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Julio Sabrás posa con su violín en el estudio de su casa.
La sorprendente fábula de Julio y su violín mágico

La sorprendente fábula de Julio y su violín mágico

Hace ahora quince años talaron los cedros de El Espolón. Con aquella madera llena de historia, un logroñés que nunca había hecho algo parecido construyó un violín. Así suena el corazón de Logroño

Miguel Martínez Nafarrate

Domingo, 21 de febrero 2016, 01:11

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Érase una vez...

Julio Sabrás Farias era un niño cuando escuchaba EAJ18, como se llamaba por entonces a Radio Rioja. Onda Media y nada menos que 83 años de vida, los mismos que él. El pequeño Julio pegaba la oreja a la galena para escuchar la novela. La historia narraba las desventuras amorosas de un juglar que tocaba el violín a su enamorada, presa en lo alto de una torre. El enamorado quería ganarse el favor de la bella dama y a diario tocaba ese instrumento melódico. No sabemos cómo acabó aquella historia, pero sí que el sonido de aquel violín sembró algo en el alma del niño.

Más allá del argumento del folletín radiofónico, lo que a Julio le gustaba era escuchar el violín de aquel trovador con aquel crepitar de los discos de piedra gruesos y duros...

Bien, pues hasta aquí tan sólo esa semilla musical porque no nos olvidemos que a Julio no le dio nunca por leer partituras y mucho menos por ponerse a tocar un instrumento en el sentido más interpretativo de la palabra.

El primero que tocó en el sentido más sensorial fue un violín que su padre le regaló un buen día. Quiso contentar al muchacho obsequiándole con uno que le compró a un trapero. Llegó a casa con el violín en la mano, sin funda ni nada y me lo dejó ahí, diciéndome: mira que violín más bonito te he comprado.

Julio, muy cuidadoso, se apiadó de aquel instrumento caído de vaya usted a saber de qué enredo de repartos familiares y se fue dando un paseo hasta Portales para entrar en Erviti. Ya era un muchacho. Rompió la hucha y compró una funda para el desahuciado violín. Y ese arranque volvió a ser como abono para aquella semilla radiofónica.

Abría y cerraba el estuche. Pasaba un paño por su madera Lo examinaba, escudriñaba bajo el calado de sus efes buscando el alma del instrumento hasta que un día su mirada se precipitó por el puente del violín y observó que llevaba inscrita la marca Stainer.

Le picó aún más la curiosidad y, siendo ya un hombretón, aprovechó para llevarlo un día a la embajada austriaca en Madrid para que le dieran señas del instrumento. Otra cosa no, pero a Julio, cuando se le mete algo en la cabeza... Allí tuvieron el instrumento unos cuantos meses para llegar a la conclusión de que este fabricante era tan reconocido como copiado y que, vaya usted a saber.

Julio se se quedó a medias, vamos como estaba antes de pisar territorio tirolés, pero con el quemazón dentro porque, sin quererlo, empezó a tirar de un hilo que se convirtió en madeja y en desasosiego espiritual.

Terco, empezó a urdir un plan tan fantástico como iluso. Voy a fabricar un violín, pero no uno cualquiera, 'el' violín, como él acentúa con una sonrisa con la que ni siquiera trata de disimular su obsesión. Sí, en realidad fue un proceso obsesivo, reconoce burlón.

Manos a la obra

Acostumbrado a trabajar con minuciosidad en su taller de pintura, donde da rienda suelta al corsé de los planos de arquitectura, decidió ponerse manos a la obra. Pero no así como así, aunque bien mirado, partiendo de la nada.

Necesitaba madera, pero no de cualquier clase. La tapa inferior requería arce. Le pidió un tocón de esta clase a Luis Vicente Elías cuando estaba de santero en Lomos de Orios. Oye Luisvi, que esté cortado en cuarto menguante y en enero, si puede ser, le dijo.

Ya puestos, que este proceso se rija por los más exquisitos protocolos de la ortodoxia. A fin de cuentas Julio sólo iba a construir uno. Uno sólo. El 'Sabrás'.

Señala a un rincón de su estudio. Un escenario abigarrado por libros y pinceles y adornado con una fuentecita con un motor que al completar el ciclo suena y da una calma especial y crea una atmósfera calmada, casi árabe.

Allí, al otro extremo de su índice, tuve el taco de madera unos cuantos años. Ahora necesitaba la madera para la tapa superior y entonces fue cuando los acontecimientos se precipitaron.

Quince años sin los cedros del Espolón

Los cedros del Líbano del Espolón los iban a talar. Quince años se han cumplido de esa tala (29 de enero del 2001) para dejar paso al metálico monumento a las víctimas del terrorismo de Agustín Ibarrola. Pidió permiso a Ángel Rituerto, entonces concejal del Ayuntamiento, para que le guardara un trozo de aquellos simbólicos árboles talados de noche en virtud de no se sabe muy bien qué enfermedad.

Aquel rinconcito sombreado del parque logroñés se quedó huérfano como también quedó la Plaza del Mercado y ahora, en fechas más recientes, otro huequecito como el del hospital San Millán. Esta variedad arbórea, conocida también como cedro de Salomón y citado en la Biblia, tiene la virtud de tener una madera muy pesada y compacta y entró en la casa de Julio para hacer compañía al otro tocón de arce.

Acaso si Logroño hubiera tenido una baronesa encadenada a un tronco hoy en día habría sombra frente al Palacete, pero Julio se habría quedado sin madera para trabajar.

No sé si hemos salido ganando con el cambio, apostilla Julio. Sólo me permito opinar que la obra de Ibarrola no está en su mejor sitio y que desde mi punto de vista precisa un entorno más amplio, una explanada a campo abierto, pero vaya, como yo hay muchos que piensan lo mismo, comenta este pintor metido a luthier.

Julio metió los tarugos de madera en el coche y se fue a la carpintería Arambarri para que los abrieran en láminas. Al cedro no le vi nada raro, ni enfermedades ni bichos... Y se metió en el taller. Arrojado, pero cauto, pensó: ¿Pero qué estoy haciendo si no soy luthier y no tengo ni idea de cómo fabricar un violín? Y tampoco quiero hacer un pegote...

Libros, libros. Compró uno. En español. Básico, pero suficiente para arrancar. Luego dio con otro en inglés. Muy técnico y con los pasos muy bien marcados hasta conseguir un tercer volumen que, en sí mismo, es ya toda una obra de arte y que se lee en las escuelas de aprendizaje. En el título aparece la sugerente palabra 'stradivari'. En italiano. Todo primor, todo explicado al milímetro, ¡qué digo al milímetro! Más incluso.

Lectura y herramientas. Un calibre de precisión alemán, unas gubias... Julio se puso la bata y empezó a trabajar la madera. Así, de la nada. Tallando y dando a las tablas el grosor justo en sus diferentes zonas, uno poco más por aquí, un poco menos por allá, como quien traduce el plano de un monte con sus líneas de cota.

Un año le llevó a ese muchacho que escuchaba la radio en onda media y ahora disfrutaba del sonido digital mientras trabajaba en el taller sin desmayo y sin prisas.

Un día tras otro, con precisión quirúrgica, tallaba, pulía y encolaba la madera mientras gobernaba sus sinuosas formas con aprietos y cuerdas. También se cercioraba a cada paso que el proceso tenía equilibrio. Llevó hasta tal punto su antojo que sometió a las tapas a un control de sonoridad en un estudio en Bilbao. Sobre las cubiertas se vertió una arena especial y se sometió a las piezas a un control de frecuencias. Bajo las maderas talladas un aparato 'pronuncia' una nota a una determinada frecuencia y entonces la arena baila distribuyéndose sobre la tapa de una manera especial creando un dibujo que define la perfección de la talla. La simetría de la arena también ofrece una idea de si las cosas están bien hechas o no. Julio sacó sobresaliente. Para qué quería más. Vuelta a Logroño con las ideas más claras y la moral por las nubes.

Como remate se le ocurrió tallar una cabeza de caballo en lugar de una voluta, que es el remate más típico de un violín. No siempre ha sido así. Antaño, en la Edad Media, precisa, se ponían figuras de todo tipo como figuras de mujer, cabezas de dragón, gárgolas, explica la versión luthier de Julio.

¿Quién tiene aloe vera en polvo?

Y llegó el día en el que tenía que empezar a aplicar el barniz de acabado. Se cuenta que es una de las grandes virtudes de los violines Stradivarius, aunque hay una literatura extensa en este terreno. Y Julio matiza con ironía: Stradivarius hizo muchos, yo sólo he hecho uno.

El barniz, que no se nos olvide. Unas 20 capas perfectamente estructuradas y con los espacios para el secado entre mano y mano regulados con reloj. Hay dos opciones de barniz, una acrílica y otra al aceite. La primera es más sencilla, imagina cual elegí, relata Julio. (Al aceite, al aceite).

Pero Julio quería darle a su barniz la proporción exacta y un toque personal con un enjuague en el que necesitaba aloe vera en polvo como si fuera el borax del maestro Stradivarius con el que unos dicen que buscó preservar sus creaciones de los insectos y al final convirtieron sus instrumentos en únicos haciendo de la urgencia virtud. Pero no era tan fácil encontrar aloe vera en polvo. Aquí no. En España, no.

Encontró un fabricante en México trasteando en Internet y le escribió una carta. En la misiva explicaba su trabajo y también pedía disculpas por no pedir un cargamento para importar, que sólo necesitaba cinco gramos. ¡Cinco gramitos de nada!

A los pocos días me trajeron una cajita a casa. Increíble, relata tan estupefacto como el que le escucha. Un año después de empezar Julio termina su violín y lo rubrica con su nombre en el reverso jugando con las eses inicial y final a modo de las efes de esta joya personal.

Día de prueba

Y llega el momento de probarlo. Han sido varios violinistas los que han tocado con el instrumento de Julio. Casi sin excepción, cuando les ha pedido que lo toquen ha habido primero una mirada de extrañeza por semejante petición y luego, otra de sorpresa al comprobar que este violín no sólo suena sino que lo hace muy bien para trasladar a su fabricante las más sinceras enhorabuenas por parte de los músicos que han sacado de él sus mejores notas. Pero claro, el violín es un instrumento que 'gana' conforme se va tocando y ahora el 'Sabrás' llevaba ocho años en letargo.

Andrés Díez, profesor de violín en Piccolo & Saxo y que acaba de finalizar una Erasmus musical en Leuven/Lovaina (Bélgica) lo sacó de su estuche como quien toma en brazos a un recién nacido. Ya había oído hablar del violín con cabeza de caballo, lo mira, lo gira, le encaja la barbillera y empieza a ajustarle las clavijas mientras busca con su oído las notas. Tras el periodo de control empieza a tocar.

Me ha costado un poco domar este caballo, pero poco a poco ha ido a más, relata el músico con una sonrisa después de desperezar las mejores notas de este violín a base de pasar las crines del arco por sus cuatro cuerdas hasta quererse más y más el músico y este instrumento de cuerda.

Andrés interpretó 'Escenas de ballet' de Bériot en un concierto privado para Julio Sabrás quien, presa de la emoción al escuchar de nuevo el sonido de su violín, respiró tranquilo al ver que sigue vivo, como también lo está la memoria de ese rinconcito del Espolón. A pesar de que este violín como el recuerdo de aquella sombra despierten de tarde en tarde, este relato, como los cuentos con final feliz, acaba con una sensación de satisfacción y un colorín colorado.

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