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Negras columnas de humo ascienden al cielo de Calais desde los incendios provocados por los emigrantes en sus antiguas moradas. :: Philippe Wojazer / REUTERS
«Jungla finish»Más de 3.700 emigrantes han muerto ya este  año en el Mediterráneo

«Jungla finish»Más de 3.700 emigrantes han muerto ya este año en el Mediterráneo

El campamento de Calais es incendiado por los emigrantes a medida que lo abandonan para ser distribuidos en Francia y Reino Unido

ÍÑIGO GURRUCHAGA ENVIADO ESPECIAL DARÍO MENOR CORRESPONSAL

Jueves, 27 de octubre 2016, 00:20

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Entre niebla, humo y desperdicios, los más afortunados tenían aún sus bicicletas. Descacharradas, roñosas pero rodantes, han llevado durante meses a los inmigrantes de Calais al otro extremo de la ciudad, a las terminales del Eurotúnel bajo el Canal de la Mancha. Pero eran pocos los que ayer se aventuraban, porque la novedad era la destrucción de su campamento por el fuego.

Los incendios comenzaron en la madrugada. La radio decía que es una costumbre afgana, quemar lo que se abandona. Una costumbre sigilosa. Nuevos focos repentinos surgían aquí y allá, sin que nadie pareciese iniciarlos o huir del fuego súbitamente vigoroso. Jóvenes de organizaciones humanitarias atemorizadas por las llamas y las explosiones recogían bombonas de propano y de butano hasta el paso de la camioneta. Un inmigrante sufrió heridas leves en los incendios nocturnos.

Son los afganos. No, son los sudaneses. Mientras los observadores desnudaban su vacío antropológico, observados a su vez por los gendarmes apostados en la colina de acceso de la autovía que lleva al puerto, ardían comercios, centros sociales y habitáculos, en los que quedaba una especie de sartén, un catre humeante. Y para completar el cuadro del pequeño apocalipsis, un hombre galopaba entre el fuego, el humo, el barro; e inmigrantes con maletas montaban un bello caballo blanco.

Pero antes de llegar a la escena de la destrucción del campamento de inmigrantes más conocido en la geografía de la Unión Europea, había que caminar por la larga recta de acceso, donde por tercer día consecutivo cientos de residentes en la 'jungla' de Calais hacían desordenada cola para montarse en los autobuses que les llevan a centros de acogida repartidos por Francia. Cientos de menores serán acogidos en Reino Unido.

En el camino, dos hombres, uno de ellos con un traje estupendo y una bolsa con el emblema 'I love Hackney', un barrio de Londres. Una historia complicada. Un sobrino, hijo de su hermana, que murió, le contactó recientemente en Facebook diciéndole que estaba en Calais. Tiene 16 años, se perdió de su padre. Encajaría en la política británica de acogida. El móvil del enamorado de Hackney no funcionaba en Francia. El sobrino se había ido del campamento. ¿Cómo encontrarse? Él llegó a Reino Unido hace ocho años, tiene pasaporte, conduce un taxi y podría avalar a su sobrino.

Más allá, unas mujeres coreaban eslóganes, agrupadas en un círculo, de espaldas a las cámaras. «¡Queremos ir a Inglaterra!» «¡Dónde están los derechos humanos!» «¡Por favor, ayudadnos, somos mujeres!» «¡Mujeres jóvenes sí, mujeres mayores, no, por qué». Sara Abebe, de 25 años, con un pañuelo tapándole buena parte del rostro, se explicaba: «Inglaterra quiere sólo mujeres de menos de 18 años. Yo tengo familia allí, mucha familia». Por eso quiere ir a Londres, a estudiar inglés. No quería coger un autobús: «Yo quiero ir a Londres».

En el acceso al campamento, bajo la autovía, mantas y telas térmicas abandonadas, la vieja pintada («Humanos después de todo»), la furgoneta del té... El peregrinaje de los residentes hacia el centro de distribución era incesante. Maletas que no resistirían un largo trayecto, pianos eléctricos que conocieron mejores tiempos. Arde súbitamente el café Kabul, el jinete del caballo blanco cabalga por allí, hay una explosión.

Hasta Inglaterra

Que Ahmed Mahmoud -que pagó 200 euros por salir de Sudán, donde su familia sufrió disparos y bombardeos, y 2.000 para partir de Libia en un bote tras nueve meses trabajando en una cocina, que se marchó de Italia porque «no dan casa ni comida», que llegó hace seis meses a Calais y ha sido varias veces detectado por perros cuando se metió en los bajos de un camión para cruzar el canal- retroceda rápido ante la explosión es signo de su vitalidad.

- «Jungle finish (Se acabó la jungla)», dice luego.

Su plan era pasar cuatro días intentado cruzar a Inglaterra hasta que se acaben los autobuses, porque «en Francia no te dan papeles». Tiene 25 años.

Gran parte del campamento arde o humea, pero queda indemne la iglesia cristiana, la escuela que levantó un kurdo que llegó como refugiado a Reino Unido. Daban clase a 20 niños y a 250 adultos que aprendían francés. No hay nadie en la escuela de arte, con lechugas plantadas en tiestos. El recinto vallado y protegido por gendarmes en el que se hospeda a los menores y el centro Jules Ferry del Socorro Católico, los primeros en establecerse aquí, ofreciendo duchas y abrigo, está en la zona salvada del fuego.

En la recta de regreso a los autobuses, un afgano se acerca al enviado especial y le hace una declaración solemne: «Quiero ir a Cannes». Se va cuando comprende que no tiene autoridad para darle el pasaje. El grupo de afganos intenta convencer a una mujer encargada de organizar las filas que dos de ellos tienen 16 años.

El balance de muertos en el Mediterráneo sigue ampliándose. El barco de Médicos Sin Fronteras (MSF) 'Bourbon Argos' encontró el pasado martes una lancha neumática a 26 millas de las costas libias cargada con 25 cadáveres y 107 supervivientes. A poca distancia halló una segunda embarcación con otros 139 inmigrantes. Según el testimonio de los equipos de rescate, los fallecidos murieron asfixiados y se encontraban sumergidos en una mezcla de agua y carburante que dificultó mucho la recuperación de los cuerpos. Los miembros de MSF tardaron tres horas en esta tarea porque no podían aguantar mucho tiempo seguido en el barco.

De entre las personas rescatadas con vida, 23 necesitaron asistencia médica por quemaduras que sufrieron a causa del carburante vertido, y 11 de ellas se encontraban en una situación particularmente crítica. Hubo también quien precisó de ayuda psicológica para intentar superar el trauma que acababa de vivir. En lo que llevamos de año, 327.800 personas han llegado a Europa a través del mar y 3.740 han perdido la vida en la travesía, según los datos del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur).

«Es una tragedia, pero por desgracia no puede decirse que haya sido un día excepcional en el Mediterráneo. Las pasadas semanas han sido terribles para nuestros equipos y para las otras naves de búsqueda y de socorro, constantemente ocupadas en operaciones de salvamento en las que demasiados hombres, mujeres y niños han perdido la vida. Estas actividades se están convirtiendo en una carrera en un cementerio marítimo», lamentó Stefano Argenziano, responsable para las operaciones migratorias de MSF. Como denuncian igualmente otras instituciones, esta ONG advierte de que probablemente 2016 va a acabar siendo el año más mortífero para los desplazados que tratan de llegar a Europa a través del Mediterráneo.

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