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Exiliados en Miami protestan contra la decisión de Obama de restablecer relaciones diplomáticas con el régimen de Castro.
Heridas profundas de la Pequeña Habana

Heridas profundas de la Pequeña Habana

El restablecimiento de las relaciones entre EEUU y Cuba entierra el sueño del exilio de Miami, que nunca volverá a la tierra de su infancia

MERCEDES GALLEGO

Domingo, 21 de diciembre 2014, 00:56

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Furia, rabia, indignación. Todas esas emociones recorrieron el miércoles la espina dorsal de muchos cubanos de Miami como un calambre, mientras las iglesias de La Habana lanzaban las campanas al vuelo para celebrar la normalización de las relaciones entre EEUU y Cuba. Señal esta de que en el más de medio siglo transcurrido desde la revolución de Fidel Castro, los 145 kilómetros que separan los cayos de Florida de la isla caribeña se han convertido en un océano insalvable en la vida de muchos. Otra generación, sin embargo, toma el relevo del exilio y con ello la esperanza de una reconciliación, que ahora favorecerá la política del Gobierno de Barack Obama.

Melissa Font, de 24 años, es una de esas jóvenes que se ha distanciado del odio y el resentimiento de sus padres para buscar las raíces de su origen. La semana que viene se subirá a un vuelo chárter de Sun Country con destino a La Habana, en contra de la voluntad de sus progenitores. «Les pregunté: '¿Ustedes me van a repudiar si voy?'». Y como la desaprobación no llegaba a echarla de la casa, compró el billete. Llevaba años queriendo conocer el país que siente como propio, a pesar de no haberlo visto más que en fotos. «¿Qué se te ha perdido allí?», le espetaba su padre, que como muchos cubanos ha prometido no volver a poner un pie en Cuba hasta que muera Fidel Castro. «Al final me ha vencido la curiosidad. Estoy cansada de oír cuentos, quiero ir a verlo con mis propios ojos».

En los últimos dos años sus amigos que han tomado la misma iniciativa le han descrito la belleza de esa Habana Vieja que sus padres ven como arrasada por un ciclón. Alguno incluso le ha dicho que si no fuera por la falta de libertad política y económica se hubiera quedado a vivir allí.

Algo que ni se plantea Irene López, a pesar de haber soñado con ello toda su vida. A los 70 años, la fantasía de recuperar la Cuba de su adolescencia y los negocios de la familia se ha desvanecido de golpe con la decisión de Barack Obama de poner fin a la Guerra Fría con Cuba. «Y no es que pensáramos de verdad en volver a allí. Si nos devolvieran la fábrica de lácteos que tenía la familia de mi marido no sabríamos qué hacer con ella. Él tiene ya 71 años y su hermano 79, figúrate. Era más bien una idea romántica».

Irene es de las pocas que sabe ver más allá de su rabia para reconocer que lo que han perdido esta semana no se puede explicar con la razón, porque era una cosa del corazón. «Para mí se resume así: Castro 55, nosotros 0. No le hemos ganado ni una partida en 55 años. Esto era lo único a lo que podíamos agarrarnos y lo acabamos de perder. Estamos todos en shock, nadie se lo vio venir». El mérito del presidente Barack Obama ha sido mantener sus planes en secreto, a pesar de que se ha estado negociando durante más de año y medio. La noche antes, gente como Ninoska Pérez, del Consejo por la Libertad de Cuba, supo que iban a traer de vuelta a Alan Gross. Supuso que lo canjearían por dos de los tres espías cubanos del grupo de 'Los Cinco' encarcelados en EEUU. No se imaginó que eso incluyera también al tercero, Gerardo Hernández, que tuvo conocimiento previo del derribo de la avioneta de Hermanos al Rescate y fue condenado a dos cadenas perpetuas.

Ni en sus peores pesadillas, Ninoska calculó que eso viniera acompañado de un anuncio para restaurar las relaciones diplomáticas y dejar de aplicar, en lo posible, las medidas del embargo en vigor desde 1960. «¡Pero qué forma de negociar es esa!», se revuelve la locutora de Radio Mambí, que el miércoles pasó ocho horas en antena dando rienda suelta a su indignación. «Se negocia a cambio de algo, pero Obama lo ha dado todo a cambio de nada. Eso es lo que nadie entiende. Raúl Castro se ha dado el gusto de burlarse del presidente de EEUU».

Melissa, sin embargo, no ve la afrenta, como la mayoría de los jóvenes. Nunca le pareció lógico no hablarse con un país. Ni separar a las familias, dificultar que se ayudasen, limitar las visitas u obligarles a pagar 500 dólares (408 euros) por un vuelo chárter de 30 minutos, que supone un viaje en el tiempo y la memoria colectiva. «Sé lo que piensa la gente mayor, pero hay una gran diferencia entre nosotros y esa generación de mis padres y de mis abuelos. Ellos son muy porque lo vivieron en primera persona y están un poco cerrados, pero mis amigos piensan que esto es bueno, porque aunque sea solo un paso significa que algo se está abriendo».

Ella lo llama esperanza. Ninoska, una burla. Irene, la legitimización del régimen de los Castro, 54 años después de que se viniera a EEUU con dos maletas, pensando que iba a volver a casa por Navidad. Tenía 16 años. Nunca volvería a corretear por las calles de La Habana. Su exilio la llevó a otras ciudades estadounidenses y hasta de Brasil, pero fue la de Miami la que se convirtió en su hogar, porque cualquier otra ciudad del mundo estaba demasiado lejos de Cuba. En Miami, tarde o temprano, confluía toda la familia de esa diáspora. Todavía hay pegatinas en los coches para desearse 'Navidades sin Fidel', pese a que el viejo barbudo les ha ganado hasta la batalla de su muerte con una salud indómita y un hermano que perpetúa su régimen.

Son heridas profundas, lo que ha muerto es más que un sueño, interpreta Irene. «Esto cierra el último capítulo de nuestra vida. Cuba, como nuestra patria, murió. Si alguna vez volvemos, tendrá que ser para tomar el fresco en las playas de Varadero, pero no para vivir, ni hacer negocios. Pensar que podíamos volver ya era una estupidez. Esto lo hace oficial. Es el último clavo en la tapa del ataúd», lamenta.

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