Borrar
Dos visitantes trepan con ayuda de una cuerda para acceder a las salas interiores.
Pintadas en las entrañas de Torrecilla

Pintadas en las entrañas de Torrecilla

La aparición de una señales pintadas con spray han agudizado el deterioro que arrastra este valioso recurso natural desde hace años

PILAR HIDALGO

Lunes, 25 de agosto 2014, 00:01

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Dicen que Cueva Lóbrega proporciona la dosis justa de aventura. Y no les falta razón. El camino se inicia en Torrecilla en Cameros y durante más de media hora exige remontar un collado desde el que se avistan a lo lejos, pequeñitas, la capital de los Cameros y la localidad vecina de Nestares. En lo alto de un macizo calizo, sobre un precipicio no apto para miedosos ni para los que sufran de vértigo, se abre el primer yacimiento arqueológico estudiado en La Rioja.

Lleva allí toda la vida. Contemplando a sus pies el plácido discurrir del Iregua y, desde hace unos cuantos siglos, también a la 'morada' de la patrona de los torrecillanos: la ermita de Nuestra Señora de Tómalos.

Cueva Lóbrega ha escrito una página destacada en la historia de esta región. En esta cavidad el antropólogo y paleontólogo francés Louis Lartet encontró en 1866 el cráneo de un varón que vivió allá por el Neolítico y otros fragmentos óseos, que constituyen los restos antropológicos más antiguos hallados en La Rioja. La calavera se descubrió en el 2006 en un cajón del instituto Sagasta, en Logroño.

Cueva Lóbrega sirvió para documentar al primer riojano primitivo. Pero los renglones que de un tiempo a esta parte escribe esta gruta salvaje, muy conocida en La Rioja, son mucho más torcidos, sucios y bastante menos anónimos.

Fe del paso

Los pasillos de esta cavidad están llenos de inscripciones que dejan constancia del paso de miles de visitantes durante décadas. Siglos incluso. En los últimos meses también han aparecido una serie de señales realizadas para marcar el camino por sus 455,20 metros de espeleometría. Y eso que la caverna sólo cuenta con un punto de acceso y hay que regresar por el mismo lugar. Es la gota que ha colmado el vaso.

«Llevamos tres o cuatro años que la cueva sufre un deterioro importante a nivel turístico, porque viene mucha gente de fuera que no le da importancia», denuncia Josechu, un enamorado de esta gruta y quien junto a Diego Martínez acompaña a cuantos en Torrecilla quieren visitar este magnífico recurso del patrimonio natural del municipio.

Pareciera como si las paredes de esta caverna se hubieran convertido en un improvisado 'libro de visitas'. Antes de penetrar en la cueva, 'Tato' y 'Cho' dejaron su saludo con spray azul en la misma entrada. No fueron los únicos. Hay una retahíla de nombres que marcaron para la posteridad su paso por esta cavidad que se adentra en las entrañas del Camero Nuevo.

Las pintadas salpican el recorrido desde el principio hasta el final. Curiosamente, en una de las salas del último tramo puede leerse 'Práxedes Mateo Sagasta'. Josechu señala que no se sabe a ciencia cierta si el insigne político torrecillano del último cuarto del XIX se adentró en Cueva Lóbrega, aunque tampoco lo descarta. «Está escrito con caligrafía de escuela», resalta. Y justo debajo hay varios nombres más fechados en 1912 y 1909.

El guía considera que quizá a estos autógrafos de más de un siglo se les pueda atribuir un cierto valor «histórico», pero que lo que no es de recibo son las flechas que han aparecido en los últimos meses con spray de colores para señalizar el recorrido. Josechu insiste en que, además del daño, esto carece de sentido. «Se trata de una cueva integral, por lo que entras y sales por el mismo sitio».

La degradación de este valioso recurso natural no cesa aquí. El espacio contiguo a la anotación de Práxedes Mateo Sagasta lleva dos años teñido de azul. «Da la impresión de que han cogido papel de calco para copiar las firmas», apunta.

Estropajo y cepillo

Así que cuando llega el otoño y disminuye el flujo de visitantes, este apasionado de Cueva Lóbrega y su amigo Diego cogen un estropajo de acero y un cepillo de aluminio y se ponen a limpiar las pintadas que han dejado otros. También a recoger la basura que encuentran: latas, pilas, bolsas...

Estos daños a la roca aún pueden aminorarse. Otros no. Josechu muestra cómo en determinadas zonas de la gruta hay estalactitas seccionadas y excéntricas (un tipo de espeleotemas) cuarteadas. Así, en las paredes se observan algunos ronchones de color marrón pardo o de marrón claro, que evidencian que albergaban formas que alguien arrasó.

«Desde hace tres años hay una mayor afluencia de personas y debería establecerse un control», opina el guía como medida para evitar los desmanes que se suceden en Cueva Lóbrega. «Habría que concienciar a la gente de que cuando vienen no tienen que dejar ningún residuo, ni romper nada», abunda.

Josechu no aboga por que la gruta se cierre. Cueva Lóbrega permanece abierta y en estado salvaje desde hace miles de años y estos constituyen precisamente sus grandes atractivos y lo que atrae a muchos amantes de un poco de aventura. No tiene nada que ver con las grutas de Ortigosa de Cameros, explotadas turísticamente y con recorridos facilitados por una pasarela que las hacen aptas para todos los públicos. En Cueva Lóbrega hay que subir por una cuerda, saltar entre rocas y gatear.

Pero engancha y por eso piden que se cuide. «Debemos mantener el patrimonio que tenemos en Torrecilla en Cameros y en La Rioja», insiste Josechu, quien concluye que «el mejor recuerdo que te puedes llevar de Cueva Lóbrega es que nadie sepa que has estado allí».

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios