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MERCEDES GALLEGO CORRESPONSAL
Jueves, 10 de mayo 2018, 00:14
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nueva york. Donald Trump estuvo dispuesto anoche a perder el sueño para recibir en persona a los tres estadounidenses que Corea del Norte ha mantenido presos para canjearlos en las negociaciones antinucleares. Con ello se cuelga una medalla que algunos quieren elevar al Nobel de la Paz y se prepara para anunciar la fecha y sede de la histórica reunión con Kim Jong-un.
No es cierto que haya conseguido lo que intentaron todos sus antecesores, como gusta decir, porque dos de los tres liberados ni siquiera habían sido detenidos cuando Trump fue investido presidente. Con todo, Pyongyang dice que esta concesión ha sido la más difícil. El propio Kim ha estado involucrado en ella desde que a inicios de abril los prisioneros fueron trasladados a un hotel a las afueras de la capital, donde han recibido tratamiento médico y psiquiátrico. Como consecuencia, los tres subieron al avión de EE UU por su propio pie y aparentan tener buena salud.
Se evitaba así la pifia de entregar a un moribundo en coma, como ocurrió con el estudiante Otto Warmbier en los últimos días de Obama. El joven de 22 años falleció tres días después y se convirtió en un símbolo de la brutalidad del régimen. Como él, los tres liberados ayer habían sido acusados de espionaje y actividades «hostiles» al régimen. Los profesores Tony Kim, de 59 años, y Kim Hak-song, de 55, llevan un año en prisión, mientras que el preso más antiguo es Kim Dong Chul, un empresario hotelero de 64 años, casado y con dos hijas, que fue detenido en octubre de 2015.
La Casa Blanca había expresado que vería su liberación como un gesto de buena voluntad. Después de eso al secretario de Estado, Mike Pompeo, le costó solo 90 minutos de reunión.
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