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El doctor Revorio. :: l.r.
«Aún hay resistencia social a ver la obsesidad como una enfermedad»

«Aún hay resistencia social a ver la obsesidad como una enfermedad»

Jefe de Pediatría del Hospital San Pedro

Teri Sáenz

Domingo, 23 de agosto 2015, 13:10

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No se trata de infundir intranquilidad, pero sí de advertir de hasta dónde puede conducir la obesidad en edades tempranas y, sobre todo, señalar cómo es posible atajar la sombra de una cirrosis infantil. En esos términos plantea Revorio una cuestión nada lejana como demuestra un dato: trece niños de hasta 14 años de los que pasan por la consulta del jefe de Pediatría del Hospital San Pedro superan los cien kilos de peso.

La cirrosis se vincula tradicionalmente al consumo excesivo de alcohol y a los adultos.

Aunque aún no es muy frecuente, también se registran cuadros de cirrosis infantil motivada directamente en estos casos no por el abuso del alcohol sino por la obesidad. A nivel mundial, del 10 al 15% de los trasplantes de hígado que se practican tienen como pacientes a menores de 18 años. En muchas ocasiones las razones son colestásicas (obstrucción de los conductos biliares), metabólicas, infecciosas o secundarias de otras enfermedades que generan este tipo de cuadros, pero también por razón de un sobrepeso excesivo.

¿Tanta gravedad puede conllevar la obesidad?

Aún hay resistencia social a considerar la obesidad como una enfermedad y se observa más como algo estético. Sin embargo, se trata de una patología que en casos severos llega a ser tremendamente limitante. No sólo en los efectos que puede sufrir el hígado, sino en problemas de espalda, circulatorios y afecciones añadidas como, especialmente, la diabetes.

¿Cómo se detectan esos problemas hepáticos en el caso de los menores?

El diagnóstico es ecográfico. Se comprueba que el hígado empieza a tener una textura diferente que es susceptible de derivar en hígados grasos. Aproximadamente, hasta el 30% de los que sufren ese hígado graso pueden llegar a tener fibrosis e incluso evolucionar hacia la cirroris.

¿Cuál es el modo de atajar el proceso?

Todos los fármacos orales que se han aplicado en el mundo se han retirado. Sólo la metformina se ha aprobado en pediatría por su capacidad para regular bien los lípidos y proteger los hígados grasos, pero el único tratamiento efectivo para mejorar es la dieta y el deporte.

No parece complicado.

Pues lo es. A veces las familias siguen una dieta mediterránea de lunes a viernes pero los fines de semana se rompe con palomitas, pizzas, bollería y bebidas azucaradas. Ese niño puede ganar fácilmente entre el sábado y el domingo de 300 a 400 gramos, con el añadido de que a diferencia de los adultos a un menor le cuesta mucho más perder peso y con el paso del tiempo puede acumular excesivos kilos. Por otro lado, demasiadas actividades extraescolares hacen que el niño carezca de tiempo para algo tan básico como es jugar. Hay que hacer el deporte que sea. Y sudar.

¿Hay algún momento crítico en esa escalada de kilos?

A los dos años, los cinco y en la pubertad se da un rebote adipositario. Es decir, mecanismos metabólicos que favorecen la ganancia de peso más que en otros momento. Cuando eso ocurre y el niño gana unos kilos aviso a los padres. Algunos se molestan, y es humano, pero deben entender que si no se ponen los medios se inicia una escalada de la que es muy difícil bajar y puede tener graves consecuencias.

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