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ADOLFO LORENTE
Domingo, 19 de febrero 2017, 01:09
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Comienza el carrusel electoral de inciertas y quizá dramáticas consecuencias para el club de clubes, para una UE cuya flor se está quedando sin pétalos. Me quiere, no me quiere. Seguiremos vivos, acabaremos autodestruidos. La flor se marchita, veremos qué sucede con el tulipán holandés. Porque el 15 de marzo, los Países Bajos se convertirán en el banco de pruebas del populismo europeo. En primavera vendrá Francia, el gran peligro, y en septiembre, Alemania. La extrema derecha se ha levantado en armas y quiere acabar con todo lo que huela a Bruselas comunitaria diciendo mentiras o apelando a los instintos más bajos. Sólo cabe ganar y las encuestas son sus aliadas. Pero ganar, ojo, no significa gobernar y este es el clavo ardiendo al que se aferra Europa. La nueva amenaza se llama Geert Wilders, un xenófobo y eurófobo de manual.
El carrusel comenzará el 15 de marzo, aunque en realidad empezó hace ya un par de meses, cuando la extrema derecha estuvo a un paso de hacerse con la simbólica presidencia de Austria. Al final, ganó el veteranísimo Alexander Van der Bellen. El martes, por cierto, intervino en la sesión plenaria del Parlamento Europeo celebrada en Estrasburgo. Su discurso fue una andanada contra el antieuropeísmo: «Destruir Europa es muy fácil, pero reconstruirla puede llevarnos decenios». Terrible.
El momento es crucial. «Necesitamos liderazgos sólidos. Ser contundentes. A corto plazo quizá no estamos tan mal o no tan mal como siempre tendemos a decir. Siempre hay una cierta sobreactuación. No se trata de alinearse contra nadie, sino de defender el proyecto europeo y, sobre todo, sus valores», explica Salvador Llaudes, investigador de Elcano.
Holanda, uno de los seis países fundadores de la UE, es la primera gran prueba de fuego del populismo europeo en la era de la posverdad liderada por Donald Trump, que tiene fans por doquier en el Viejo Continente. Uno de ellos es Geert Wilders, un veterano político que en el 2004 creó el Partido por la Libertad (PVV) para combatir al euro y al islam, y que ahora está a punto de convertirse en el vencedor de las elecciones con un lenguaje radical y xenófobo hacia los musulmanes calificando las mezquitas como «templos nazis». «Recuperaremos nuestro país. Cerraremos las fronteras y pondremos fin a todo el dinero que damos a los países extranjeros», ha prometido en campaña.
Lejos de la mayoría
En las elecciones del 2012 fue la tercera fuerza con 15 de los 150 escaños. Ahora, lidera las encuestas con 29. Muchos, sí, pero a un mundo de los 76 que marcan la mayoría. Ahora, los Países Bajos están gobernados por una coalición entre los liberales -liderados por el primer ministro Mark Rutte (VVD)- y los laboristas, cuya rostro más conocido es su ministro de Finanzas y presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem. Mientras los primeros suman 41 escaños, los segundos, 38. Ahora, las encuestas les dan 28 y 11, respectivamente. Dicen que gobernar desgasta, pero esto... La palabra descalabro se queda corta.
Según los sondeos, hasta ocho partidos podrían sacar más de diez escaños, lo que hará que internar formar Gobierno se convertirá en el más difícil todavía. El futuro Ejecutivo podría estar formado por al menos cuatro o cinco grupos, algo que no se veía desde 1972 y que será todo un reto incluso para países con tanta tradición pactista como éste. «Al final, pactarán y gobernarán, no hay otra salida», vaticina Stephane Alonso, corresponsal comunitario del periódico 'NRC Handelsblad'.
¿Y por qué? Porque todos, todos, se han comprometido a no pactar con Wilders, al considerarlo poco más o menos que un peligro público. «No digo ni el 0,5% de posibilidades de pactar con él. Hay cero», proclamó hace unos días Rutte en Twitter. Ya lo hizo en el 2010 y le dejó tirado a las primeras de cambio, lo que provocó que hubiera elecciones anticipadas en el 2012. El resto de líderes de las más diversas formaciones también ha dicho 'no' a Wilders, que ha denunciado la actitud «antidemocrática» del resto. «No pueden ignorar a mis 2,5 millones de votantes», dijo.
La pregunta es obligada. ¿Qué está pasando en un país tan avanzando y moderno como Holanda? ¿Por qué un tipo tan estrambótico como Wilders puede ganar las elecciones? «Hay varios factores, como el miedo a la globalización. La gente teme por el futuro de sus hijos y es algo a lo que no están acostumbrados. Luego, obviamente, está el factor inmigración y seguridad, el discurso populista del miedo al extranjero cuando en Holanda, la integración se está haciendo mucho mejor que en Francia o Bélgica», explica Alonso, que identifica el 'Brexit' y la llegada de Trump como dos factores que han incendiado un debate clave durante la campaña que comenzó ayer.
Tan es así que el resto de formaciones, incluida la del actual primer ministro, se creen forzadas a reaccionar en un solo sentido: el de endurecer el tono para disputar la batalla del relato a Geert Wilders. Hubo un momento clave, el 23 de enero, cuando Mark Rutte publicó una carta abierta con un aviso a navegantes. «Si no te gusta cómo se vive aquí, vete. Aquí nos damos la mano. Y quien no sea capaz de entender algo tan básico, es mejor que se vaya. Pero ya», escribió después de conocerse que un musulmán se negó a dar la mano a una mujer durante una entrevista de trabajo.
Contrario a la Constitución
«Esta es la gran victoria de Wilders, que pase lo que pase siempre podría esgrimir que ha ganado. Si no lo hace en las urnas, dirá que al menos han imperado sus ideas y que el resto de partidos se han amoldado a ellas», advierte Llaudes. La situación es tal que el martes el Colegio de Abogados del país alertó del peligro de «socavar el Estado de Derecho» que se ha observado en los programas electorales de 13 partidos con representación parlamentaria.
Respecto al proyecto comunitario, la población holandesa aún sigue defendiéndolo pero cree que «puede funcionar mucho mejor de lo que lo hace», confiesa Stephane Alonso. «Durante la crisis -explica- se ha fomentado eso de que los del norte hemos pagado los rescates a los del sur y, aunque sea mentira, si lo dices muchas veces la gente termina creyéndolo».
Comienza el carrusel. Primera parada: Holanda, el banco de pruebas del populismo europeo.
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