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Las jockeys Rachael Grant y Carol Bailey, durante una 'carrera del referéndum' en Edimburgo.
El legado de Thatcher aplasta el último esfuerzo de Cameron

El legado de Thatcher aplasta el último esfuerzo de Cameron

El 'premier' británico intenta atraer el voto indeciso recordando que el Gobierno que detestan los escoceses no es para siempre

ÍÑIGO GURRUCHAGA

Martes, 16 de septiembre 2014, 00:11

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David Cameron viajó ayer a Aberdeen, tres días antes del referéndum del jueves sobre la independencia escocesa, para pronunciar un discurso ante una audiencia de unos trescientos conservadores, que le oyeron proclamar que «el futuro de nuestro país está en juego». «No hay camino de regreso, no hay retorno, iríamos por caminos separados para siempre».

El discurso recicló ideas que han formado parte de otros pronunciados por el primer ministro: la grandeza británica, la grandeza escocesa como ingrediente imprescindible, las consecuencias de la separación para la economía y la vida cotidiana, el carácter temporal de su mandato y del Ejecutivo de su partido, de tal modo que no sea justificable votar 'sí' porque así se librarían los escoceses de un Gobierno que, en su mayoría, no les gusta.

Los temas son recurrentes pero algunas formulaciones varían. La película inicial presentaba a héroes deportivos, imágenes de factorías industriales, Winston Churchill, la reina, la guerra, el sacrificio conjunto. Cameron acuñó términos poco oídos. Contrapuso la visión nacionalista con la patriótica, puso el ejemplo de las relaciones personales para mostrar que las rupturas no son convenientes, dijo que «una familia de naciones es una identidad mágica».

Estuvo quizá brillante en su intento de borrar el estigma negativo que tiene inevitablemente una campaña que promueve el 'no'. «Que no os engañe nadie diciendo que el 'sí' tiene una visión positiva, porque crea barreras, hace extranjeros de los amigos», dijo. Y no olvidó recordar los daños que causaría la independencia: moneda diferente, fuerzas armadas divididas, fondos de pensiones separados y con coste, frontera internacional, préstamos hipotecarios en otro país, dejar de compartir recursos para la sanidad pública o la Seguridad Social.

En tierra baldía

Pero resultaba difícil definir qué objetivo cumplía este viaje, este discurso, dónde está Cameron en esta campaña. Su viaje a Aberdeen, discretamente promovido por la oficina conservadora para la Prensa, que pidió a los receptores de la invitación que no adelantasen que el acto iba a celebrarse y aún menos la localización -facilitada sólo cuatro horas antes-, era una incursión en una tierra baldía para el Partido Conservador. De los tres diputados que la ciudad envía a Westminster, dos son laboristas y uno nacionalista. Los tres parlamentarios en la Asamblea de Edimburgo son independentistas. La composición del Ayuntamiento de esta urbe próspera, la que más se parece al ensueño nórdico y socialdemócrata del ideario del SNP, por el empleo y las rentas que le han permitido ser la capital británica del petróleo del mar del Norte, da medida de la debacle 'tory'. De los 43 concejales, el partido de Cameron tiene uno.

Se ha convertido en una rutina argumental atribuir la ruina de los conservadores en Escocia al legado de Margaret Thatcher. El cinturón central de la región tenía la mayor concentración de industrias pesadas del país y la política monetarista y la batalla contra los poderosos sindicatos dejó como saldo el destrozo de múltiples comunidades industriales. El remate fue la 'poll-tax'. En su última fase, ya ensimismada, Thatcher perdió el sentido de la realidad imprescindible para el ejercicio exitoso de la política e impulsó un impuesto municipal que gravaría la misma cantidad por vecino, con independencia del valor de la vivienda. Las familias numerosas más pobres pagarían tantas veces el número de sus miembros como el hacendado que viviera solo en una mansión.

Los 'conservadores de una nación' que asistían horrorizados a la adopción por su partido de una ideología, cuando su tradición había sido la administración pragmática del poder, se rebelaron. El miedo contagió a otros. Cayó Thatcher en parte por aquel impuesto. Que su último Gobierno había aplicado ya en Escocia como experiencia piloto. En el lugar donde se extinguían. En las elecciones de 1997, que llevaron a Tony Blair a Downing Street, los 'tories' no lograron ningún diputado en Escocia.

Pero los conservadores habían sido mayoritarios. En el XIX, los 'whigs' eran más populares en la Escocia presbiteriana que los 'tories', opuestos a las reformas que extendían el sufragio. Cuando el heredero de la hegemonía 'whig', el Partido Liberal, se dividió a principios del XX en torno al autogobierno irlandés, el grupo escindido, el Liberal Unionista, se fundió con los conservadores en el Partido Unionista. Sólo en los 60 utilizaron de nuevo el nombre de conservadores. En 1955, el Partido Unionista obtuvo más del 50% de los votos, algo que ninguna fuerza había conseguido antes ni ha repetido. La política escocesa estaba entonces aún atravesada por una economía en dificultades y la cuestión religiosa. La masiva inmigración irlandesa en el oeste, especialmente en torno a la industrial Glasgow, era condenada por la Iglesia de Escocia y el unionismo estaba asociado a ese prejuicio.

El laborismo sustituyo al Liberal como el partido de los católicos porque se enfrentaba a la discriminación y defendía su sufragio y la causa de los pobres. A principios de la década de los 60 se rasgó la conexión religiosa que unía a los conservadores con los trabajadores mejor cualificados en torno a valores morales, como el esfuerzo, la educación, la abstinencia de alcohol. El golpe mortal fue posiblemente el pleno empleo de la larga posguerra, que hizo redundantes las discriminaciones. Había trabajo para todos. Y luego llegó Thatcher. Después de Edward Heath, que, ante el ascenso de los nacionalistas, fue el primer líder conservador que defendió la devolución del Parlamento escocés, rompiendo con siglos de historia. El empuje del SNP amainó y aquello quedó olvidado. Y luego llegó John Major, contrario a la autonomía, que veía cómo una plataforma pública que daría nuevo brío al independentismo.

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