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El secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, y la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, arropan a un emocionado Juan Manuel Santos.
Colombia vive la resaca del júbilo

Colombia vive la resaca del júbilo

La escenografía del acuerdo buscaba convencer a los abstencionistas para que apoyen el 'sí' en el referéndum del domingo

MILAGROS L. DE GUEREÑO - ENVIADA ESPECIAL

Miércoles, 28 de septiembre 2016, 00:30

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El simulacro de bombardeo con el que Juan Manuel Santos sorprendió a los asistentes a la firma del acuerdo de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), una broma de mal gusto para muchos de los asistentes, fue considerada como una especie de advertencia al grupo que ayer comenzó su andadura hacia la incorporación a la vida civil y democrática. Pasado el susto que dejó al líder de la guerrilla, Rodrigo Londoño 'Timochenko' pálido y mudo por unos segundos, la satisfacción era evidente y, a falta de bebidas alcohólicas -prohibidas por la ley seca que terminó ayer a las 6 de la mañana-, invitados y cartegeneros amanecieron ayer con una resaca de júbilo por la nueva etapa de esperanza.

Comienza bien porque 'Timochenko' pidió perdón, algo que «el pueblo colombiano estaba esperando», como expresó el general Mendieta, uno de los secuestrados de las FARC. Era la premisa básica exigida por las víctimas para la reconciliación. La ceremonia, muy emotiva, ofreció imágenes de impacto. Parejas abrazadas, mujeres llorando -hasta el presidente se enjugó unas lagrimillas-, un ambiente eficaz para empujar el plebiscito que se celebrará este domingo.

El Gobierno ha puesto toda la carne en el asador para que gane el 'sí'. La escenografía pensada para entusiasmar a los abstencionistas, entre el 60% y el 70%, ayudará. Aunque según declaró a este diario la exsenadora y defensora de los Derechos Humanos Piedad Córdoba el crecimiento del 'no' ha sido posible por la «campaña de desinformación (...) muy bien orquestada por partes de la derecha de este país y creo que la pedagogía hacia la construcción del conocimiento de ese acuerdo por parte del Gobierno comenzó muy tarde».

«Donde gane el 'no' ahí se pone peor», asegura Marco Antonio, un campesino de 72 años originario de Chaguani, Cundinamarca -donde todavía campan paramilitares y FARC-, que lleva años viviendo en Bogotá. Cuenta que «los gobiernos mismos tienen la culpa de que el país esté así y haya nacido la guerrilla». Entre los colombianos contrarios a la paz con las FARC se repiten las expresiones de descontento porque los desmovilizados de la guerrilla recibirán una pensión más alta que el salario mínimo (unos 200 euros mensuales).

La inquietud ahora es qué «va a hacer con los otros grupos», como recordaron con sus conmovedores cánticos las Alabaoras de Bojayá, donde se registró una de las peores masacres de la historia del conflicto. Los habitantes se escondían cuando llegaban paramilitares, guerrillas y militares para jugar al fútbol y usaban como pelota la cabeza de uno de ellos cortada a machete.

Para quienes más han sufrido la violencia, muchas veces casi oculta porque, como dice Marco Antonio, «los medios hace muy poco que llegan hasta allá», es fundamental que la que por años fue la guerrilla más fuerte del continente deje sus armas. «Una mano amputada menos, una viuda menos y un huérfano menos valen la pena, la paz vale la pena», es el mensaje de Sandra Henao, esposa del general Javier Alberto Flórez, el militar de más alto rango de las Fuerzas Militares.

Con la firma del acuerdo comienza el proceso para el desarme de las FARC. En 90 días entregarán el 30% del armamento a la ONU; a los 120 otro 30%; a los 150 el restante 40%, y a los 180 se incorporarán a la vida civil. Solo entonces, con todas las armas que la ONU guardará en un contenedor, se harán tres monumentos.

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