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Con su 1,67 de estatura, no ha necesitado ser un galán para merendarse Hollywood. EFE
La jovial vejez de un resultón

La jovial vejez de un resultón

Dustin Hoffman cumple 80 años. Él dice que se ha hecho vegetariano para llegar a los 100

ARANTZA FURUNDARENA

Martes, 15 de agosto 2017, 23:39

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GENTE

Sus padres le pusieron Dustin en homenaje a un actor de cine mudo. Pero el chaval les salió un rollero impenitente. No callaba... Algo de irónico y paradójico ha habido siempre en el rostro de Dustin Hoffman: una mirada llena de intención, una mueca permanente de retranca, una tremenda nariz, pelo rebelde... Y ese 'no sé qué' que lo ha convertido a cualquier edad en un tipo resultón. Ayer cumplió 80 y entró en el club de los octogenarios junto a Robert Redford, que en 10 días cumplirá 81. La diferencia es que Hoffman nunca fue guapo. No tiene que defender un fuerte que se desmorona, solo y sin balas en la recámara... No ha sufrido de forma tan descarnada la dolorosa traición de la biología. Él sigue donde estaba, en el atractivo indefinido de un feo con gracia. Sus ojillos incandescentes todavía exhiben la picardía y la curiosidad de un joven recién graduado.

'Ti-tiriri-titi-tirititi-tirití...' La banda sonora de la biografía de Dustin Hoffman no puede ser otra que el alegre tarareo con el que Simon & Garfunkel introducen 'Mrs. Robinson'. Le va al pelo, por la película 'El Graduado', que hace medio siglo exacto lo catapultó al estrellato, y porque él también transmite un aire jovial y vacilón. Es uno de esos actores cuya imagen provoca una sonrisa automática. Quizá por esa boca de comisuras ascendentes que le proporciona una expresión permanentemente risueña. Lo cual no significa que Hoffman no sea capaz de estremecer.

Sus ojillos incandescentes todavía exhiben la picardía de un chico recién graduado

Como actor, nos ha hecho sufrir lo indecible. Su magistral retrato de Lenny Bruce te hacía salir del cine hecho polvo. Y el mero recuerdo de su torturado 'Marathon Man' todavía provoca dolor de muelas. Por no hablar de 'Cowboy de medianoche', 'Perros de paja', 'Papillon' y otras interpretaciones suyas de cuando el cine era cine y no una estomagante sucesión de efectos especiales. Se ha metido tanto en el papel que cuando fue a recoger el Oscar por 'Rain Man' hasta parecía autista... Lo ganó dos veces y tuvo otras cinco nominaciones. Por eso 'Pequeño gran hombre' es el título que mejor lo define. Con su 1,67 de estatura, no ha necesitado ser un galán para merendarse Hollywood.

Rito judío

Hijo de una familia de inmigrantes ucranianos y rumanos, Hoffman suele contar que se dio cuenta de que era judío a los 10 años. Durante décadas ha presumido de ser ateo, pero su segunda mujer, Lisa Gottsegen, con la que lleva casado 37 años, le ha hecho lamentar no ser más religioso ni hablar correctamente hebreo... Y es que este padre biológico de cinco hijos, más una adoptada, se ha enfrentado a sucesivas fiestas de 'Bar Mitzvah' (rito judío con el que se celebra la entrada en la pubertad) aprendiendo su discurso en lenguaje fonético.

Pese a su reconocido sentido del humor, Hoffman ha confesado ser un agonías. Su principal demonio interior, la duda permanente, llegó a convertirlo en un actor con fama de puntilloso capaz de desquiciar a los directores. Incluso sufrió una seria crisis cuando entró en la tercera edad y el teléfono dejó de sonar... De aquel pozo lo sacó su mujer, «haciéndome ver que llevaba tres años sin cambiarme de jersey», bromea.

Actor inmenso, convencido demócrata y eterno 'graduado' (papel de un chico de 18 que él encarnó con 30), Dustin Hoffman como intérprete te dice que es Carl Bernstein (periodista que destapó el 'Watergate') y te lo crees, te cuenta que es un excéntrico hippy aficionado al flamenco ('Los padres de él') y se lo compras, te asegura que es el patriarca de los Médici y lo aceptas. Pero te dice que ha cumplido 80 años y dudas... Él atribuye su jovialidad a que es vegetariano. Y lo es porque ha hecho un pacto con sus hijos. «Les he prometido que estaré en su 50 cumpleaños». Lo cual implica que piensa llegar a los 100.

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