Borrar
El presidente francés, Francois Hollande, pasa revista a las tropas en el fuerte de Vincennes, base para el plan 'Vigipirate', el sistema nacional de alerta. :: reuters
La soledad del gendarme

La soledad del gendarme

Francia cuenta con numerosos frentes internos y exteriores en su lucha contra el yihadismo

GERARDO ELORRIAGA

Domingo, 31 de julio 2016, 00:37

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Cuando los vientos procedentes del océano arrastran las nubes hacia el interior, los cielos limpios de Saint Michel, su color y sonido, recrean la atmósfera de las ciudades mediterráneas. Allí, el árabe y el bereber, pero también el wolof o el bambara, disputan la expresión cotidiana al omnipresente francés. El barrio de Burdeos, que un día escuchó el castellano y portugués de los inmigrantes de la península, se ha convertido en el bastión de los llegados de África y el Sahel, los mismos que comparten rellano con jóvenes nativos, profesionales independientes que aprovechan los recursos destinados a la rehabilitación urbanística de la vieja capital de Aquitania.

La inmigración llegada del sur ha convertido a Francia en el país de Europa Occidental con mayor porcentaje de población musulmana, más del 9% del total, y, como prueba la crónica de sucesos, en objetivo frecuente del yihadismo. Pero la guerra del Elíseo contra el islamismo es mucho más vasta y compleja. Su historia colonial le ha condenado a luchar en numerosas trincheras.

El Gobierno galo multiplica su apoyo solidario y las promesas de justicia. Antes fue con los periodistas de 'Charlie Hebdo', el martes se abrazaba a los católicos locales, abrumados por el degollamiento del padre Jacques Hamel a manos de dos terroristas, y el miércoles, con menor repercusión mediática, mostraba su permanente compromiso con Malí a través de su presidente Ibrahim Boubacar Keïta, en visita oficial a París.

La rápida sucesión de acontecimientos no ha hecho olvidar que, hace tres años, Francia impidió que el país africano colapsara, víctima de la expansión de fuerzas afines a Al-Qaida. El pluriempleado François Hollande prometió a su aliado 360 millones de euros en donaciones y créditos blandos a sumar a los 300 ya entregados para recomponer un territorio aún torturado por la guerra. La semana anterior, la milicia de Ansar Dine había irrumpido en una base militar enclavada en el corazón de la supuestamente pacificada república, la saqueó y mató a 17 soldados nativos.

La perspectiva en el combate contra la amenaza islamista varía sustancialmente en función de los intereses en juego. La visión occidental alerta sobre el riesgo inmediato y más cercano, y pone el acento en los posiblemente 2.000 franceses enrolados en las filas del Estado Islámico de Irak y Siria a lo largo del año anterior. La opinión pública teme la vuelta con su bagaje de experiencia y odio, que pueden sumar al que incuban, secreta y silenciosamente, lobos solitarios capaces de conducir un camión con ánimo homicida.

Pero la posición de nuestros vecinos como blanco habitual del terrorismo religioso también apunta a las causas que subyacen en la expansión del fenómeno radical. La perspectiva sociológica recuerda la existencia de una comunidad con débiles señas de identidad, la formada por los inmigrantes de segunda generación, jóvenes que no han hallado su lugar en el Hexágono. Más del 20% de los jóvenes franceses tiene un progenitor extranjero y la mitad de esos padres llegó desde Argelia, Marruecos, Túnez o el África subsahariana, y es de confesión musulmana.

Un informe de Unicef fechado en 2009 advertía del riesgo de marginación de esta minoría, más proclive a la deserción escolar y el desempleo. En 2005, los cuerpos de seguridad abatieron a dos muchachos magrebíes en la 'banlieue' parisina y su muerte provocó una explosión de rabia que calcinó miles de vehículos en todo el país.

El régimen galo debe combatir la expansión salafista dentro de sus confines a través de mezquitas, oratorios camuflados, cárceles e internet, y, asimismo, aquella que se produce en la 'Françafrique', las antiguas colonias de las que, en realidad, nunca se fue. El Ejército de París bombardea al Estado Islámico en Oriente Próximo como represalia por los ataques de sus acólitos y, paralelamente, mantiene un despliegue militar de costa a costa, desde Senegal a Yibuti, que sostiene a débiles administraciones acosadas por fuerzas radicales quizás no tan virulentas como las sirias, pero no menos peligrosas.

El neocolonialismo implica un esfuerzo militar. Francia ha quitado y puesto rey, presidente e, incluso, emperador, en función de sus propios intereses, y ahora ampara regímenes sustentados en buenos propósitos, una rampante corrupción y nulos medios, como el maliense, ante una amenaza que, en el sur del planeta, aspira a hacerse con el control de Estados o, al menos, a socavar su frágil base.

Apoyo aliado

El empeño es demasiado ambicioso, sobre todo en tiempos de recesión. Tras medio siglo de iniciativa independiente, la potencia gala parece haber practicado una cura de humildad y solicita el apoyo aliado ante el reto que supone la serpiente radical y sus múltiples cabezas, que también recurren al nacionalismo para denunciar la permanente injerencia de la antigua metrópoli.

Desgraciadamente, no son buenos tiempos para practicar la solidaridad geopolítica en Níger o Burkina Faso. Estados Unidos cuenta con Camp Lemmonier, en Yibuti, como base de operaciones para el este del continente, pero su implicación en el Sahel ha sido muy limitada, y la esquiva Gran Bretaña ni siquiera se ha empleado a conciencia en el conflicto regional provocado por Boko Haram en Nigeria, una de sus colonias económicamente más importantes. Incluso Francia se ha demostrado más efectiva en esta crisis a través de la operación militar encabeza por Chad, su alumno más aventajado. Sorprendentemente, José Manuel García-Margallo, el ministro español de Asuntos Exteriores, se ofreció a lo largo del pasado otoño a reemplazar a las tropas francesas desplegadas en Malí y Centroáfrica y, de esta manera, liberar medios necesarios en la guerra de Oriente Medio.

La guerra contra ese enemigo extraño e intangible se libra tanto en los arenales africanos como a orillas del Garona. El desbordado Elíseo se aplica en todos los casos con similar decisión, incluso en el pequeño Saint Michel, también aquejado por el extremismo en sus múltiples facetas. Los cuerpos de seguridad han ofrecido protección a Tareq Oubrou, su imán, amenazado de muerte por propagar la idea de que islam y laicidad son perfectamente conciliables, mientras que un tribunal condenó el pasado mes de abril al tendero Jean Baptiste Michalon, musulmán converso, a una multa y pena de prisión suspendida por pretender establecer diferentes días de atención a la clientela masculina y femenina.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios