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Viernes, 21 de octubre 2016, 00:52
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El chaval se llamaba Pedro. Y no era como los demás. «Me volvía loco», admite ahora riendo Javier Lozano, su profesor de aquellos días. Pero entonces no se reía tanto. «Era un chico que se comportaba de una manera totalmente distinta al resto», recuerda. Lozano empezó a investigar qué le pasaba a Pedro, hasta que en sus manos cayó uno de los poquísimos libros españoles sobre el TDAH que existían en aquella época, mediados los 80, escrito por Ana Miranda. «Lo que contaba me cuadraba», recuerda. Y allí empezó un interés que desembocó en una tesis, varios libros y un interés continuo. Hoy y mañana, este maestro y pedagogo aragonés recala en Logroño para presentar su último libro ('Mi hijo tiene TDAH', editorial Psylicon) y para dar una charla sobre este trastorno dentro de los actos riojanos de la Semana Europea del TDAH que organiza la asociación ARPANIH.
Desde aquellos inicios hasta ahora el conocimiento del fenómeno y de cómo funcionan los niños inatentos o hiperactivos ha mejorado mucho. «En los últimos años ha cambiado, sí», reconoce. «Pero en el fondo para los maestros las cosas deberían ser más o menos lo mismo en lo básico: hay que luchar por los chavales tengan lo que tengan. Hay mil trastornos, dislexias, discalculias, TDAH... y la diferencia la marcan las ganas y el interés del maestro. Porque en muchas ocasiones es el profesor el que tiene que dar la voz de alarma».
Y entonces comienza un proceso que no está exento de dificultades, algunas de ellas absurdas. «A una madre que le digan que su hijo tiene TDAH y entra en internet, puede caer en una de esas páginas que dicen cosa absurdas como que el TDAH no existe, que todo es un invento de las farmacéuticas... Son cosas fruto de la ignorancia, y con un trasfondo que no entiendo muy bien, pero que pueden hundir a una familia». Y es un riesgo en un momento muy vulnerable. «Te asustan, te pierden. Y a veces pierdes de vista lo importante: que hay que apoyar al hijo, y apoyarse en un trabajo conjunto con médicos y con profesores. Porque si no hay un trabajo común, todo es mucho más difícil».
Lo cual puede incluir el tratamiento farmacológico, algo a lo que Lozano insiste en quitarle tragedia. «Si el médico te lo receta, por qué no vas a dárselo, como le darías cualquier otro medicamento. Con las precauciones lógicas, y con control». Eso sí, desmitificando la pastilla: «Hay quien piensa que con eso se va a solucionar todo, y no es así. El chaval atenderá mejor, se relacionará mejor, pero sigue necesitando una intervención general, de la familia, del maestro».
Y también, quizá, algo más de normalidad. «No es algo que haya que ocultar. Si tu hijo no ve y necesita gafas, ¿tienes algún problema en decirlo? El apoyar al hijo, el ayudar a la madre, es fundamental». Por cierto, que cuando Lozano habla de «madre» no es casual. En su experiencia, con demasiada frecuencia las madres son las que emprenden el camino sin ayuda. «Muchas veces las madres están solas contra viento y marea, y el padre -siempre hay excepciones- tiende a decir que ya se le pasará, que todos hemos sido así».
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