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Un niña llora en el paso que conecta Turquía y Siria, un acceso por el que cada día transitan los desplazados que huyen del asedio de Alepo. :: afp
El desconocido paradero de los otros Aylan

El desconocido paradero de los otros Aylan

La desaparición de los niños que llegan a las costas de Grecia e Italia evidencia más dudas que certezas

GERARDO ELORRIAGA

Domingo, 7 de febrero 2016, 01:02

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Ellos se desvanecen entre la primera línea de playa y el 'hotspot', los centros de control de la Unión Europea. Este limbo en el que permanecen los refugiados antes de pasar el filtro administrativo es, a juicio de la ONG Human Rights Watch, la primera etapa de un penoso peregrinaje a través del continente. En el campamento informal de Moria, en la isla griega de Lesbos, confluyen todos, hombres, mujeres y niños bajo condiciones de enorme precariedad y, para paliar ese sufrimiento, Save The Children lo ha convertido en un espacio de trabajo en el que elabora su propio registro y proporciona recursos de ocio a los recién llegados. Pero muchos no esperan a que llegue su turno para realizar trámites y desaparecen. Europol, la Oficina Europea de Policía, asegura que 10.000 menores, muchos de ellos de origen sirio, se han volatilizado y ha afirmado que, no todos, pero muchos habían caído en manos de organizaciones criminales.

La falta de una política migratoria para salvar vidas explica dicho fenómeno, a juicio de Eva Silván, delegada en Euskadi de la organización dedicada a la protección de la infancia. «Existe el riesgo de que mafias se valgan de tales carencias para engañarlos asegurando que los van a llevar al país al que quieren llegar y explotarlos sexualmente. Los testimonios más dramáticos hablan de tráfico de órganos», denuncia y recuerda: «Los Estados de la Unión tienen la obligación de tutelar a aquellos que llegan a su territorio».

La imagen de pequeños e ingenuos Aylan raptados en los arenales resulta inevitable, o la de cientos de errabundos muchachos vagando por Europa Oriental, tan vulnerables como aquellos que, durante la Edad Media, cruzaron el continente para conquistar Jerusalén con el arma de su pureza y acabaron mercadeados en Egipto. Algunas informaciones alientan las interpretaciones más espeluznantes cuando afirman que se han originado bandas ad hoc en Alemania y Hungría para explotar el nuevo nicho de negocio ilegal.

Unicef también lamenta el fallo de los programas institucionales y aboga por la implementación de equipos que identifiquen necesidades y promuevan la reunificación. Pero la entidad también aporta más datos que establecen el perfil de estos individuos. «Se trata de muchachos principalmente entre 14 y 17 años que suelen viajar en grupo y evitan ser interceptados y ser identificados como menores para no ser enviados a centros de internamiento». Al parecer, la mayoría constituye la avanzadilla de familias que no pueden costearse el traslado desde Turquía o Líbano, principales países de la diáspora siria, y de otras procedencias, caso de Afganistán, y emprenden una larga ruta hasta el norte del continente donde cuentan con algún tipo de contacto.

Ruta hacia la incertidumbre

Sandra Astete, especialista en políticas de infancia de la agencia de Naciones Unidas, solicita una atención psicosocial para estos jóvenes exhaustos, desconfiados, que se enfrentan al desconocimiento y la incertidumbre sin conocer el idioma de los lugares de paso. «Hay que tener en cuenta que han dejado su ciudad y que, posiblemente, no han asistido a una escuela desde hace años», apunta. «Sería preciso llevar a cabo entrevistas en profundidad para que contaran sus expectativas y explicarles sus derechos y también los riesgos que asumen».

Si el rigor de los medios cualitativos de la asistencia de la Unión a los refugiados resulta discutible, los números que aporta Brian Donald, jefe de Europol, tampoco merecen demasiado crédito para varias organizaciones humanitarias. «¿En qué se basa esa cifra de 10.000 niños?», se pregunta Catalina Echevarri, de Anesvad, que habla de extrapolaciones y pone en tela de juicio los vínculos entre el colectivo de emigrantes y el crimen organizado. «Una cuestión es alertar sobre posibles problemas y otra hablar de hechos, porque faltan evidencias».

El comercio humano existe, en cualquier caso, y se ha convertido en un asunto transnacional con países de origen, tránsito y destino. La responsable de los proyectos sobre trata de personas que la ONG mantiene en el Sudeste Asiático también puntualiza que este delito, según el Protocolo de Palermo establecido por la ONU, incluye reclutamiento y transporte a través del engaño con fines de explotación. Europa no escapa a esta lacra, aunque el 80% de las víctimas que se producen en su seno son mujeres de origen eslavo que suelen ser traficadas con destino a Occidente u Oriente Medio.

La explotación sexual de jóvenes es una de las más rentables tareas de las mafias balcánicas, asimismo duchas en el tráfico de drogas, tabaco o vehículos robados, pero no hay constancia de que el de menores, hasta la fecha, haya sido un campo de interés preferente. «Se puede estar dando, pero de ahí a que se diga que se está produciendo en masa. no sé en qué se basa», sugiere.

La alarma generada por el desconocido paradero de miles de muchachos que han arribado a Italia y Grecia no se ha extendido al no menos desasosegante destino de muchos más hombres y mujeres, adultos y niños, que son explotados en el sur de Asia. «Los sectores de explotación son amplios, pueden ser marineros en condiciones terribles en barcos pesqueros que pasan meses en altamar, sufriendo violencia física o incluso siendo arrojados a las aguas, muchachas que creyeron que trabajarían en restaurantes y acabaron en burdeles o vietnamitas vendidas en China para ser esposas de sujetos que las tratan con extrema crueldad».

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