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JORGE ALACID
Sábado, 2 de mayo 2015, 23:47
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De repente, lo inesperado. En la presentación del libro ganador del Premio Logroño de Novela, el escritor Montero Glez toma el micrófono, asegura que no le gustan los monólogos y, como suele ocurrir, perpetra uno de ellos. Es un discurso embarullado, cuya línea argumental se pierde entre un mar de subordinadas, donde resuenan conceptos que parecían superados. Sí, de repente, lo inesperado: entre el auditorio aparece Marx (don Carlos, no Groucho) y aparece el 18 Brumario, nada menos. Y suenan perogrulladas que ya sonaban viejas en Primero de BUP: «La sociedad es injusta», avisa. Descubriendo el Mediterráneo...
A su lado, la alcaldesa Cuca Gamarra mantiene el tipo. Acaba de hablar de libertad y protagoniza un amago de autocrítica mientras confesaba que los poderes públicos, incluido el Ayuntamiento que preside, invierten a menudo con más soltura en reformar una acera que en ayudar a la cultura. Pero su intervención apenas representa un aperitivo del discurso que viene: ese océano de naderías propio de quien se toma demasiado en serio a sí mismo. Montero Glez, eximio representante de ese tipo de izquierda que se dice libertaria pero que en realidad se limita a hacer bueno el proverbial dicho: sí, ese tipo de izquierda muy amiga de predicar, menos amiga de dar trigo.
El novelista había empezado por recordar que el libro que presentaba tuvo su detonante en el 15M. ¿Alguien se acuerda del 15M? Fue aquel despertar a la realidad de numerosos españoles, jóvenes y maduros que se dejaron crecer la coleta, donde se alumbró el movimiento sísmico que hoy amenaza con modificar el paisaje político español, urna mediante. En las palabras del autor de 'Talco y bronce' brilla algún pensamiento luminoso, como su idea de que entre los acampados en la Puerta de Sol (y en la plaza del Mercado) nació una nueva Transición. La anterior, alerta, tan sólo fue el modo en que un país entero exorcizó el miedo al vacío que trajo la muerte de Franco. Es una aportación interesante, en efecto, pero dura poco: sus reflexiones, que encallan en ese kilómetro cero de España donde se citaron hace cuatro años todos los perroflautas que aún no sabían que lo eran, apenas dejan para la posteridad algún añejo eslogan del tipo «la propiedad es un robo». Otro Mediterráneo.
Una pena. Porque una opinión de tal calibre seguro que todavía tiene sentido más desarrollada, ahora que vuelve a invadirnos el mismo escenario electoral que en el 2011 convivió con la ira cabal de tanto indignado. De tanto ciudadano razonablemente indignado. Un movimiento horizontal de donde emergieron los líderes que ahora se agrupan en torno a las distintas familias adscritas a Podemos sin abandonar ese perfume a asamblearismo que tanto daño ha hecho históricamente a sus doctrinas.
Del 15M al 24M que se avecina median cuatro años: demasiado poco tiempo para perder la esperanza de que algo cambie de verdad en España. Aunque algunos síntomas de que también esta vez la clase política, incluyendo la clase política emergente, se dispone a decepcionar a la ciudadanía ya se observan. En La Rioja se acaba de vivir uno de esos episodios que ponen a prueba la fe que en sus líderes acreditan los simpatizantes de la izquierda hasta ahora extraparlamentaria. Los vaivenes a propósito de la elección de sus candidatos prueban que el sainete sigue siendo nuestra clase de teatro favorita. Y el modelo de votación para seleccionar a sus aspirantes, tan moderno, guarda sin embargo grandes semejanzas con la España caciquil del siglo XIX, cambiando el dedo entintado por el clic igualmente fácil de manipular. El navajeo interno, esa devoción por el cainismo que anida en cada partido incluyendo los de nuevo cuño, sólo es una manifestación de la vieja política: la vieja política que todos estos grupúsculos que orbitaban hasta el 15M a la izquierda del PSOE y carecían de voz propia prometían eliminar de la escena pública.
La traición era el elemento que faltaba y también apareció. Las fallidas garantías de confluir en una lista única y los problemas para acertar con una nomenclatura que agradase a todas las partes que aspiran a convertirse en izquierda hegemónica son dos metáforas de las insalvables dificultades que algunos dirigentes de algunos partidos tienen para organizarse y ser creíbles... A esa incapacidad se agrega una estupenda destreza para defraudar a sus potenciales seguidores, hasta construir un poco edificante proyecto donde las sospechas de venalidad de los Errejón, Monedero y compañía acaban por espantar a cualquier espíritu puro destinado a confiarle su apoyo.
El resultado de todas estas querellas intestinas es conocido: por La Rioja vagarán de nuevo miles de votantes en busca de una papeleta que sí les convenza, requisito difícil de cumplirse si atendemos a la homilía lanzada el martes por Montero Glez. Ese aire ensimismado con que sermoneaba a los presentes, anticuado como una misa preconciliar, o esas proclamas sobre la dictadura del proletariado y la lucha de clases, encapsuladas fuera de tiempo... Y, sin embargo, cuando centraba el tiro, alguna luz encendía su discurso y merecía la pena atenderle, mirar hacia atrás. Hacia ese momento (años 80, época en que data su novela) de aparición de una «lumpen burguesía» adicta a cometer «atracos de alta gama» e invertir luego en nuevos atracos «el plusvalor» obtenido. Así que mientras alertaba contra «las trampas del lenguaje», Montero apuntaba en realidad hacia el presente, un tiempo rico en lumpen-burgueses, fanáticos de ese tipo de delitos que generan alto plusvalor.
Imposible no acordarse de Rodrigo Rato mientras hablaba. Imposible no reparar en otra trampa: que el libro se presentó en la sala logroñesa que fue bandera de Bankia. Cuando había Bankia para rato.
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