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Sergio Mattarella, el nuevo presidente italiano, a su llegada ayer al Parlamento. :: ANGELO CARCONI / efe
Un democristiano discreto, nuevo presidente de Italia

Un democristiano discreto, nuevo presidente de Italia

Matteo Renzi se sale una vez más con la suya e impone a Sergio Mattarella, un jurista de 73 años, como sucesor de Napolitano

IÑIGO DOMÍNGUEZ CORRESPONSAL

Domingo, 1 de febrero 2015, 00:51

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roma. El nuevo presidente de la república italiana, jefe de Estado con un mandato de siete años y escaso poder pero a veces decisivo, es Sergio Mattarella, un jurista siciliano de 73 años, veterano democristiano varias veces ministro. Fue elegido ayer por mayoría de casi dos tercios a la cuarta votación, que rebajaba el quórum a la mitad más uno, y sucede a Giorgio Napolitano, que dimitió por edad y cansancio hace dos semanas.

Silencioso, discreto y perfectamente olvidado en los recovecos institucionales -es juez del tribunal constitucional-, Mattarella corresponde al perfil del viejo estadista de la DC (Democracia Cristiana), el partido que dominó Italia durante casi cinco décadas, que siempre es muy socorrido. En este caso ha sido una apuesta de Matteo Renzi, que se ha consagrado como líder y estratega, por si había alguna duda, al imponer su candidato, compactar su belicosa formación, el Partido Demócrata (PD), y burlar al mismísimo Berlusconi, el gran perdedor de este lance.

De lo poco que se sabe de Mattarella es, precisamente, que detesta a Berlusconi, porque es un señor de la derecha seria, no de eso en lo que ha degenerado en Italia. En 1990 dimitió como ministro de Educación tras aprobarse la ley que regalaba tres cadenas al magnate. Tiene fama de íntegro e inquebrantable, y viene de lejos, de un episodio que marcó su vida. Es de una conocida estirpe política de Palermo, hijo del potentado democristiano Bernardo Mattarella y hermano de Piersanti Mattarella, presidente de Sicilia, que fue asesinado por la Mafia en 1980. Murió en sus brazos por enfrentarse al sistema político-criminal que dominaba la isla, que incluía a su propio partido. El nuevo jefe de Estado entró en política a raíz del homicidio para seguir la labor de su hermano, dentro del ala más progresista del partido. Hizo limpieza en la DC siciliana y ha seguido siempre una línea intachable.

Serio, católico -clamó contra un concierto de Madonna con símbolos religiosos-, no sonríe mucho, parece inexpresivo y es de pocas palabras, de retórica antigua y muy medida. Ayer solo dijo una frase: «El pensamiento va sobre todo y antes de nada a las dificultades y esperanzas de nuestros conciudadanos. Es suficiente esto». No es de descartar que experimente el conocido efecto del palacio del Quirinale sobre sus inquilinos, que al verse presidentes se insuflan de un carisma inesperado.

Es un enigma que se irá desvelando, porque deberá vigilar las reformas de la Constitución que pretende Renzi. Él era ayer el más contento, después de Mattarella. Una vez más ha roto los esquemas al forzar prácticamente la elección de su candidato, y quería a alguien gris que no le haga sombra. Normalmente el presidente suele salir de un amplio consenso y nunca corresponde a los deseos del primer ministro, pero Renzi se ha movido con la apisonadora incluso en este trámite, uno de los más delicados y bizantinos de la política italiana.

El primer ministro llevaba meses anunciando que pactaría el nombre con los grandes partidos, en especial con Berlusconi, con quien mantiene un acuerdo secreto que sostiene el Gobierno. Aunque siendo secreto lo único que está claro, contra todo pronóstico, es que siempre ha acabado perdiendo el líder de la derecha. A cambio, Renzi sólo pedía aprobar antes la reforma del sistema electoral, pues el actual es desastroso y fragmenta el Parlamento. Es una continua amenaza en caso de que algo falle y se vaya a votar.

'Traición' a Berlusconi

El ex Cavaliere se fió, aunque significaba perder su principal arma de chantaje, pues nadie quería ir a las urnas con el viejo sistema. La jugada maestra de Renzi ha sido obtener lo que quería la semana pasada, aprobar el nuevo en el Senado, y luego hacer lo que le ha dado la gana. Le queda un último trámite en la Cámara de Diputados, pero allí goza de mayoría clara. Ahora no teme ir a las elecciones si hace falta y la oposición bloquea sus reformas. Berlusconi estaba ayer furibundo gritando traición. Corre peligro su apoyo al Gobierno y habrá que ver si es capaz de derribarlo. Se avecina cierta inestabilidad, pero es rutina.

Renzi ha hecho más destrozos, pues al final logró atraer a su lado a Angelino Alfano, el exdelfin del magnate que rompió con él e hizo un partido nuevo, NCD. Ante la elección del presidente Alfano había vuelto a la casa del padre, hizo bloque con Berlusconi y ya se fabulaba con una reunión del centroderecha. Pero al final votó con Renzi. El ex Cavaliere se sintió traicionado dos veces. La elección de Mattarella ha pulverizado aún más el agonizante centroderecha italiano, refuerza a Renzi y, tal vez, acerca las elecciones. Por cierto, el partido de Beppe Grillo no ha tocado bola, todo se cocinado sin ellos.

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