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Petición de mano de Letizia Ortiz por parte de Felipe de Borbón. Ernesto Agudo

Letizia cumple hoy 45 años

La Reina sopla hoy 45 velas «más regia que algunas soberana de cuna» y con el viento a su favor. «Le falta mostrarse en zapatillas para ganarse el corazón de la gente»

Icíar Ochoa de Olano

Viernes, 15 de septiembre 2017, 00:54

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La apreciación a bocajarro de la escritora Pilar Eyre puede sonar a dardo maledicente, pero se trata de un halago en toda regla: «Parece como si llevara 150 años entre la Familia Real». Doña Letizia celebra hoy su 45 cumpleaños y lo hace con su agenda institucional despejada de compromisos, la corona bien encajada y encaramada a las más altas cotas de popularidad. Si ésta se midiera en tacones, ahora mismo calzaría unos ‘Melania post Irma’. Desde aquel sábado 1 de noviembre de 2003 en el que era presentada al mundo como la futura esposa del entonces príncipe Felipe, horas después de haber cerrado su último telediario, no ha volado tan alto ni con tanto aplomo. La asombrosa transformación externa e interna que ha experimentado en estos catorce años, y que ha borrado cualquier huella de la efusiva y resuelta periodista que fue, maravilla fuera de nuestras fronteras. Dentro, empiezan a admitirlo. Al menos, los reputados especialistas en monarquías y casas reales consultados por este periódico, quienes coinciden en alabar su «prestancia» y ‘savoir faire’ en un papel, el de reina, en el que debutó el 19 de junio de 2014. Vamos, prácticamente, anteayer.

«Luce más regia que algunas reinas de cuna», agrega la autora de la biografía de Ena de Battenberg. La imagen que acompaña su afirmación procede del otro lado del Canal de la Mancha y data de hace justo dos meses. Entonces, los monarcas españoles efectuaron una visita oficial a Gran Bretaña en la que doña Letizia «eclipsó a la mismísima Kate Middleton». De la admiración que causó la soberana española en los dominios de la monarquía más vetusta, rica y almidonada de Europa –una auténtica prueba de fuego– dio fe el mismísimo ‘The Times’. La respetada cabecera, que días antes se mofaba de la «adicción al sexo» del rey emérito, arrinconaba las noticias del día para poner el foco de su portada en la esposa de Felipe VI. Probablemente, se trata de su aparición más solemne hasta la fecha.

«Ha cogido mucha seguridad en lo que está haciendo, se empieza a sentir cómoda en su papel, lo tiene bastante encajado y comienza a transmitirlo», resalta la historiadora María José Rubio, quien firma el exhaustivo trabajo ‘Reinas de España. Las Austrias. Siglos XV-XVII. De Isabel La Católica a Mariana de Neoburgo’. En la misma línea se expresa la veterana Pilar Urbano. La autora de la única biografía autorizada sobre doña Sofía ve en su sucesora a «una mujer disciplinada, llena de fortaleza y madurez. Acostumbrada a ser contadora de lo que ve, se enfrenta a una intensidad de vivencias que no puede transmitir y está consiguiendo hacer natural algo que por oficio y por genes era anti-natura para ella. Pero no puede romper el cristal y eso le resta expresividad».

Aun así, esa contención no parece restar un ápice a la «fascinación» que despierta y que se traduce en decenas de portadas en las revistas de información general nacionales e internacionales. «Eso solo quiere decir una cosa: que vende. ¿Por qué? Es muy guapa, con todos sus arreglos estéticos, y siempre va impecable de la cabeza a los pies. No se trata de ninguna frivolidad. El 99% de los españoles no va a hablar jamás con ella. Solo la van a ver. Ella lo sabe y cuida al extremo su imagen. Le molesta que se hable de sus modelos pero al mismo tiempo lo propicia. Es un juego, un lenguaje, la semiótica de la monarquía. Con los gestos de su cara y sus trajes nos cuentan su historia», expone Eyre.

Pasto de la «envidia»

Por mucho lenguaje que encierren sus continuos cambios de peinados, su trabajada musculatura y la matemática de sus proporciones faciales, la historiadora percibe un «interés excesivo por lo físico y la estética que», advierte, «no es bueno. Lo dice la Historia. Las reinas que más obsesionadas han estado por la moda y su imagen no caían bien y, además solían acabar mal», recuerda para invocar a «María Antonieta, la reina de la frivolidad; María Luisa de Parma, la mujer de Carlos IV, que encargaba todas las modas de París y se lucía sin guantes; o la reina Victoria Eugenia, bellísima pero glacial para la gente». «Si estuviera menos pegada a la pestaña y al vestido se vería más espontánea y pondría la guinda al pastel. Sería una gran reina», valora Rubio, quien elucubra con la posibilidad nada insensata de que ese afán por aparecer siempre perfecta se trate, en realidad, de una máscara tras la que parapetarse. «Ese ‘por lo menos voy bien vestida, bien arreglada’ a menudo son asideros que procuran seguridad».

Motivos para buscarlos no le faltan. Las profesionales coinciden en ello. «Está padeciendo con mucha elegancia lo peor de nuestro país, que es la envidia, a quien obtiene un bien y lo disfruta y al que tiene talento. Es guapa, elegante, inteligente; se quieren, tienen un hogar y reina. Otras plebeyas en Europa están en la misma situación y, sin embargo, ni se las desprecia ni se las enjuicia», dispara Urbano. La historiadora madrileña tira del mismo argumento. «No tiene la liberalidad de comportamiento de otras reinas europeas de su misma generación. En España despierta una curiosidad, quizá porque su perfil biográfico es más conocido, que deriva en un juicio constante sobre cómo se viste y cómo se comporta. Se sabe juzgada y por ello se muestra más envarada y menos espontánea».

Pero más allá de gestos crispados, brazos fibrosos, coletas ‘bubble’ y la jubilación forzosa de las peinetas y las mantillas del armario real, la mayor aportación de doña Letizia supera con creces las revistas de estilismo y los listados de mejor vestidos. Tiene que ver con el prestigio ajado de una institución que en los últimos tiempos parecía zozobrar a merced de los escándalos y los desaciertos protagonizados por la enjuciada pareja formada por la infanta Cristina e Iñaki Urdangarin, y el propio Juan Carlos I. Apenas cuarenta meses después del relevo en la Zarzuela, el descrédito de la Corona española parece ahora un asunto, cuanto menos, llevadero. Las expertas no dudan en atribuir parte de ese éxito a la mano de doña Letizia. La primera, Urbano. «Sabe que la monarquía en este país, o se adapta a las exigencias de los tiempos y baja al asfalto y se mete en el bollo y aguanta impertérrita una pitada, o sucumbe. Hacia fuera, está cambiando el estilo de hacer las cosas distanciándose de sus antecesores. Hacia dentro, abrigando el trono, ha construido un hogar levantando tabiques para no ‘borbonizarse’, ‘enmarichalarse’, ‘urdangarizarse’», señala la periodista valenciana. «No está en contra de los borbones, pero cada uno en su casa. Ahí está su firmeza y su fortaleza».

En la lista de aciertos de la soberana, no olvida incluir su gusto por las tascas de Malasaña «en lugar de los lugares ‘top’ para cenar» y su desinterés por los «amiguetes de la jet, financieros y ricachones que rodean a la Familia Real. Ella se mantiene fiel a su entorno y a sus amigas de siempre». Eyre aplaude su decisión de mantener un perfil «bajo» también a la hora de veranear «sin ostentaciones y alejados de Marivent y de salidas públicas en grandes yates».

Bastante más vaga resulta, por ahora, su implicación en causas sociales. «Parece preocupada por las enfermedades raras y la alimentación, pero ese papel no está aún bien definido. Nos falta ver a una reina más definida en su pasiones, más humana en sus emociones y auténtica en su personalidad. En definitiva, en zapatillas ¿Le gusta el arte, la música, los niños...? Ese es el modo de ganarse el corazón del pueblo», concluye la historiadora.

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