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La isla de Diogué, en la desembocadura del río Casamance, es punto de partida de rutas de emigración. :: luis de vega
El agujero negro de Senegal

El agujero negro de Senegal

La reciente violación de tres turistas españolas refleja el clima de inseguridad que sufre la región de Casamance

GERARDO ELORRIAGA

Lunes, 29 de enero 2018, 00:31

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Las credenciales democráticas de Senegal se cuartean en el conflicto de Casamance. Hace 35 años que esta región, situada en el sur del país, sufre un conflicto bélico de baja intensidad de carácter secesionista. El asalto y violación de tres turistas españolas ha proporcionado visibilidad a este drama antiguo, secuela del arbitrario reparto colonial. El incidente tuvo lugar el pasado jueves, tan solo tres semanas después de que se produjera otro bárbaro episodio. Entonces, catorce leñadores locales fueron asesinados por desconocidos. Como sucede en otros escenarios africanos, la guerra ha impulsado la marginación social y económica, y generado un clima de violencia en el que convergen guerrillas, militares, autodefensas locales e intereses surgidos y crecidos en el ámbito de la impunidad.

Las playas oceánicas, a cuatro horas de vuelo de Madrid, pueden perder su atractivo tras la agresión sexual colectiva. Francia, antigua potencia colonial, había levantando la recomendación de eludir la zona tras el alto el fuego en vigor dictado por una de las milicias combatientes y ya se aventuraba un nuevo clima favorable al desarrollo. Lamentablemente, los últimos hechos evidencian una mayor complejidad.

EL DATO

La masacre de los taladores ha impulsado la represión militar, mientras la opinión nativa apunta a conflictos entre quienes detentan el negocio ilegal de la tan apreciada madera de teca. Al igual que en Congo, la falta de controles ha permitido la rapiña de recursos y los negocios furtivos impiden la resolución definitiva del problema.

Convergen guerrillas, militares, autodefensas locales e intereses crecidos en la impunidad

La distancia y el aislamiento también incentivan el conflicto. Casamance permanece lejos de la preocupación incluso de los propios senegaleses. El territorio se halla separado del resto de la república por Gambia, un corredor en torno al río del mismo nombre, y la comunicación es fundamentalmente marítima. Además, las diferencias se extienden al paisaje físico y humano. Frente a la sabana y los paisajes semidesérticos del norte, la zona alberga bosques subtropicales alrededor del cauce del mismo nombre y los manglares colindantes. La composición de su población, de etnia diola, fulani o mandinga, también resulta distinta de la septentrional, de mayoría wolof.

Su peculiaridad propiciaba un destino diferente, pero la suerte de la región fue decidida a finales del siglo XIX, cuando fue desgajada de los dominios portugueses y entregada a París. La independencia de Senegal se llevó consigo los afanes independentistas de su élite nativa, frustrada por un diálogo imposible con el nuevo régimen de Dakar. Al parecer, el presidente Leopold Sedar Shengor, humanista y panafricanista, careció de tiempo y voluntad para atender las misivas del padre Augustin Diacoumane, director del seminario de Ziguinchor, que le apremiaba al diálogo con los representantes de la sociedad de Casamance.

El religioso se convirtió en el adalid del independentismo, aunque sus pretensiones eran obtener una paz que colmara el deseo de justicia y desarrollo. Sin embargo, la represión reemplazó a la indiferencia cuando las protestas llenaron las calles y las enseñas nacionales fueron despojadas de sus mástiles. El fenómeno dio lugar al Movimiento de Fuerzas Democráticas (MFDC) y la aparición de una milicia contraria a la lejana y hostil Administración.

La lejanía, la falta de infraestructuras y el apoyo tácito a la rebelión de Gambia y la vecina Guinea Bissau, alentaron los choques desiguales entre guerrilleros y el ejército nacional. Desde entonces, al igual que en otras crisis del continente, las negociaciones se han intercalado con la confrontación armada.

División en dos frentes

El denominado granero de Senegal disfruta de una precaria paz desde los acuerdos de 2004, firmados por el gobierno central y los separatistas. La desmovilización definitiva ha sido el objetivo de negociaciones posteriores con el Frente Norte, una de las dos bandas surgidas de la división de la organización matriz, mientras que el Frente Sur mantiene oficialmente el estado de beligerancia.

La desaparición del dictador gambiano Yahya Jammeh, uno de los apoyos de los insurgentes, también parecía alentar otro clima y nuevas conversaciones. Pero la realidad actual es una situación de estancamiento, sacudida por nominales avances, que favorece a los poderes de facto, tanto a aquellos que representan el poder central como a las autoridades surgidas de la guerrilla.

El resultado es paradójico porque permite la pervivencia de uno de los conflictos armados más antiguos del continente en el seno del único país africano que puede vanagloriarse de no haber sufrido nunca un golpe de Estado.

fue el año en el que el Gobierno y los grupos separatistas firmaron un precario acuerdo de paz.

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