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M. M.
Sábado, 10 de septiembre 2016, 00:07
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«Intento pensar que el hecho de que llame es una oportunidad para poder hacer algo en ese momento. Cuando alguien llama así está intentando agarrarse a una esperanza, a veces la última que tiene. Eso me carga de una responsabilidad enorme y miedo. Me preocupa no saber o no poder enganchar a esa persona a la vida». María (nombre ficticio) es una de las 70 voluntarias del Teléfono de la Esperanza en Logroño. Desde hace ocho años y durante cuatro horas a la semana, María escucha al otro lado del hilo telefónico y, entre silencio y silencio, trata de arrancar el compromiso de permanecer un minuto más, una hora más, un día más... vivo, porque el tiempo siempre juega a favor de la vida.
«Tienes que escuchar y, a veces, poner palabras a lo que ellos ni siquiera se atreven a nombrar. Y le preguntas: De qué me estás hablando, has pensando en quitarte la vida. Lo has intentado alguna vez...». La experiencia le dicta a María los pasos a seguir y a diferenciar si estamos ante una persona cansada de seguir adelante, que se ve sin recursos internos para resolver lo que le pasa y comienza a tener ideas, si se trata de alguien que ya está en proceso con un pensamiento planificado, o si se trata de un suicidio en curso, porque cada uno tiene su protocolo de atención.
Cuando se advierte la gravedad de un caso, algo se activa en el interior de María: «Me concentro y conecto tanto que no me dejo sentir el miedo que pueda tener. Me centro en escuchar, comprender, ver por dónde puedo engancharle. Cuando se sufre tanto uno es incapaz de ver la luz, pero quien está a su lado puede ver muchas opciones». «Por eso, intentamos mantener la comunicación y activar los recursos de ayuda. Para situaciones extremas nos coordinamos con SOS Rioja ».
¿Y si el interlocutor cuelga? «Hay casos que no se pueden retomar», lamenta María.
Y es que la mujer trata de transmitir que hay decisiones que no tienen marcha atrás: «El suicidio es una solución permanente para una situación transitoria porque todas las crisis por largas o complicadas que sean son transitorias pero el suicidio no tiene nunca marcha atrás», asegura. «Y esto hay que decírselo. Ellos no actúan por cobardía. No pueden más y buscan parar su dolor. Hay que hacerles ver que eso pasará. A veces, equivocadamente, piensan que la familia se va a sentir liberada pero no es cierto porque detrás siempre queda una familia destrozada. Saber esto les ayuda a recapacitar. También les ayudas a buscar algo (la familia, los amigos, aficiones...) que le vincule a la vida».
Y si alguno, finalmente... ¿cómo te vas a casa? «Muchas veces insatisfecha. Muchas veces conmocionada y conmovida profundamente. En ocasiones después de hablar con ellos me quedo con el convencimiento de que hoy no va a ser. Pero... a lo mejor es lo que quiero creer. Nosotros también tenemos que cuidarnos y tenemos un responsable con el que compartimos cómo estamos. Se mueven muchas cosas en tu interior y depende de la mochila particular que cada uno lleve se gestiona de una u otra forma».
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