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Francisco junto a un grupo de refugiados rohinyás en una reunión ecuménica e interreligiosa por la paz, en el Arzobispado en Daca. :: E. F. / efe
«La presencia de Dios también se llama rohinyá»

«La presencia de Dios también se llama rohinyá»

El Papa había evitado citar a esta minoría musulmana por el temor de los católicos de Myanmar a las represalias

DARÍO MENOR

DACA.

Sábado, 2 de diciembre 2017, 00:39

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Francisco contempló ayer con sus propios ojos el sufrimiento de los rohinyá y escuchó sin intermediarios el drama que esta minoría musulmana afronta desde hace tres meses, cuando el Ejército birmano desató una campaña de limpieza étnica que ha llevado a más de 650.000 personas a refugiarse en el vecino Bangladés. En un encuentro interreligioso celebrado en Daca, el Papa escuchó los testimonios de muerte y horror de 16 miembros de esta comunidad, y por fin les llamó por su nombre, pronunciado un término considerado tabú en Myanma.

«No cerremos los corazones. No miremos a otra parte. La presencia de Dios hoy también se llama rohinyá», dijo Jorge Mario Bergoglio en un breve discurso improvisado al final de la ceremonia interreligiosa celebrada en el Palacio Arzobispal de Daca. Llegó al escenario montado en un 'rickshaw', uno de los populares triciclos de tres ruedas que sirven de taxi por las calles de Bangladés.

Miedo del traductor

«Me disculpo por todos los que os han hecho mal y la indiferencia general», afirmó el Papa

Hasta ayer el Papa se había cuidado mucho de pronunciar el término 'rohinyá' durante este viaje por el sureste asiático. Seguía así los consejos de la Iglesia de Myanmar, que temía que una posición clara del líder católico pudiera desatar represalias por parte de las autoridades de Naipyidó o de los extremistas budistas.

Pero se emocionó y se dejó llevar al tener delante a refugiadas como Swakat Ara, una huérfana de 12 años cuyos padres y dos hermanos fueron asesinados por los militares. De entre sus familiares solo le queda un tío, herido además de bala en un brazo. Otro de los desplazados que saludó era Sayeda Aktar, de 21 años, que llevaba en sus brazos a la pequeña Nur Asia, de 3. Sus suegros perecieron en un ataque del Ejército.

Menos suerte que Sayeda tuvo Mohammed Ayub, de 32 años, que tenía un niño de la misma edad que Nur Asia al que los uniformados mataron. «El Papa es el líder del mundo. Él debía decir el término 'rohinyá' porque es lo que somos desde hace generaciones», comentó Mohammed. Que Bergoglio optara al final por utilizar esa palabra causó enorme sorpresa entre las alrededor de 5.000 personas que participaron en el acto, hasta el punto de que el sacerdote que le traducía del italiano al inglés optó por evitar el polémico vocablo.

Con tono compungido, el Papa se hizo partícipe del drama que vive esta minoría musulmana hasta el punto de que se disculpó en nombre de «todos los que os han hecho mal» y por «la indiferencia» general con la que la comunidad internacional ha respondido a esta crisis. «Sois también imágenes de Dios vivo. Vuestra situación es muy dura», reconoció, pidiendo de nuevo «ayuda» para esta población cuya situación consideró consecuencia del «egoísmo del mundo».

Algunos de los refugiados acabaron llorando en esta ceremonia que se convirtió en el momento cumbre de la gira del Papa por Myanmar y Bangladés, de donde volverá hoy a Roma. Antes de despedirse de ellos, prometió que seguirá haciendo «todo lo posible» por ayudarles.

Liberación del cura raptado

Con esta cita organizada por Cáritas, que presta asistencia a 200.000 desplazados, Francisco se quitó una espinita, ya que su deseo hubiera sido viajar hasta alguno de los campamentos donde malviven los rohinyá en los alrededores de Cox's Bazar, al sureste del país. Lo confirmó Moses Costa, arzobispo de Chittagong, el territorio eclesiástico al que pertenece Cox's Bazar.

«Al Santo Padre le hubiera gustado, pero el Gobierno no lo permitió por motivos de seguridad. Entendemos que hubiera causado problemas además con Myanmar», explicó poco antes de la misa en la que Francisco ordenó a 16 nuevos sacerdotes ante unas 100.000 personas. Después de la ceremonia llegó una buena noticia para los católicos locales: el sacerdote Walter William Rosario, que permanecía secuestrado desde el pasado lunes, había sido puesto en libertad.

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