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El presidente estadounidense, Barack Obama, se emociona durante su intervención para explicar las nuevas medidas. :: JIM WATSON / afp
Obama vuelve a  llorar por Sandy Hook

Obama vuelve a llorar por Sandy Hook

El presidente cumple su palabra de ampliar el control de armas, que obligará a comprobar los antecedentes de los compradores

MERCEDES GALLEGO

Miércoles, 6 de enero 2016, 00:35

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Cuando se le pregunta a Barack Obama cuál ha sido el peor día de su presidencia, no tiene dudas: el de la matanza de Sandy Hook. Si todos los padres del mundo se estremecieron al pensar en esos 20 cuerpecitos infantiles destrozados por el rifle semiautomático de Adam Lanza, un joven de 20 años con problemas psiquiátricos, a Obama la escena le arrancó las primeras lágrimas en público de su presidencia. Las únicas hasta ayer, cuando volvió a pensar en esa carnicería con los padres de esos niños mirándole a los ojos.

Hace tres años les había prometió que haría lo que estuviese en su mano para evitar ese horror a otros pero sus esfuerzos para impulsar en el Congreso una ley que obligue a verificar el historial mental y criminal de todos los compradores fracasó. Los lobbies armamentísticos, que explotan los miedos, le ganaron la batalla blandiendo el sacrosanto derecho a portar armas que garantiza la Constitución desde la Declaración de Derechos. «¿Y qué hay de los derechos de los demás?», se preguntó ayer, con la fuerza de predicador que le convertió en el primer presidente afroamericano, y la congoja de todos los gemidos que le ha tocado consolar.

«Nuestro derecho a orar de forma libre y segura, que le fue arrebatado a los cristianos de Charlestone (Carolina del Sur). Y se les negó a los judíos de Kansas City. Y a los musulmanes de Chapel Hill. Y a los sikhs de Oak Creek. Ellos también tenían derechos. O el de congregarse pacíficamente, que se le robó a los espectadores de cine de Aurora y Lafayette. O nuestro inalienable derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad, que le arrebataron a los estudiantes de Blacksburg y Santa Barbara, a los del instituto Columbine y a los de primero de Primaria de Newtown». Fue ahí cuando le volvió el nudo a la garganta. La imagen de esos niños de 6 y 7 años que se parecían tanto a sus propias hijas le obligó a hacer una pausa. «Primero de Primaria», repitió, como si todavía no pudiera creérselo. Intentó recuperar el control, pero no pudo. La primera lágrima le afloró por la derecha, y mientras intentaba retirarla con la mano se le escapó otra por el ojo izquierdo. Entonces la tristeza se convirtió en rabia. «¡Cada vez que pienso en esos niños me cabreo!», dijo.

Tratamiento psiquiátrico

Algunos de los ayudantes que le acompañaron en esos días reconocieron haberle pillado llorando en su despacho tras la matanza. La frustración de no haber podido honrar sus muertes con una ley que previniese otras tragedias le perseguirá siempre, pero ayer cumplió con la promesa de hacer lo que estuviese en su mano.

El paquete de medidas ejecutivas que anunció es todo lo que puede hacer. Su presidencia tiene los días contados. EE UU elegirá a su sucesor en noviembre, sin que haya podido frenar la epidemia que deja en su país cada año 30.000 muertos por armas de fuego. Con el poder de su pluma sólo podrá firmar órdenes ejecutivas que fuercen a los vendedores de armas a verificar los antecedentes de sus compradores en la base del FBI, al que ha dotado de más presupuesto para contratar agentes y modernizarse. Los enfermos mentales también formarán parte de esta base de datos, y no sólo porque suelen protagonizar las peores masacres, sino porque una de cada tres muertes por arma de fuego es un suicidio.

«Si podemos hacer que un teléfono no funcione hasta que tenga la huella dactilar correcta, ¿por qué no podemos hacer lo mismo con las armas?», preguntó. Nada de esto es «una conspiración para quitarle las armas a todo el mundo», dijo con sarcasmo, lo que no ha evitado que la compra de armas se dispare, por temor a que este sea el principio del fin. Los legisladores republicanos interpretaron sus palabras, antes de que fueran pronunciadas, como una muestra de la falta de respeto hacia «los propietarios de armas y los valores fundacionales de nuestra nación», dijo el portavoz del Congreso Paul Ryan. «En lugar de ir a por los criminales y terroristas va a por los ciudadanos que obedecen la ley. Sus palabras y acciones son una forma de intimidación que mina la libertad».

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