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Ayaan Hisri recibe constantes amenazas por sus manifestaciones contrarias al Islam.
Las buenas somalíes

Las buenas somalíes

Las voces femeninas surgidas de la diáspora del país africano contradicen todos los parámetros de la corrección política

GERARDO ELORRIAGA

Domingo, 8 de enero 2017, 00:38

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El hijab que cubre la cabeza de Ilhan Omar acredita su fe y la distinguirá, tan pronto se convoque la primera sesión de la Cámara de Representantes, como la primera congresista musulmana en la historia de Estados Unidos. Los tópicos alrededor del extremismo de aquellas que utilizan el tocado islámico no se cumplen en esta política de origen somalí, adscrita a una formación local asociada al Partido Demócrata y de tendencias progresistas para los cánones locales. Su posición a favor de los más desfavorecidos y en pro del medioambiente la sitúan a la izquierda de un parlamento mayoritariamente escorado hacia posiciones mucho más conservadoras.

El triunfo de Omar parece la enésima materialización del sueño americano. La hija de refugiados se integra en la sociedad de acogida, enaltece sus virtudes democráticas e, incluso, logra representarlos en la escena legislativa. Su respaldo electoral desmiente las declaraciones de Donald Trump, que llegó a considerar el barrio de Cedar-Riverside, la 'Pequeña Mogasdicio' de la ciudad de Minneapolis, como un «desastre» que contribuye a la propagación del extremismo y la violencia de los partidarios del Estado Islámico en Norteamérica.

Pero el espectro ideológico de las somalíes es mucho más amplio y las contradicciones afloran cuando se cuestiona la religión. Existen ejemplos, algunos dramáticos, de esa ambivalencia y de lo engañoso de las apariencias. La familia de Ayaan Hirsi Ali también desciende de la clase dirigente de Somalia antes de que el país se desintegrara y, al igual que su compatriota, vivió en Kenia antes de llegar a Europa, trabajó con refugiados, estudió ciencias políticas y consiguió un acta de diputada dentro del Parlamento de Holanda, su país de acogida. Ahora bien, ella no sólo no se cubrió con el velo, sino que llegó a renegar de su credo. La joven aseguró que rompió con las enseñanzas del Corán después de que Bin Laden pretendiera sustentar el 11-S en las enseñanzas del libro sagrado.

Su pública manifestación contraria al Islam y, sobre todo, la colaboración con el director Theo Van Gogh en la elaboración de la película 'Sumisión', que aborda la presunta situación de opresión de la mujer musulmana, convirtieron la vida de Ali en un infierno. Las constantes amenazas, algunas a ritmo de hip hop, la llevaron a permanecer prácticamente en la clandestinidad. El asesinato del cineasta por un joven marroquí, que incluso intentó degollarlo, y problemas con su nacionalidad, la condujeron a Estados Unidos, donde reside actualmente.

Hoy, Ilhan Omar se ha convertido en la expresión progresista e inclusiva de la comunidad islámica en Estados Unidos, mientras que Ali, de convicciones ateas, recibe el repudio de los musulmanes yanquis y, asimismo, de quienes la consideran un peligro para la concordia. Una y otra han puesto de manifiesto la relatividad de las posiciones y la dificultad para cumplir con la necesidad tan contemporánea de ubicar lo políticamente correcto. Su seguridad, como la de la escritora bengalí Taslima Nasreem, se halla a cargo de organizaciones privadas como la Fundación para la Libertad de Expresión.

En el punto de mira

Las dificultades de Hirsi Ali revelan los riesgos de la discrepancia y las incoherencias internas del país que ejemplifica los valores occidentales. Por difundir su opinión, ha sido acusada de polarizar la sociedad y la comunidad musulmana local, tan orgullosa de Omar, la ha puesto en su punto de mira. El imán de la ciudad de Pittsburg ha reclamado que sea juzgada en un país islámico y el Consejo de Relaciones Islámico-Americanas consiguió que la Universidad de Brandeis, iniciativa de origen judío y ejemplo de liberalismo, retirara el título honorífico que le había concedido. La exiliada, ligada al 'think thank' republicano American Enterprise Institute, es partidaria del aborto y el matrimonio homosexual y se muestra contraria a los colegios confesionales.

Esa complicación para diferenciar a las buenas y malas somalíes, siempre según los esquemas de la maniquea corrección política, resulta aún más compleja en su tierra de procedencia. Ellas, extremadamente decorosas y cubiertas de arriba abajo con una prenda tradicional conocida como guntiino, han alcanzado protagonismo en la escena pública de la atormentada república y reúnen, por acuerdo previo a las últimas elecciones, el 30% de los escaños en la Asamblea recién constituida. Entre otros logros importantes, cabe destacar que, hace un año, Sahra Mohamed Ali Samatar, ministra de la Mujer y de Derechos Humanos, promovió la ley que prohíbe la mutilación genital femenina. Curiosamente, esta pionera ha condenado, asimismo, los rumores que apuntan a la aprobación de una norma que conceda el mismo estatus a toda la población, independientemente de su sexo, por ser, según sus palabras, contraria a la fe.

La vocación por la función pública en Somalia implica arrojo y, tal vez codicia, ya que su clase dirigente está considerada una de las más corruptas del mundo.

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