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TRUMP Y EL ARTE DE GOBERNAR

JOSÉ M. DE AREILZA - CÁTEDRA JEAN MONNET-ESADE

Sábado, 12 de noviembre 2016, 00:11

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Los primeros pasos del ritual para el traspaso de poderes en Washington se han dado con gran normalidad, siguiendo el canon democrático establecido. El ganador ha llamado a la unidad y a restañar heridas, la perdedora ha pedido recibir con una mentalidad abierta al nuevo presidente y se ha producido un encuentro muy civilizado en la Casa Blanca entre los Trump y los Obama. La cita ha derivado en una conversación muy larga a solas entre los dos dirigentes, no prevista por el protocolo. De aquí a la tercera semana de enero, cuando tomará posesión de su cargo, el magnate neoyorquino está dedicado a seleccionar su equipo de gobierno y fijar las prioridades de su mandato.

El principal problema con el que se encuentra Trump a estas alturas no es carecer de experiencia alguna de gobierno. Es que no tiene inclinación real por meterse a fondo en el detalle del proceso político de Washington, que tanto ha criticado durante estos años. Por eso la decisión más relevante de las próximas semanas es en quién delega la dirección del día a día del gobierno.

El puesto formal de este hombre o mujer fuerte podría ser el de director de gabinete, que en el sistema político norteamericano equivale al de primer ministro en la sombra. Pero también podría configurarse como un 'primus inter pares' entre los miembros del Gobierno de Trump. El vicepresidente electo, Mike Pence, no sirve porque es considerado un peso ligero, poco alineado con el trumpismo de pura cepa. Se trata en cualquier caso de dar con alguien dispuesto a la labor tediosa de definir la agenda, negociar con titulares de intereses muy diversos, impulsar y coordinar al resto del equipo, comunicar y vender los logros, gestionar las crisis. Ronald Reagan tuvo siempre algún peso pesado al frente de su gabinete y George Bush hijo dejó hacer y deshacer a Dick Cheney, el vicepresidente con más poder real que se recuerda. Es algo urgente, porque Trump ya ha dado un paso atrás, ni le interesa ni posee la paciencia y la capacidad de fijar la atención en este tipo de tareas.

Las dos posibilidades para encontrar el perfil necesario son fichar a un veterano de las Administraciones de Bush o del equipo de Romney, muchos convertidos hoy en lobistas profesionales, o dar paso a alguien más joven, sin la experiencia ni el bagaje de los que ya han gobernado, pero tampoco sus conflictos de intereses. Las personas clave a la hora de determinar esta nominación fundamental pueden ser la hija preferida del presidente electo, Yvanka, y su marido, Jared Kushner, muy activos en la campaña electoral, con ambición sin límite y una gran red de contactos en el mundo empresarial. Su preferencia es hacer realidad la promesa de «limpiar la ciénaga en la que se ha convertido la capital federal», en palabras del jefe de la dinastía, y escoger a alguien de su generación para gobernar en nombre de los Trump.

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