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Un traidor al servicio del imperio

Rolando Sarraff, el 'topo' de la CIA liberado por La Habana, fue clave para neutralizar al espionaje cubano

DAVID LÓPEZ

Sábado, 20 de diciembre 2014, 01:08

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Hasta hace bien poco, el que hoy es el hombre más buscado por los medios de comunicación sólo respondía a un número desnudo. Un fantasma sin pasado ni futuro identificado con la cifra impresa en su uniforme de presidiario. 1148649. Durante casi veinte años, Rolando 'Roly' Sarraff Trujillo sobrevivió en condiciones infrahumanas en las mazmorras de la dictadura castrista. Aislado, de celda en celda. En un área especial del penal de Guanajay y en la prisión del Combinado del Este.

En abril, desde su último 'hogar', en la sede central de la Seguridad del Estado -un centro de arresto conocido como Villa Marista-, escribía una carta que retrataba a alguien derrotado, un recluso de 51 años que había perdido toda esperanza de ver la luz, de abrazar nuevamente su ansiada libertad. «Lo ideal, lo que tendría mayor valor político, humano y cristiano, sería la inmediata excarcelación de todos sin condiciones previas. Que cada cual decidiera por sí mismo su propio destino. Pero es obvio que esta idea se reduce actualmente a un sueño hermoso, a una quimera», reflexionaba al respecto.

Siempre deslizándonos sobre la delgada línea que separa la versión oficial de las filtraciones más o menos contrastadas, su fantasía se materializó y cobró vida cuando pisó Andrews, una base del Ejército estadounidense estratégicamente ubicada en el Estado de Maryland, junto al cortejo que daría la bienvenida al contratista Alan Gross, liberado por Cuba en la misma operación.

Puede que Gross, como los tres agentes del 'Grupo de los Cinco', haya sido la voz y el rostro de la noticia, la imagen que simboliza la normalización de las relaciones entre EE UU y la isla caribeña, pero es la historia de Sarraff, aún repleta de claroscuros como corresponde a toda información clasificada que se precie de serlo, la que ilustra la guerra silenciosa y sin cuartel que durante décadas alimentaron ambos países. Vecinos en el mapa y enemigos declarados.

El 2 de noviembre de 1995, Sarraff, de nacionalidad cubana, fue detenido y, un año después, un tribunal militar de La Habana le condenó a 25 años de cárcel por un delito de espionaje, tal y como recoge un informe de la Comisión de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional, ilegalizada en la república de las Antillas. El que hasta entonces había ejercido como teniente de Inteligencia del Ministerio del Interior se declaró inocente en todos los interrogatorios a los que fue sometido. Su hermana Vilma, residente en un pueblo de Cuenca, en España, aseguraba esta semana a The New York Times que todo era «una farsa», que sufrió «presiones constantes» para confesar sus supuestos crímenes. Él siempre se mantuvo fiel a su argumentación, pero la realidad era bien distinta. Su familia no sabía que era un emisario secreto de Washington.

Licenciado en Periodismo y amante de la pintura, Sarraff trabajaba como criptógrafo en la sección de comunicación de la Dirección de Inteligencia de Cuba. Un auténtico experto en el sistema de transmisión que utilizaban los informantes del Gobierno de Castro ocultos en suelo norteamericano. Lo que desconocían sus jefes es que era un 'topo' de la CIA. Aprovechando su posición al frente del equipo que codificaba las instrucciones que La Habana remitía a sus agentes, los datos que facilitó a sus contactos en EE UU resultaron claves para desbaratar los planes del espionaje cubano. El propio Barack Obama confirmó el pasado miércoles que se trataba de «uno de los activos de Inteligencia más importantes» que han tenido en la isla.

Información privilegiada

Su colaboración fue esencial para destapar la doble identidad de Ana Belén Montes, una analista del Pentágono, condecorada en múltiples ocasiones y muy apreciada por sus superiores, que durante 17 años estuvo infiltrada en las altas esferas del poder militar para recabar información privilegiada y comprometida. La arrestaron en 2002 y todavía cumple una pena de 25 años de cárcel. Igual sucedió con Walter Kendall Myers, exfuncionario del Departamento de Estado, y su esposa, Gwendolyn Steingraber, condenados finalmente a cadena perpetua. Sin embargo, su aportación más valiosa fue la que terminaría facilitando en 1998 la captura de los miembros de la 'Red Avispa', diez confidentes que actuaban dentro del exilio cubano en Carolina del Norte y Florida. Cinco acabaron entre rejas. Ironía del destino, los tres que aún seguían en prisión se convirtieron en moneda de cambio por Sarraff y Gross como punto de partida de esta nueva etapa para la diplomacia bilateral.

Para los suyos, Rolando Sarraff siempre fue 'el hombre que nunca estuvo allí', un disidente, un defensor de los derechos humanos que simplemente engrosó la nómina de presos políticos. Hipótesis que reforzaba un cable de Wikileaks fechado en 2008. Sus padres, que aún viven en la ínsula y ocuparon puestos de relevancia en la jerarquía gubernamental, se aferraron a esta teoría. Empero, para su país, como apuntan Newsweek y The New York Times, no era más que un traidor al servicio del imperio.

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