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Un Policía estadounidense, ante el cadáver de un ciudadano asesinado frente a la Embajada de EE UU en Nairobi (Kenia), el jueves. :: afp
La última oportunidad  para Somalia

La última oportunidad para Somalia

Una nueva crisis bélica y humanitaria amenaza la hoja de ruta hacia la democracia del torturado país africano

GERARDO ELORRIAGA

Lunes, 31 de octubre 2016, 01:04

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La apariencia punk contradice la severidad que ostentan los predicadores islámicos. Pero el color naranja brillante de su barba, conseguido tras aplicar henna, nada tiene que ver con los años de estancia en Londres. Abdiqadir Mumin es un clérigo radical que tiñe su pelo tal y como se supone que hacía el profeta Mahoma. En 2015, tras difundir su credo en Suecia e Inglaterra, regresó a Somalia, la tierra natal, quemó públicamente su pasaporte británico y manifestó la adhesión a la yihad. Declarar la guerra santa a favor del Estado Islámico (EI) en el territorio de Al- Shabab, el bastión africano de Al-Qaida, puede parecer osado y, sin embargo, hace tan sólo dos días, sus huestes conquistaron el puerto de Qandala, en la región autónoma de Puntlandia. Cuando uno de los países más torturados del planeta intenta convertirse en un régimen democrático, otra nueva amenaza se cierne sobre el futuro inmediato.

El foco del EI se encuentra en las montañas de Galgala, un área de tradicional insurgencia extremista en el norte de la república, lejos de la zona ocupada por la milicia, asentada en el centro y sur. Las iniciales decenas de seguidores del imán han ido creciendo a lo largo de estos doce meses y ya se cuentan por centenares los jóvenes enrolados por una paga y los menores secuestrados y obligados a tomar las armas. Las milicias fieles a Abu Bakr al-Bagdadi en Yemen proporcionan apoyo logístico a la embrionaria guerrilla.

Al-Shabab ha reprimido cualquier atisbo de disidencia interna. Pero la persecución sufrida por sus líderes podría haber permitido la aparición de células, como la Mumin, contrarias a los intereses de la elite. La CIA ha utilizado drones para la eliminación de varios altos cargos de la Amniyat, el servicio de inteligencia de la banda y órgano de control interno, incluido su máximo responsable, Abdullahi Haji Daúd, abatido la pasada primavera.

El surgimiento del Estado Islámico en el Cuerno de África coincide en el tiempo con la liberación de 26 marinos que han permanecido cuatro años secuestrados por piratas, y una mujer keniana, también en poder de estos corsarios desde 2015. El hecho no ha obtenido gran repercusión mediática. La opinión pública ha olvidado el fenómeno de la piratería marítima y también la depredación de los bancos pesqueros locales llevada a cabo por empresas de todo el planeta.

Los liberados han hablado de un rosario de penalidades que incluían la enfermedad y el hambre, paliada comiendo ratas. Durante los últimos 15 años, el negocio, hoy al borde de la extinción, ha sustentado una red de intereses en la que convergen las bandas, Al-Shabab, las autoridades locales de las regiones de Puntlandia y Galmudug, y aquellos bufetes en Londres que han gestionado el pago de los rescates con las navieras. La cooperación internacional, unida en la defensa del tráfico comercial, ha arruinado aquel próspero negocio con tantas ramificaciones.

En cualquier caso, los problemas en Somalia surgen, crecen y, habitualmente, no se solucionan, sino que se enquistan. Hace años que la lucha del Gobierno de Mogadiscio contra los radicales no progresa. La toma de las principales poblaciones costeras aventuraba el declive de la formación, pero la guerrilla ha permanecido apostada ante los grandes núcleos, presta a aprovechar cualquier flaqueza del enemigo, lanzar ataques suicidas contra el centro urbano o asaltar las bases de la Amisom, la misión militar de la Unión Africana.

Riesgo de hambruna

Además, la respuesta internacional traiciona la esperanza. La reciente retirada del contingente etíope, formado por unos 4.000 soldados, ha propiciado una contraofensiva de Al-Shabab, que ha recapturado varias ciudades, generando nuevos flujos de desplazados y la posibilidad de otra tragedia humanitaria.

El drama empeora aún más con el anuncio de la inminente repatriación de los más de 260.000 refugiados en el campo keniano de Dadaab, que se enfrentan a la incierta situación al otro lado de la frontera, con un constante cambio de posiciones entre los bandos, y el riesgo de hambruna. Naciones Unidas ha advertido que cinco millones de personas ya precisan de ayuda alimentaria en el interior del territorio.

La incertidumbre social, los reveses militares y la irrupción del EI, parecen aliarse contra el esfuerzo realizado para que el Estado fallido por antonomasia recupere su viabilidad. La hoja de ruta prevé la próxima elección de los 275 miembros de la Cámara del Pueblo por una masa restringida de ciudadanos y la elección del nuevo presidente el próximo 30 de noviembre.

Ese documento establece también que, dentro de cuatro años, el sufragio será universal, la República Federal de Somalia dejará de ser un laberinto y se convertirá, teóricamente, en un país homologable dentro del concierto mundial. Pero las mejores intenciones se pierden en este dédalo de milicias, clanes, piratas, señores de la guerra y clérigos barbiteñidos.

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