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ARANTZA FURUNDARENA
Viernes, 23 de marzo 2018, 00:25
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Admiraba a Stephen Hawking por las mismas razones que lo admira todo el mundo: su deslumbrante inteligencia, su prodigiosa intuición científica, sus descubrimientos sobre el Cosmos, su socarrón sentido del humor, su admirable coraje a la hora de enfrentarse a una enfermedad tan devastadora como la esclerosis lateral amiotrófica... Pero, por encima de todo, Hawking me caía bien porque dedicó toda su vida y toda su capacidad intelectual a desentrañar el interrogante que obnubilaba a mi abuelo materno... Mi abuelo Doroteo Moreno, que en su juventud fue pastor en las estribaciones del Moncayo, solía quedarse largo rato al raso escudriñando el cielo estrellado y repitiendo con admiración: «¡Qué misterio encierra esto!». La frase (no me dirán que no) es aplicable a casi todo en la vida, y tan inabarcable e inconmensurable como algunas de las que nos dejó el gran Stephen Hawking.
Qué quieren, soy la orgullosa nieta de aquel filósofo de gayata y alpargata y me gusta pensar que, a la hora de enfrentarse al vasto Universo, un humilde pastor y un insigne científico comparten el mismo asombro, la misma fascinación, la misma curiosidad por entender lo apenas inteligible y esa desventaja sideral del que se mide con la inmensidad... Mi abuelo nos dejó hace muchos años. Hawking acaba de hacerlo ahora. Se ha ido dejando notables hallazgos e ingeniosas frases, pero sin haber encontrado una respuesta a la pregunta fundamental: de dónde rayos hemos salido nosotros y todo lo que nos rodea. Cuál es el origen del famoso 'Big Bang'. Qué había antes. Qué fue primero... En fin, esa duda primigenia que a unos les conduce a la melancolía, a otros les provoca intensas agujetas mentales y a muchos los lleva a aferrarse al asidero de cualquier fe religiosa que intente explicarlo con teorías todavía más incomprensibles e inverosímiles que la propia existencia del Cosmos.
Cuentan ahora sus biógrafos que, a pesar de toda su sapiencia, el universo más inescrutable al que se enfrentó Stephen Hawking fue el femenino, que nunca pudo entender a las mujeres. A mí me divierte imaginarlo mirando a las de mi especie como mi abuelo miraba la Vía Láctea y rumiando para sí... ¡Qué misterio encierra esto!
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