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LA HISTORIA

CAUTIVO Y DESARMADO PABLO ÁLVAREZ

Jueves, 20 de octubre 2016, 00:35

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Los periodistas vivimos de contar historias. O ése debería ser nuestro trabajo principal, contarle a la gente lo que le pasa a otra gente. Y hacerlo, ya que la objetividad es imposible, al menos con honestidad. Algo que no se aprende en la escuela, en fin: o se tiene o no se tiene.

El problema que ahora mismo sufre una buena parte de mis colegas es que esas historias se han apoderado de ellos. Que el proceso original (una va, mira y cuenta la historia que ha visto) se ha invertido de un modo patológico. Ahora, para una parte sorprendentemente grande de esta profesión, se trata más bien cada día de confirmar un relato que ya estaba escrito.

Porque para esos colegas y los medios para los que trabajan, casi todas las historias están básicamente escritas desde hace tiempo. Son pocas, básicas y muy repetidas: está la historia del rojo quema iglesias y pro etarra. O la del 'pepero' ladrón y franquista. O la del andaluz subsidiado.

O, en fin, la historia del catalán sospechoso. A Gerard Piqué llevan años persiguiéndole con ella, por ejemplo. Va a dar igual que el tipo nunca haya dicho nada que pueda sustentarla, da igual que lleve a su churumbel vestido de rojo por media Europa, da igual todo. Cualquier cosa, incluso unas inocentes mangas cortadas con tijera, es susceptible de ser usada para corroborar lo ya opinado con previa delectación. La realidad es susceptible de cambiar, lo que importa es la historia.

Y siendo eso lo malo, no es lo peor. Lo trágico es que a los españoles, en general, parecen gustarles más las historias que la realidad. Y que al final lo que nos piden a los periodistas no es que les digamos la verdad, sino que les demos la razón. Que les contemos, en fin, su historia.

Sólo que al final esas historias no son tales. Son cuentos.

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