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Dos madres que se han sucedido como superioras recorren algunas de las estancias monacales de clausura. :
Las 13 monjas de Santa Elena confían en la Providencia

Las 13 monjas de Santa Elena confían en la Providencia

Religiosas españolas e indias conviven en régimen de clausura en el desconocido convento najerino

CASIMIRO SOMALO

Sábado, 28 de febrero 2015, 22:40

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Siglos atrás, el Camino de Santiago tenía hospitales de peregrinos en numerosas localidades del trayecto riojano. Allí acogieron a menesterosos, pobres de solemnidad, truhanes, trileros, enfermos de lepra y sarna, rateros y gente de distinto pelaje que convivía cuando había caridad y necesidades.

De aquellos tiempos del camino de las luces quedan hoy los albergues y, claro que sí, muchas más herencias. Pero los tiempos nos han dejado pocos hospitales creados para atender a los peregrinos. En el mismísimo Camino, en pleno casco urbano de Nájera (antes fuera del recinto), se encuentra el viejo hospital de peregrinos convertido en el siglo XVI en un convento que hoy mantienen como pueden trece monjas de clausura de las Franciscanas Clarisas. El convento de Santa Elena de Nájera no lo conocen hoy muchos vecinos de la zona y muy pocos caminantes saben de él. Tal vez porque la iglesia es hoy la única zona del enorme recinto que está fuera de la clausura.

Pero, siglos después de su transformación de hospital a convento (hacia la mitad del siglo XVI), quienes lo habitan y mantienen (13 monjas, cinco jubiladas españolas y ocho jóvenes de la zona cristianizada de la India por San Francisco Javier) son capaces de repartir más de 200 bocadillos diarios durante dos meses a todos los temporeros de la vendimia aunque no tengan ni para su propia subsistencia. «Dios proveerá», dice sor Felisa, nacida en Viana (Navarra), doce años de abadesa con una alegría cargada de una espiritualidad y esperanza frente a la mayor adversidad de las que hoy no se ven.

El convento de Santa Elena no parece lo que es, ni muchísimo menos. Está plantado en lo que fue el Camino de Santiago, en el extrarradio de la ciudad en su tiempo. Una fachada del XVI, de piedra, deja intuir que allí hay algo más de lo que se muestra por fuera. Salvo la iglesia, el interior es un mundo de clausura. La iglesia tiene un hermosísimo retablo barroco, que necesita una limpieza, y un enorme espacio interior lleno de rincones, pasillos, celdas y viejas instalaciones que se han ido recuperando a la buena de Dios por la propia congregación y algunos personajes que han donado sus ayudas desde el anonimato.

Llama la atención toda la estructura, la distribución y las vigas de un roble esplendoroso, cuyo armazón resistirá bastante más que cualquier otro edificio moderno y de materiales novísimos. Pasillos, celdas e infinidad de arcones de distintas épocas. Poco arte, unos pocos libros, y algún recuerdo de los viejos cantorales vendidos en tiempos de hambruna (por 25.000 pesetas, nos dicen) y algunas tallas de notable interés y con memoria.

Las religiosas abren puertas y ventanas, habitaciones y celdas, pasillos y recovecos para mostrarnos lo que no está a la vista de todos los días: los espacios de clausura. Ellas mismas reconocen que los najerinos -y todos los demás, claro- tendrían que tener más posibilidades de acceso para conocer lo que allí guardan. La clausura es un compendio de restauraciones puntuales que se han ido realizando antes de que vayan generando más problemas: reparación de desconchados, humedades y hasta saneamiento. Y todo realizado en distintas épocas, gracias a las donaciones de los fieles y al trabajo de las religiosas -entre el contingente español, hay dos navarras, una de Valladolid, otra gallega y una de la localidad riojana de Brieva-.

Sorprende la alegría y la disposición de personas que llevan en clausura hasta 60 años. Pero mucho más sus ganas de seguir batallando, de resistir, de trabajar, de sentirse útiles y de ganarse la vida. Ellas son de las que no tiran la toalla aun cuando se hayan quedado sin trabajo después de haber realizado una inversión cuantiosa para lavar y planchar ropa para distintas órdenes religiosas. De hacer tornillos o de lo que haga falta. Quieren trabajar y servir a la comunidad.

Años atrás tenían hasta vacas, gallinas y cerdos para su mantenimiento. Sor Felisa lleva 60 en Nájera. «Hombre, de comer no nos falta -señala-; estamos muy agradecidas a todos los benefactores. Siempre nos han ayudado. Hoy tenemos unas relaciones excelentes con Valvanera, nos ayudan mucho. La Providencia nos sacará adelante».

Sin embargo, hoy quieren hacer algo que reporte ingresos para mantener la comunidad. Cuentan que se han cerrado hasta quince conventos. Y no lo pueden obviar. Es su referencia permanente. Se plantean abrir una pequeña tienda para vender productos como licor de Valvanera, miel de la zona y establecer una máquina para ofrecer café y agua a los peregrinos... Poca cosa.

Inevitablemente, hay que pensar en todo el conjunto de las instalaciones. Mantenerlas no es fácil. Las Franciscanas Clarisas han acondicionado una parte de la clausura para poder habitarla. Pero... ¿Y el resto? Hoy se están abriendo nuevos albergues por todo el Camino. Santa Elena, tiene instalaciones para recuperar el viejo espíritu hospitalario del Camino de las Luces y mantener a la vez el misticismo de la clausura.

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