el Parlamento no interesa a nadie. Probablemente ni a sus mismos protagonistas.

La legislatura presente se inauguró hace año y medio, con un nivel de ambición que el paso del tiempo ha ido amortiguando. Lo curioso es que, en privado, unos y otros aceptan que el funcionamiento del Parlamento resulta mejorable. Que acudir a los plenos es como sentarse en el sillón del dentista, aunque sería injusto ignorar algunas conquistas alcanzadas durante la actual legislatura: al menos, ya no se precisa chaleco antibalas para acudir a los plenos, puesto que el nivel de beligerancia se ha mitigado y eliminado el insulto. Triunfa la cordialidad y se alumbran algunas iniciativas interesantes. Pero resulta difícil justificar a partir de tan magras conquistas la partida acotada en el Presupuesto para levantar cada quince días este tipo de funciones, cosa que todos los afectados admiten en voz baja pero que se niegan a aceptar en público: hay consenso en mirar hacia otro lado cuando se menciona entre ellos ese reparto de salarios entre parlamentarios liberados (portavoces, adjuntos y demás familia). Una inversión a cargo del contribuyente donde sigue sin detectarse el pertinente retorno para la ciudadanía de semejante inversión en sus legisladores.

Una pena. Porque se supone que la política es algo más grande. Algo capaz de mejorar de verdad la vida de la ciudadanía. No será una cuestión que se aprenda en dos tardes, pero en un tiempo prudencial pueden nuestros parlamentarios hacerse con un bagaje suficiente como para estar a la altura del desafío que les condujo hasta sus escaños: ser la voz de sus electores. No limitarse a dar vueltas alrededor de su propio ombligo. Y una pena porque tanto en el Gobierno como en los grupos parlamentarios anidan políticos de cierta talla, capaces de arrancar el motor de la política riojana si dejaran de funcionar como caballos retenidos. Gente talentosa de verdad que administraría su sabiduría con efectos más benéficos para los administrados si cesara la obligación de asistir cada quince días a esos plenos que poco (muy poco) aportan.

Horas y horas de nuestras vidas que ya no volverán.

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