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Edgar Velasco escucha música apoyado en un árbol en un parque de Logroño.
El milagro de oír

El milagro de oír

A sus 16 años el logroñés Edgar Velasco ha recibido dos implantes cocleares que le permiten llevar una vida normal, lejos de un pasado plagado de sinsabores

Carmen Nevot

Lunes, 13 de abril 2015, 21:55

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Con tan solo tres días de vida, Edgar Velasco no pasó la prueba de audición. Al principio no le dieron importancia. Podía deberse, dijeron, a que había nacido por cesárea o incluso a que tuviera obstrucción por mocos. Pero no fue así, un periplo de pruebas posteriores confirmó que el pequeño tenía sordera severa profunda de nivel 110, es decir, Edgar empezaba a oír a partir de 110 decibelios que son, por ejemplo, los que emite una discoteca un sábado por la noche o un concierto de rock. A los seis meses estrenaba los primeros audífonos. No tardó mucho en iniciar tratamiento logopédico porque «no queríamos que tuviera ningún problema de discapacidad a la hora de adquirir el lenguaje».

Quien así lo cuenta es la madre de Edgar, Isabel Sabal Martínez, artífice de una decisión determinante que evitó malos mayores, pero que no impidió que su experiencia en el colegio fuera «mala», con mayúsculas. «No oía a los profesores, tampoco a mis compañeros de clase y no me socializaba porque no les oía», cuenta hoy Edgar. Este joven logroñés, que ahora tiene 16 años, reconoce que su problema de audición fue una barrera que le costó ser objetivo de algo más que de las burlas de sus compañeros. Dice que sufrió 'bullying' desde Infantil. Su madre destensa la cuerda: «No, sólo fue en quinto curso». Le insultaban diciéndole retrasado, llamaban al portal de su casa a horas intempestivas... hasta que el equipo directivo del centro en el que estudiaba tomó cartas en el asunto. Ayudó que la madre les advirtiera de que si no actuaban acudiría al Defensor del Menor. «No iba a tolerar que a medianoche viniera un mocoso a mi casa a llamar a mi hijo retrasado o que le mandaran 'whatsapp' insultantes al móvil», asegura esta madre, que se ha puesto el mundo por montera.

«Soy tu mamá y te quiero»

Lo peor aún estaba por llegar. Cuando Edgar estudiaba quinto de Primaria sufrió 'bullying' por parte de un docente. Todos los profesores utilizaban un transmisor 'FM' que recogía su voz a través de un micrófono y mediante ondas de radio llegaba directamente al receptor instalado en el audífono de Edgar, pero este educador se negaba, sentaba al pequeño en la última fila y cuando se dio cuenta de que podía leer los labios, se daba la vuelta. Y para más 'inri' le acusó de robar los 'FM'. Fue una PT, profesora de apoyo del mismo centro, la que puso a la familia sobre aviso porque entonces «Edgar no contaba nada en casa, al menos no como debería haberlo contado -dice Isabel- supongo que por miedo a las represalias de este señor».

Denunciaron lo que estaba ocurriendo al Ministerio de Educación, pero «era como luchar contra un muro», explica. Al final la situación se resolvió porque por motivos laborales se trasladaron a otra comunidad y por tanto Edgar estudió sexto fuera de La Rioja. Mientras tanto, el pequeño continuaba con las revisiones periódicas y en uno de esos chequeos el doctor les dijo que Edgar ya era candidato a implante coclear. Se había quedado completamente sordo. Al principio la idea no le gustó nada porque se había informado y había visto que «los antiguos implantes eran como una patata, eran grandísimos, pero cuando me mostraron cómo iba a ser el mío y que podía elegir color...» la cosa cambió.

El 16 de diciembre del 2013 entraba en el quirófano en el Hospital Universitario Donostia, en San Sebastián, centro de referencia para el País Vasco y La Rioja, y salía horas después con la parte interna del implante colocada en el oído izquierdo. El 15 de enero del 2014 le instalaron el dispositivo externo, el que traduce el sonido en impulsos eléctricos que el cerebro se encarga de interpretar, básicamente, el que le permite oír. «Soy tu mamá y te quiero» fueron las primeras palabras que oyó Edgar. La versión de ese primer instante varía en función del protagonista. «Nos echamos los dos a llorar», dice ella. Él lo niega ruborizado. «No, yo no, exageras».

Un mundo nuevo

Un apunte a pie de párrafo se hace necesario para entender la reacción de este pequeño de grandes ojos verdes. Basta un dato: tiene 16 años y un mundo que todavía huele a papel de envolver a sus pies. Lo siguiente en escuchar fueron unos tacones que se acercaban por el pasillo del hospital donostiarra y ya en el coche, de regreso a Logroño, le dijo a su madre que tenía un ruido que, textualmente, no le dejaba vivir. Era el aire acondicionado del turismo. Sea como fuere, las barreras auditivas se derrumbaron de un plumazo ese 15 de enero. Al día siguiente volvió al colegio. Todos los sonidos eran nuevos, pero le molestaba especialmente el que emitía su profesor de dibujo; hasta tal punto que se les escapó: «Te quieres callar que te estoy oyendo mucho y me duele la cabeza». La espontánea reacción del chaval tuvo su reprimenda.

Con el paso de los días la vida de este joven, que se ha convertido en un estudiante excepcional, se fue normalizando no sólo en clase, sino también con los amigos. Se lo debe, dice, a su primo Nacho. «En realidad no es mi primo, pero como si lo fuera», cuenta, al tiempo que insiste en que le mencione en estas líneas como muestra de agradecimiento. Sale, va al cine y le encantaría ser actor. En un futuro estudiará arte dramático, pero hasta entonces continuará haciendo sus primeros pinitos en el mundo de la interpretación.

En breve, cuenta que recibirá clases de Fernando Gil, director de la empresa de espectáculos Tres Tristes Tigres. Pero eso será a partir de este jueves, 9 de abril. Ese día le colocarán el dispositivo externo del implante coclear del oído derecho que le instalaron en el quirófano el 12 de marzo. Una intervención que, al igual que la primera, le realizaron en el Hospital Universitario Donostia. ¿Qué espera de esta segunda operación? «Oír al máximo», contesta sin pensarlo. Pero lo mejor, dice la madre, es que sabrá de dónde procede el sonido porque ahora lo oye pero desconoce el origen. En este periplo hasta que se han derrumbado todos los muros auditivos Mario Muñoz y su hijo Miguel tienen mucho que decir. Son el padrastro y el hermanastro de Edgar. Con ellos ha consolidado una relación que cada día es más fuerte, especialmente con Miguel, a quien considera como un hermano. Mario ha sido testigo de la transformación de un pequeño al que conoció «deprimido y triste», que nunca quería ir al cine porque con el tiempo confesó que no oía nada. «Ha pasado de no oírnos a no querer escucharnos» comenta Miguel, mientras Edgar le mira, sonríe y calla.

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