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MÁSTER

ARANTZA FURUNDARENA

Lunes, 23 de abril 2018, 23:47

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Me temo que a partir de ahora los que posean un máster tendrán que aparecer en público como delincuentes confesos, con una banda negra en los ojos que les garantice el anonimato, y en la boca la impagable frase de: «Yo era un ser despreciable»... Y lo más gracioso es que esto me incluye a mí, porque resulta que yo también tengo un máster. Uno de los de ir a clase, meter horas estudiando y presentarse a los exámenes. Un Máster of Arts que cursé en el 90 y 91 en la Universidad de Temple, Filadelfia, y que en mi caso quizá me sirviera en algún momento para fardar, pero desde luego no para trepar.

Lo realmente valioso fue regresar de Estados Unidos hablando inglés con la suficiente soltura como para entrevistar sin necesidad de intérprete a Jeremy Irons, a Woody Allen o, más recientemente, al griego Yannis Varoufakis, con su endiablado acento. Y lo mejor de todo fue que ese máster me permitió la impagable experiencia de ejercer durante dos años como 'Teacher Assistant' (profesora adjunta) en el departamento de Español de una universidad americana, con alumnos veinteañeros de todas las razas y orígenes, pero yanquis hasta la médula.

El viaje a Yucatán con mis estudiantes (lo incluía el programa), la amistad que hoy continúa con mis colegas de Argentina y Puerto Rico, los atardeceres en mi pequeña buhardilla de una casa georgiana con balancín en el porche del barrio negro de West Philly, mis fines de semana en Nueva York con Txomin Badiola, Peio Irazu, Darío Urzay... La vez que me apunté a un curso de sevillanas en Filadelfia y mi hermano (que pasaba por allí) me llevó desde Bilbao mis zapatos de claqué, o cuando trabajé como profe de español en una escuela de la deprimida North Philly, con barrotes en las ventanas, gente calentándose en bidones llameantes en el exterior y, dentro, maestros necesitados de entender a sus alumnos hispanos... Ese fue el auténtico máster. Después de eso, el título era lo de menos. Además, aquí me pongo otra vez la banda negra en los ojos para confesar que el diploma me lo entregó en propia mano el entonces padrino de Temple University, el actor antes aclamadísimo y hoy odiado y denostado... El impresentable Bill Cosby.

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