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En el patio de este chalé de Cúllar Vega fue asesinada. :: r. c.
Una muerte anunciada

Una muerte anunciada

Ana Orantes fue quemada viva por su marido tras denunciar en televisión cuatro décadas de palizas y amenazas. Aquel crimen, hace 20 años, fue un hito: los malos tratos pasaron de ser un asunto familiar a problema de Estado

INÉS GALLASTEGUI

Sábado, 23 de diciembre 2017, 00:04

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No tenía madera de heroína. No era fuerte, grande ni especialmente valiente. Reconocía tener miedo. «Miedo, pánico y horror», decía ella. Ana Orantes fue un hito en la historia de la violencia machista en España. A su pesar. Ella habría preferido jugar con sus nietos, volver a la escuela de adultos, ver la tele o salir a bailar. Vivir sin miedo. Pero hay un antes y un después del 17 de diciembre de 1997, el día en que murió. Quizá porque es difícil olvidar la imagen de esta mujer pequeña y coqueta de 60 años quemada viva en el patio de su casa. Se trata de una imagen mental que todos nos hicimos al oírlo en las noticias, porque allí no había testigos para inmortalizar su espantosa agonía. Bueno, sí, había uno: José Parejo, el hombre que llevaba cuarenta años maltratándola y que, finalmente, la roció con gasolina y le prendió fuego con un mechero. Pero él no hizo fotos. De hecho, no hizo nada: se limitó a mirarla morir.

Aquello ocurrió mañana hará 20 años y el nombre de Ana Orantes no ha sido olvidado. Tiene una calle y un monumento en Cúllar Vega, el pueblo a 9 kilómetros de Granada en el que vivió sus últimos años y donde tuvo esa horrible muerte. Pero también hay voces autorizadas que la consideran la 'madre' de la Ley Integral contra la Violencia de Género, aprobada en 2004. Su asesinato provocó una conmoción social y política. Hubo manifestaciones en las que se gritaba 'Ana somos todas'. Se modificó el Código Penal y los periódicos dejaron de hablar de hombres con arrebatos o 'mala bebida' para empezar a llamar a las cosas por su nombre.

  • El gran cambio

  • Trece días antes de morir. El 4 de diciembre de 1997, Ana Orantes contó su vida en el programa 'De tarde en tarde'. :: CANAL SUR

Quizá no fue solo la crueldad del crimen, sino las circunstancias en que se produjo: trece días antes, Ana había participado en el programa 'De tarde en tarde' de Canal Sur. La presentadora, Irma Soriano, no tuvo que sonsacarle. Durante 35 minutos, la mujer se desquitó de cuatro décadas de silencio. «Me cogía de los pelos y me daba contra la pared», explicó. «A veces me sentaba en una silla y me daba con un palo». Era «paliza sobre paliza». «Yo no podía hablar, porque yo era una analfabeta, un bulto, porque yo no valía un duro», remarcó.

Se enamoraron bailando

No tuvo una vida fácil. Nació en plena Guerra Civil, sus padres eran «muy pobres» y nunca fue al colegio. A los 9 años empezó a bordar. Una década después conoció al que se convertiría en su compañero, el padre de sus hijos, su asesino. Fue en las fiestas del Corpus. Así se enamoraron: bailando. Tres meses después, ella se fue a vivir a casa de los suegros; aún «mozuela», insistió en el plató. Al poco, José le pegó la primera bofetada, por nada en particular. Ya nunca paró.

Según su relato, era celoso, irritable y violento. Cualquier excusa era buena: «Si la comida estaba fría, porque estaba fría. Si estaba caliente, porque estaba caliente». Él pasaba muchas tardes bebiendo y jugando a las cartas y llegaba a casa con ganas de bronca. Hubo agresiones sexuales: a Ana no le daba tiempo de recuperarse de un parto cuando se quedaba embarazada de nuevo. Tuvo once hijos; tres se le murieron. A los otros ocho, José Parejo los molió a palos y los fue echando de casa apenas se les caían los dientes de leche. La mayor de las chicas intentó suicidarse y se casó a los 14 para huir de los abusos de su padre.

«Anitilla, perdóname», le rogaba después de los palos. Lloraba mucho, para mostrar su arrepentimiento. Hasta la paliza siguiente. «Era un llanto sin lágrimas», dijo en el juicio uno de sus hijos. En la calle le apodaban 'Tarzán' y era otra cosa; un tipo brutote, pero sociable. Durante un tiempo trabajó en un taller; después ejerció de albañil. «Era muy trabajador», concedía ella.

El juez de paz de la vecina localidad de Santa Fe mediaba en sus disputas, pero él jamás fue condenado por malos tratos. En 1995, por fin, se separaron de mutuo acuerdo y aceptaron compartir el chalé: él en el sótano; ella y los dos hijos menores, arriba. Seguían teniéndole miedo; cambiaron las cerraduras y atrancaban las ventanas cuando le oían llegar. El número de la Guardia Civil estaba siempre al lado del teléfono. Al cabo de unos meses, él se marchó para vivir con otra mujer.

Y entonces llegó la tele. Peinada de peluquería, maquillada y en traje de chaqueta rojo, Ana Orantes lo contó todo. «Era la voz que avergonzaba a una sociedad que no quería saber», afirma la periodista Nuria Varela en su libro 'La voz ignorada' (Endebate, 2012).

Su aparición en la cadena pública andaluza fue el detonante del asesinato. A Parejo aquello le costó su nueva relación y tuvo que regresar a la vivienda común. En la vista, el juez de paz testificó que en la mañana del crimen le había notificado al exmarido la enésima denuncia y que estaba «muy dolido» al ver su intimidad aireada, que «todo era mentira». «A mi madre no la mató la televisión; el asesino tiene nombre y apellidos», zanja Raquel, su hija pequeña.

30 segundos de agonía

En el juicio con jurado, Jesús Huertas, por entonces un joven letrado, defendió que Ana y José tuvieron un encontronazo en el patio de la casa y que ella lo insultó para provocarle, pero la eximente de trastorno mental transitorio no fue aceptada. En cambio, el jurado no apreció ensañamiento -«Fue una muerte muy dolorosa, pero ella tardó 30 segundos en perder la conciencia, según los peritos»- y sí la atenuante de confesión, ya que Parejo se entregó a la Guardia Civil poco después de cometer el crimen. Fue condenado a 17 años de cárcel y a indemnizar a sus hijos. Murió de un infarto en 2004.

El forense Miguel Lorente recuerda que el Gobierno tildó el crimen como un «caso aislado», el último coletazo de la España negra. «Los medios de comunicación mostraron cierta sorpresa por una realidad que hasta entonces recogían sin saber muy bien lo que era: un hombre que había perdido la cabeza, un crimen pasional...», rememora el que fuera delegado del Gobierno para la violencia de género entre 2007 y 2011. «No sabían que la violencia previa está dirigida a controlar, denigrar y humillar a la mujer, que no es fruto de un arrebato sino que constituye el centro de la relación», señala el autor del libro 'Mi marido me pega lo normal' (Ares y Mares, 2001).

«Asistimos en directo a la crónica de una muerte anunciada. Visibilizó algo que estaba pasando y la sociedad se sintió cómplice, porque ella había avisado de que tenía miedo de que la mataran -rememora Carla Vallejo, fundadora de la Asociación de Mujeres Juezas-. En aquella época las mujeres iban a la comisaría a denunciar malos tratos y allí les aconsejaban que volvieran con sus maridos».

«La mentalidad no ha cambiado tanto. Incluso hay una reacción para tratar de evitar ese cambio cultural; se pone a los hombres como víctimas y se habla de denuncias falsas», asegura Lorente. Vallejo cree que la concienciación social y los «potentes instrumentos legales» de que se ha dotado nuestro país no han sido suficientes. «Sigue habiendo asesinatos», lamenta la juez, que apuesta por la educación y la prevención. Lo mismo opina Jesús Huertas: «Tenemos que inculcar a los niños la igualdad y el respeto».

Varios de los hijos de Ana y José se quitaron el apellido de su padre. Años después, uno de ellos fue detenido por maltratar a su pareja. «Creo que no le venía de serie. Es lo que vio en su casa», reflexiona el abogado.

mujeres fueron asesinadas por sus parejas o exparejas desde que se inició el registro oficial en 2003. Este año han sido 45 mujeres y 8 niños.

de las mujeres asesinadas no había denunciado previamente a su pareja.

En 1998, el Defensor del Pueblo elaboró un completo informe sobre lo que entonces se denominaba «violencia doméstica». En 1999, se reformó el Código Penal para que en los casos de agresiones machistas no fuera necesaria la denuncia de la víctima. En 2002 se creó el observatorio que inició el registro oficial de denuncias y asesinatos. España fue uno de los países pioneros en aprobar una legislación especializada, la Ley Integral contra la Violencia de Género, en diciembre de 2004, bajo la presidencia de José Luis Rodríguez Zapatero.

es el teléfono gratuito de información y asesoramiento sobre violencia de género.

de la población considera que la violencia de género es un problema «muy grave», según una reciente encuesta del CIS.

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