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Oficiales del FBI buscan pruebas. :: Rashid Umar Abbasi/ reuters
Tres atentados en un día sacuden EEUU

Tres atentados en un día sacuden EEUU

Una bomba en el neoyorquino barrio de Chelsea, que dejó 29 heridos, fue calificada de «acción intencionada» sin «conexión internacional»

MERCEDES GALLEGO

Lunes, 19 de septiembre 2016, 00:43

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nueva york. El aullar de las sirenas irrumpió con estridencia el bullicio de la noche neoyorquina. Al oírlas Mike Schmidt supo que el cimbronazo que había sacudido su edificio con un ruido atronador no había sido la descarga de un rayo. Se asomó a la ventana en el piso 20 de la calle 23 Oeste y vio la calle salpicada de escombros y cristales rotos. Todo el mundo huía despavorido, pero aún pensó que la explosión se había debido a un escape de gas, como el que el año pasado destruyó tres edificios en el East Village o el anterior otros dos en Harlem.

Acaban de cumplirse 15 años de los atentados del 11-S y, a pesar de la cruzada del Estado Islámico en Europa, la posibilidad de un ataque terrorista fue esa noche lo último que se les pasó por la cabeza a los neoyorquinos. Hasta el alcalde Bill de Blasio se resistía ayer a llamar por su nombre lo que, por definición, había sido un atentado terrorista, del carácter que sea. «Una bomba en Nueva York no puede ser otra cosa», insistió el gobernador Andrew Cuomo, cuyas relaciones con el alcalde se caracterizan por la disonancia.

De Blasio sólo admitió que la explosión que dejó 29 heridos, todos ellos ya fuera del hospital, había sido «intencionada». El artefacto explosivo había sido escondido en el contenedor de una obra instalada frente al hotel The Townhouse Inn y el edificio en el que se encuentran las oficinas de un centro de asistencia para ciegos Visions at Selis Manor. El autor no jugaba. Chelsea es un barrio vibrante, con gran actividad comercial y cultural, núcleo de galerías de arte y de bares gay, que a las 20:30 horas empezaba a reunir también a la fauna nocturna propia de un sábado. «Sabemos que era una bomba, pero todavía tenemos mucho trabajo por hacer para saber qué motivación tenía la persona que la instaló. ¿Sus motivos eran políticos, personales o sociales?».

La pregunta quedó en el aire, al igual que la amenaza. En la batida rutinaria que hizo la Policía en las calles aledañas apareció, a sólo cinco manzanas, una olla a presión cerrada de la que salían cables, con un teléfono móvil adherido con cinta aislante a modo de detonador. Con su opacidad característica, la Policía de Nueva York solo dice que «investiga su contenido», sin que haya hecho público si se trataba de una bomba fallida.

Una hora más tarde, en Saint Cloud (Minesota), un individuo que el Estado Islámico ha considerado en las redes sociales como uno de sus «soldados», se adentró en un centro comercial con un cuchillo en la mano y apuñaló a nueve personas. «Al menos dos nos han dicho que el tipo les preguntó si eran musulmanes antes de apuñalarlos». Ninguno lo era. Un policía, héroe de la jornada, puso fin a su carnicería con dos disparos mortales.

Maratón de los marines

Todavía esa misma mañana, a 130 kilómetros de donde estalló la bomba en Chelsea, otro rudimentario artefacto escondido en una papelera estalló en Seaside Park (Nueva Jersey) al paso de un maratón con fines caritativos que había organizado el Cuerpo de Marines de una base cercana. No hubo víctimas de ningún tipo.«Es cuando menos irónico que estos tres atentados hayan ocurrido en el mismo día», concedió el jefe de Policía de St. Cloud William Blair Anderson. «Aún no sabemos si hay alguna conexión, pero es un buen punto de partida».

En busca del eslabón perdido, el calendario de efemérides recordaba que el domingo era el 229 aniversario de la firma de la Constitución de EE UU, pero como excusa simbólica parecía bastante débil. Mientras la Policía de Nueva York revisaba todas las cintas de vídeo que grabaron las cámaras de seguridad en la zona, cientos de mandatarios y ministro empezaban a llegar a la Gran Manzana para la cumbre de Refugiados que comienza hoy en Naciones Unidas. Entre ellos los Reyes de España, que aterrizaron anoche a las siete hora local, así como los ministros de Exteriores y Economía.

«Los neoyorquinos están acostumbrados a ver mucha policía en las calles cuando llega la Asamblea General de la ONU, pero esta semana van a ver más que nunca», anticipó el alcalde. Al cuerpo de policía más grande del mundo, con cerca de 40.000 agentes, se le sumaron ayer mil soldados de la Guardia Nacional, desplegados por el gobernador para custodiar las instalaciones de metro, y numerosos escuadrones de olfateadores caninos que inspeccionaban las papeleras moviendo el rabo. El nerviosismo era obvio.

«¡Ha estallado una bomba y no tenemos a ningún detenido! ¡Pues claro que estoy preocupado!», atajó ayer en conferencia de prensa el nuevo jefe de Policía de Nueva York, James O'Neill, que sólo lleva tres días en el cargo. Su estreno, en plena semana grande de la diplomacia internacional, y a diez días del primer debate presidencial, que también se celebra en Nueva York, anticipa una temporada de sobresaltos en la ciudad favorita de blancos terroristas y películas apocalípticas.

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