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Róterdam acoge a más de 625.000 habitantes de 170 nacionalidades diferentes. :: adolfo lorente
Holanda saborea su resaca más dulce
ELECCIONES

Holanda saborea su resaca más dulce

Róterdam es una de las ciudades más cosmopolitas y que mejor refleja qué ha ocurrido en unas elecciones con un enorme eco mundial

ADOLFO LORENTE

Domingo, 19 de marzo 2017, 00:57

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Había varias opciones sobre la mesa. ¿Dónde saborear la resaca electoral más dulce? Perdió Wilders. Ganó Rutte, ganó Holanda, ganó Europa. ¿Amsterdam? Quizá, aunque muy predecible. Esa no era la batalla de la ultraderecha. ¿La Haya? Podría ser, pero demasiado trillada por la prensa internacional. ¿Y Róterdam? Voilà. Si se trataba de retratar qué está pasando en los Países Bajos en un momento tan delicado para la Unión Europea, era la ciudad idónea. Así fue. ¿Por qué? Por cosas como estas...

Es una de las grandes ciudades del país. Moderna, rica, cosmopolita, vanguardista... En lo arquitectónico, una visita ineludible para fans y estudiantes. En lo turístico, atractiva con sus famosas casas cúbicas o el imponente nuevo mercado llamado 'Markthal'. En lo económico, basta con recordar que tiene el puerto más grande de Europa y el segundo del mundo. ¿En lo cultural? Acoge a más de 625.000 habitantes de 170 nacionalidades, de los que un 13% son musulmanes. De hecho, tiene la mezquita más grande del país. ¿Y en lo político? Paradójica, compleja, extraña... Su alcalde desde 2009 es un inmigrante marroquí de doble nacionalidad que se llama Ahmed Aboutaleb y que pertenece a los socialdemócratas del PvdA, un partido vapuleado en las elecciones al caer de 38 a nueve escaños. En las generales de 2012 arrasó en Róterdam con el 32% de los votos y el miércoles, no llegó ni al 7%.

En la ciudad, todo quedó en un mano a mano entre los liberales del primer ministro, Mark Rutte, y el populista Wilders. Ganó Rutte, pero fue un empate técnico: 16,4% de los votos, frente al 16,1%. El Partido por la Libertad del xenófobo holandés pasó de 36.860 a 52.658 sufragios, quedándose a 800 votos de una victoria que Wilders llegó a cantar en Twitter durante la madrugada electoral. ¿Por qué subió tanto? Por muchos motivos, pero sobre todo por el órdago de Recep Tayyip Erdogan al Gobierno de La Haya, que prohibió a varios ministros turcos ofrecer mítines el fin de semana a días de las elecciones holandesas. Cargas policiales, una crisis diplomática terrible... Si Turquía quería dar la nota, lo logró. Tanto, que casi da la victoria a Geert Wilders, el enemigo número uno del islam y los musulmanes.

Pero no. El jueves salió el sol y brilló como no lo había hecho en varias semanas teñidas de lluvia y depresivos grises. Metáforas y más metáforas. La batalla del relato sigue en pleno apogeo.

«Sobredimensión»

Róterdam es un constante ir y venir de bicicletas, una ciudad no apta para despistados. Lo primero que llama la atención es que no hay el más mínimo vestigio que sugiera que el día anterior Holanda vivió una de las elecciones generales más importantes en décadas. Nada. Ni un triste cartel en una farola. «Sinceramente creo que todo se ha sobredimensionado. No entendemos la obsesión de la prensa internacional por nosotros», confiesan Karl y su amigo Ruud, que esperan el tranvía en Coolsingel, la avenida que vertebra la ciudad. Uno votó por Rutte -«la estabilidad siempre es buena»- y el otro por la 'estrella' de la jornada, el 'verde' Jesse Klaver. «Eso sí, tenemos muchos amigos y conocidos que han votado por el partido de Wilders. Como siempre han hecho y seguirán haciendo», aclaran.

Sus palabras suponen un baño de realidad que confirma la sobredosis de dramatismo inyectada desde Bruselas y el resto de capitales europeas, sobre todo París, que ha entrado en pánico ante la posibilidad de que gobierne Marine Le Pen. Quizá lleven razón, pero también es cierto que todas las encuestas daban ganador a Wilders gracias al éxito del 'brexit' y la victoria de Donald Trump. El esperpéntico líder quería hacer historia para tomar las riendas de su país y así poder cerrar las fronteras o salirse del euro. Era el ahora o nunca y desde esta perspectiva fracasó pese a ser la segunda fuerza, algo que jamás había logrado.

Son datos. Consiguió 20 de los 150 escaños en juego. Cinco más que en 2012, cierto, pero cuatro menos que en 2010. Y en aquel año ninguna cadena internacional abrió los informativos con las elecciones holandesas. «Mucha gente está harta y esto no puede seguir así. Claro que voté por Wilders y lo seguiré haciendo, su mensaje es el más claro y el que necesita este país», asegura Anita.

Lo hace al otro lado de la barra del bar 'Costa del Sol', ubicado en el 73 de la calle Slaghekstraat. «No soy española. El marido de la anterior propietaria era español y dejamos el nombre», explica. Esto es otro Róterdam, sin duda. Es el barrio obrero e inmigrante de Feyenoord, donde se levanta una de las mezquitas más grandes de Europa y la mayor de Holanda. Se encuentra a sólo cinco minutos del 'Costa del Sol', cuya terraza ofrece dos realidades diferentes: muchísima inmigración y holandeses de clase baja.

A Anita le dan igual el rescate griego o la conmemoración del Tratado de Roma. Para ella, Europa se resume en Schengen y en la libre circulación de personas, en que «los de fuera tienen ayudas para todo y muchos de aquí no tienen trabajo o no pueden tener una casa digna», asegura. «Este es un país de inmigrantes y nunca ha habido problemas. El problema de ahora no sólo son los marroquíes, también rumanos y búlgaros que vienen aquí a trabajar muy barato y luego se llevan el dinero a su país. El control de las fronteras es imprescindible y esto es lo que dice Wilders. Mira el lío que nos han montado los turcos», asegura. Preguntada por Trump y su 'American, first', ni lo duda. «Debe ser así», zanja.

La mezquita más grande

El imán de la mezquita, la Mevlana Mosque, se llama Azzedine Karrat. Tiene sólo 30 años y tiene una «muy buena imagen en la ciudad por su espíritu conciliador», explica Wam, un amabilísimo jubilado que hace las veces de cicerone en el tranvía camino a Feyenoord. «Yo voté por el Partido Socialista. Siempre lo he hecho. Procedo de una familia inmigrante pero la inmigración de antes nada tiene que ver con la de ahora», señala al ser preguntado por el fenómeno Wilders. «Pero esto no es nuevo», matiza. Sigue el baño de realidad.

Junto a la mezquita se ven los primeros vestigios de las elecciones en una valla. Dos chicas jóvenes, muy educadas, excusan en un perfecto inglés la ausencia del imán, que se encuentra fuera por motivos de trabajo. Es nombrarles el apellido Wilders y guardar silencio. Karrat, sin embargo, nunca ha eludido su órdago islamófobo movilizándose activamente en la campaña en favor de una Holanda plural y liberal.

Lo fue, lo es y lo seguirá siendo. La inmigración y la globalización han llegado para quedarse. También Wilders, que aunque quizá haya sido sobrevalorado, subestimarle ahora sería el mayor error.

En Róterdam, de momento, sigue brillando el sol.

«Sinceramente, todo se ha sobredimensionado. No entendemos la obsesión de la prensa internacional por nosotros»

Votó a Wilders porque cree que «los de fuera tienen ayudas para todo y muchos de los de aquí no pueden pagarse ni una casa digna»

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