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Sobre el cuadrado negro estaba la jaula en la que el Daesh encerraba a los condenados a muerte. :: m. a.
«Los tuvimos que aceptar, tenían  la fuerza y venían para siempre»

«Los tuvimos que aceptar, tenían la fuerza y venían para siempre»

Deir Hafer fue un gran bastión del Estado Islámico en Siria y sus habitantes intentan ahora olvidar el horror vivido bajo el califato

MIKEL AYESTARAN

DEIR HAFER (SIRIA).

Lunes, 29 de enero 2018, 00:31

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Un cuadrado de color negro perfectamente marcado en el suelo es todo lo que queda de la jaula que el grupo yihadista Estado Islámico (Daesh) levantó en el centro de Deir Hafer, gran bastión de los seguidores del califa en la provincia de Alepo y a las puertas de la de Raqqa, para encerrar a los condenados a muerte. «Aquí los traían y les cortaban la cabeza. Luego crucificaban los cuerpos decapitados durante tres días en estos árboles», recuerda Mohamed Abdulatif, trabajador del hospital local, que hacía lo posible por evitar asistir al macabro espectáculo. Camina sobre las líneas negras pensativo y se queda en silencio frente a estos árboles con un pasado teñido de sangre. Cuando le tocaba pasar por aquí, apartaba la mirada.

La plaza está presidida por una enorme bandera nacional y ha sido renombrada como 'plaza de los mártires', incluso hay unas flores en recuerdo de los asesinados, pero para la mayoría de vecinos sigue siendo 'plaza de las ejecuciones' y así es como se refieren a ella. Imposible borrar ese recuerdo en los diez meses que han pasado desde que el Daesh fue expulsado por el Ejército sirio.

Los cuerpos no se entregaban a las familias, «los tiraban a la basura o los dejaban para los animales», recuerda uno de los vecinos de esta localidad de 35.000 habitantes en la que los yihadistas contaban con una importante base militar, una fábrica de armas y varios hospitales de campaña... hoy casi todo reducido a escombros tras los bombardeos aéreos de Rusia. A diferencia de otros lugares liberados de manos del Daesh, en éste solo han sufrido daños los centros de mando empleados por los yihadistas y el resto del núcleo urbano permanece en pie, lo que ha hecho posible que la vida se recupere con rapidez.

TESTIMONIOLos cuerpos de los ejecutados «los tiraban a la basura o los dejaban para los animales»

La historia de Deir Hafer, que los yihadistas renombraron como Deir Fatah (la casa de la conquista) es la misma que se repitió en el resto del califato. Esta zona se levantó contra el Gobierno de Damasco en 2011 y pronto cayó en manos del Ejército Sirio Libre (ESL). Con el paso de los meses, el Frente Al-Nusra, brazo local de Al-Qaida, se impuso sobre el ESL y, finalmente, tras una dura lucha interna entre facciones islamistas, el Daesh incorporó la ciudad al califato. Siete años después, los ciudadanos vuelven a estar bajo control de las autoridades de Damasco y las banderas nacionales y las fotografías del presidente, Bashar el-Asad, son omnipresentes.

«Los tuvimos que aceptar, no había otro remedio porque tenían la fuerza y decían que venían para siempre... hasta que huyeron como cobardes cuando el Ejército los cercó», apunta Radwan Hamsal, que ha abierto el primer restaurante desde la caída del califato. Fuma y habla. Habla y fuma. El vicio del tabaco le costó varios latigazos y «hasta doce cursos de arrepentimiento, también me sancionaron por hablar con una mujer a menos de cuatro metros de distancia. Si las agencias de seguridad del régimen dan miedo, ellos daban terror con solo verles acercarse», apunta a las puertas de su establecimiento de comida rápida.

Una rica zona rural

La calle principal es una sucesión de comercios donde se vende sobre todo fruta y verdura, todo procedente de esta zona rural tan rica. El Gobierno ha reabierto la escuela, el centro de salud y hay servicio de agua corriente y de agua para riego. Para asegurar la zona se ha recurrido al alistamiento de jóvenes de la propia Deir Hafer, que han pasado de vestir los 'salwar kamize' obligatorios del califato, a los uniformes militares. El vacío de poder después de tanto tiempo fuera del control del Gobierno lo llena el partido Baaz, desde cuya oficina se organizan los servicios básicos para los ciudadanos. Este esquema se repite en todas las zonas recuperadas de manos del Daesh y otros grupos armados de la oposición.

«Una de las claves para que esto no vuelva a repetirse es la educación, debemos quitar de las cabezas de niños y jóvenes las ideas violentas y educarles en la tolerancia», explica Husein al-Hamud, profesor de educación secundaria, que se ha sumado a las milicias locales para fortalecer las medidas de seguridad. Husein camina entre los escombros de una antigua comisaría, cercana al cementerio, para mostrar los eslóganes y banderas del grupo que aún se conservan en algunas paredes. Llevará mucho tiempo borrar la herencia del califato.

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