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En primera persona. Leire -de pie- y sus amigos la víspera del atentado, cuando ni se imaginaban que iban a ser testigos de una masacre. Junto a ella también están el italiano Francesco y el gaditano Juan Francisco -sentado- y las otras dos chicas que componían el grupo de la noche del 14 de julio. En la imagen de la derecha, Vicky Novoa, de la asociación Aneca de empresarios españoles en la Costa Azul. Abajo, la donostiarra Olaia Turrillas junto a su marido y su hija, con los que vive en Niza.
«Vi el camión a 200 metros, unos minutos antes estábamos ahí»

«Vi el camión a 200 metros, unos minutos antes estábamos ahí»

Varios testigos intentan desahogarse con el relato de lo vivido. «No me creo aún lo que ha pasado», dice la donostiarra Maialen Martínez

ARANTXA ALDAZ

Sábado, 16 de julio 2016, 01:49

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«Todavía le estoy dando las gracias al estómago de Francesco». Leire Erdozain no está para bromas. «A mi compañero italiano le entró hambre y decidimos ir a comer algo. No habíamos ni empezado a girar una calle que hace esquina con el paseo -la Promenade des Anglais- cuando escuchamos muchísimo ruido de gente gritando y una estampida. Dos amigas miramos hacia atrás y vimos el camión blanco, como a unos doscientos metros. Creo que ya estaba parado. La avalancha nos alcanzó y echamos a correr. Escuchamos disparos, pero no sabíamos qué estaba pasando. Solo que la gente corría y gritaba. Y nosotros también corríamos sin saber muy bien si nos estábamos alejando del peligro o si en realidad nos dirigíamos hacia él. En esos momentos no nos podíamos quitar de la cabeza los atentados de noviembre en París, cuando los terroristas atacaron en varios puntos».

Leire, estudiante de 22 años de Algorta, habla con casi la misma velocidad con la que el jueves por la noche intentaba escapar del horror desconocido. «Sigo acelerada, pero contar lo sucedido me ayuda a desahogarme. En el fondo, he tenido suerte. Estoy bien y mis compañeros también», trata todavía de asimilar, cada vez más consciente de que está con vida por esa decisión aparentemente tan poco trascendental como llenar el estómago. «Cuando he visto las imágenes del lugar exacto del atentado, no tengo dudas de que estuvimos ahí, a la altura de los mástiles donde permanecían muchos cuerpos de las víctimas que murieron atropelladas». Envía unas fotos que tomaron un rato antes desde el paseo, mientras presenciaba los fuegos artificiales que se lanzan cada 14 de julio, una tradición multitudinaria en Niza. Minutos después, la atalaya se volvió irreconocible.

«No nos creían»

Leire llegó a la capital de la Riviera francesa el pasado domingo, con dos semanas por delante para un curso intensivo de francés. Está alojada en una residencia de estudiantes junto con otros compañeros de diferentes edades y nacionalidades. Ayer por la noche, junto con cinco amigos, se unieron a las celebraciones de la fiesta nacional gala. La pesadilla comenzó pasadas las once y veinte. «Cada uno reaccionó de forma distinta. Yo me quedé junto a un chico italiano y un compañero gaditano. Pero las otras tres chicas con las que estábamos se quedaron solas. Una se cayó mientras corría y le pasó gente por encima, otra se refugió en el primer local que vio abierto, y la tercera hizo lo mismo en otro restaurante». Ellos tres huyeron con la masa. «No sé cuánto tiempo estuvimos corriendo, pero se me hizo eterno. Al principio hubo como una avalancha de gente. Cuando paramos, seguíamos sin saber lo que había ocurrido. Preguntamos a gente por la calle y no se creían que hubiera habido disparos», relata Leire.

Francesco, el chico italiano, adoptó el papel de líder del grupo. «Es el mayor de todos -tiene 39 años-, y de alguna forma fue el que mantuvo cierta templanza. Pero llegó un momento en que se puso nervioso porque sabíamos lo que había pasado en París, y fuimos conscientes de que podía haber más peligro en la calle. Entonces decidimos ir a un hotel». En recepción las noticias del atentado tampoco habían llegado. «El chico no se creía lo que le estábamos contando. Ahí estábamos tres chicos jóvenes supernerviosos diciendo que había pasado algo, que había habido un tiroteo. Nos alojamos en una habitación».

Lo primero que hicieron fue encender la televisión, y para su sorpresa, las únicas imágenes que emitía la cadena pública eran las de los fuegos artificiales en los Campos de Marte de la Torre Eiffel. Internet ya empezaba a dar cuenta del terror. «Llamamos a nuestras familias y también confirmamos en Facebook que estábamos a salvo. Teníamos muy poca batería y quisimos no gastarla para poder estar comunicados». Apenas durmieron.

Psicólogos con los alumnos

Leire dice que agradeció el gracejo andaluz de su amigo gaditano para serenar por momentos el ambiente. Juan Francisco Pérez, de Tarifa, sigue repitiéndose «la suerte» que tuvieron de «cambiar de rumbo en el último momento y salir del paseo». Tuvo la necesidad de regresar ayer por la mañana al lugar del atentado. «Quizá para ver que lo que nos había ocurrido era verdad. Ahí estaban tirados los carritos de bebé, juguetes en el suelo, sillas de ruedas. Terrible».

De su encierro en el hotel salieron a las seis de la mañana. «Las caras de la gente eran como si no supieran dónde estaban. Y había muchas personas con maletas, supongo que turistas que querían marcharse de la ciudad cuanto antes». El estómago de Francesco seguía vacío, así que pararon a desayunar y después se dirigieron a su residencia.

El reencuentro con sus compañeros confirmó la agónica noche para todos ellos. Su compañera de habitación, una chica noruega de 16 años, que se había refugiado en un restaurante a pie del paseo, fue testigo de las escenas más fuertes. «Dice que vio al conductor del camión, cómo sacaban los cuerpos de las ambulancias, cómo tapaban los cadáveres. Está siendo atendido por un psicólogo y hoy sus padres vienen a buscarla». Leire ha decidido quedarse. «No tengo miedo», responde con una entereza sorprendente. «Igual soy una inconsciente, pero no voy a cambiar mis planes. Ahora también toca estar con los franceses».

Maialen Martínez tampoco regresará a Donostia antes de lo previsto. «No hay que vivir con miedo», dice al otro lado del teléfono esta estudiante de 17 años que ayer no paró de recibir mensajes y llamadas interesándose por su estado. Su testimonio, recogido por este periódico al poco tiempo de haber ocurrido el atentado, sirvió para poner voz al relato de la tragedia y para tranquilizar, de paso, a todos sus conocidos. «Muchas de mis amigas me han dicho que me vuelva, que el país está en alerta. El jueves hubo un momento en que pensamos que podíamos morir. Ahora no me voy a marchar».

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