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Ilhan Omar es la primera somalí en el Congreso. afp
El Congreso de EE UU consagra la diversidad

El Congreso de EE UU consagra la diversidad

En contraste con la intolerancia de Trump, las minorías se hacen con varios escaños en ambas cámaras

MERCEDES GALLEGO

Domingo, 20 de noviembre 2016, 00:12

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Donald Trump ha ganado la presidencia con una retórica populista y antiinmigrante que teñirá la imagen de EE UU en el mundo como un país racista e intolerante, pero eso es sólo una de las muchas contradicciones de estas elecciones. Aunque se alce victorioso no es el candidato más votado, hasta el viernes Hillary Clinton tenía casi un millón y medio de votos más que él, a falta de dos estados por cerrar la cuenta. Algunos se atreven a augurar que cuando California presente sus números la que pudo haber sido la primera mujer presidenta tendrá cerca de dos millones de votos más, para bochorno histórico de su rival.

Será la segunda vez en que un presidente llegue a la Casa Blanca sin el voto popular. En ambos casos el damnificado ha sido del Partido Demócrata, con Al Gore como precedente contemporáneo, por lo que no es de sorprender que sean los de este partido quienes hayan iniciado una petición para abolir el arcaico sistema del Colegio Electoral, que ha permitido a Trump transmitir la idea de un país racista.

Como paradoja, su partido gobernará sobre el Congreso más diverso de la historia. Ahogadas en la conmoción general han quedado las victorias de muchas mujeres y algunos hombres que traen a las cámaras la voz de los inmigrantes contra los que ruge una parte del país.

Por primera vez habrá una hispana en el Senado, además de una mujer nacida en Tailandia y sin piernas. Por rizar más el rizo, habrá también una senadora medio negra, medio india. De entre toda esta riqueza cultural la mujer que más esperanza despierta en estos tiempos en los que Trump promete cerrar la puerta a los refugiados es Ilhan Omar, una hija de somalíes que viste un turbante en la cabeza y sonrisa de dentífrico.

Refugiada somalí

Barack Obama no nació en Kenia, por mucho que Trump y otros conspiradores se empeñasen en exigir su certificado de nacimiento para deslegitimar al primer presidente afroamericano, pero Omar sí vio la luz en un campo de refugiados de ese país al que llegaron sus padres huyendo de la guerra civil en Somalia. Vivió entre carpas durante sus primeros cuatro años de vida y no llegó a EE UU hasta los ocho, cuando su familia encontró un hogar estable en Minneapolis (Minnesota). Esta ciudad progresista se ha plantado ante la amenaza de Trump de suspender todos los fondos federales a las 'ciudades santuario' que pongan a la Policía a vigilar los papeles de los inmigrantes.

Con 57.000 habitantes de origen somalí, Minnesota es el estado que más refugiados de ese país concentra dentro de EE UU. Más de la mitad viven en la ciudad que ha elegido a Omar para estrenar la voz de su comunidad en el Congreso. No hubiera ganado sólo con los habitantes de este 'pequeño Mogadiscio', sino que se llevó el 80% de un distrito que comprende también la Universidad de Minnesotta y los llamados 'guetos en el aire', mastodónticos edificios de apartamentos en los que han convivido intelectuales y hippies con un 45% de inmigrantes llegados desde lugares tan remotos como Vietnam.

Es también uno de los dos únicos estados en los que el Partido Demócrata está afiliado con el Partido Obrero y Agrícola (Democratic Farmer Labor Party), por lo que su base progresista abrazó la semana pasada la victoria de Omar como el triunfo del bien sobre el mal, después de haber tenido que purgar células terroristas en el seno de la comunidad somalí. Un rayo de esperanza en la América de Trump. «De los campos de refugiados al Congreso de EE UU», dijo emocionado el exalcalde de Minneapolis, RT Rybak, que había apoyado a esta activista comunitaria de 33 años en su sueño americano.

Al sur del estado, otra mujer nacida en el extranjero se hizo camino de la Cámara Baja hasta la Cámara Alta, con la dificultad añadida de que no sólo ha visto muchos campos de refugiados en el mundo sino que se dejó las dos piernas en Irak. Ladda Tammy Duckworth nació en Tailandia de una madre de origen chino pero siguió los pasos de su padre, un marine estadounidense que trabajó para la ONU después de servir en la II Guerra Mundial.

Estudió política y se hizo un máster de Asuntos Internacionales en la Universidad de Georgetown, pero pilotaba un helicóptero Black Hawk en Irak cuando los insurgentes lo alcanzaron con lanzagranadas propulsadas. Se convirtió así en la primera mujer que sufrió una doble amputación en esa guerra y pudo haber sido peor, porque los médicos lograron recomponer su brazo derecho a duras penas. La pierna derecha se la tuvieron que cortar a la altura de la cadera y la izquierda por debajo de la rodilla.

Con su Corazón Púrpura y la estatua que le hicieron en honor a las veteranas de guerra podía haberse retirado, pero en lugar de eso decidió seguir sirviendo a su país por la vía política. Su hoja de servicios no fue un pase inmediato a la victoria. Trabajó en diversos cargos de gobierno, perdió unas elecciones a la Cámara baja y ganó otras, pero la semana pasada por fin se convirtió en senadora. Su programa conecta con Trump a la hora de pactar con Rusia un pasillo aéreo en Siria pero se enfrenta en su propuesta de legalizar a los inmigrantes y acoger a 100.000 refugiados sirios.

Primera hispana

Al suroeste de Illinois tendrá una aliada para esa causa, la primera senadora hispana de EE UU. Catherine Cortez Masto ha logrado el reto de retener para el Partido Demócrata el codiciado asiento del líder del Senado Harry Reid. Por ese simbolismo y por estar en un estado bisagra, que inclina la balanza de las elecciones, se había convertido en objetivo prioritario de las fuerzas reaccionarias que creían poder superar el voto hispano.

Los grupos de fuera del estado, entre los que participaron los millonarios del petróleo hermanos Koch, invirtieron en su contra 90 millones de dólares (casi 85 millones de euros). Cortez, nieta de mexicanos de Chichuahua, prometió centrarse en defender a sus hermanos de origen y se benefició del sentimiento anti Trump que movilizó el voto hispano en Nevada. Gracias a eso Clinton ganó allí.

No pudo hacer lo mismo con Florida, donde los puertorriqueños eligieron por primera vez a uno de los suyos, Darren Soto, para la Cámara baja y de camino votaron en masa por la ex primera dama. Con ello indican un cambio de guardia cultural e ideológica en el estado clave para la ganar la Casa Blanca que también ha reelegido al senador cubanoamericano Marco Rubio.

Los puertorriqueños son la mayoría étnica que más crece en Florida y pronto superarán a los que llegaron de la isla de Fidel Castro. Frente a esos representantes del exilio ideológico, los nuevos inmigrantes llegan motivados por la mala economía de su estado adherido a la Unión. Soto da voz a un millón de puertorriqueños concentrados en torno a Orlando.

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