Borrar
El ingeniero de telecomunicaciones asturiano Marcelino Sánchez, ante una mesa de sonido. :: r.c. FOTOS:
Exceso de educación

Exceso de educación

La crisis ha traído consigo una creciente riada de titulados que ocupan empleos por debajo de sus capacidades. Están sobrecualificados. Saben más de lo necesario.

JAVIER GUILLENEA

Viernes, 1 de septiembre 2017, 23:58

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Casi diez millones de personas poseen en España una formación superior a la que necesitan para desempeñar correctamente su trabajo. Han estudiado tanto y tienen tantos títulos que les resulta complicado encontrar un empleo a la altura de sus habilidades, y más en tiempos de crisis económica. A finales de 2016 había en nuestro país 9.856.090 trabajadores sobrecualificados, 1.091.228 más que en 2013, lo que supone un incremento del 12% y representa al 53,3% del total de ocupados. Según un estudio elaborado por la asociación de agencias de empleo Asempleo, este porcentaje aumenta con los menores de 25 años. El 68% de ellos saben más de lo necesario. Tienen demasiados estudios.

Bares, supermercados, comercios y departamentos de teleoperadores están repletos de titulados universitarios que una vez soñaron con trabajar en lo suyo y ahora se esfuerzan por mantener viva una ilusión que el tiempo amenaza con borrar. Todos ellos se preguntan si tantos años de estudios han merecido la pena y si no hubiera sido mejor dejar de acumular títulos que a la larga se han mostrado inútiles. Al menos en apariencia.

«La sobrecualificación siempre se ha dado, sobre todo entre los jóvenes, el problema es que se ha agravado con la crisis económica. Al no encontrar trabajo, estos jóvenes han seguido estudiando y se han sobreeducado», explica el sociólogo Joffre López. Es una especie de círculo vicioso en el que por un lado se hallan unos titulados que no dejan de formarse para encontrar su trabajo ideal y por otro están las empresas, que cuentan con un gran caladero de candidatos a la hora de buscar empleados. «Las empresas han ido subiendo los niveles en los procesos de selección y exigen idiomas, experiencia internacional y más conocimientos técnicos. Total, puestos a pedir...», indica Jesús Gómez, experto en Recursos Humanos y profesor del International Business School (Cerem). «Lo paradójico -añade- es que cada vez hay más gente que pasa el corte».

«Muchas veces me he planteado estudiar para soldador, esos sí que tienen trabajo», reconoce Marcelino Sánchez, un ingeniero asturiano de telecomunicaciones que a sus treinta años aún depende económicamente de su familia y hace lo que puede con trabajos esporádicos. «Hago sustituciones en una emisora de radio, me encargan algún vídeo y soy técnico de sonido en una orquesta, pero nada que me permita ganarme la vida», dice.

Marcelino pertenece al grupo de jóvenes que, en lugar de quedarse de brazos cruzados, siguen formándose a la espera de mejores oportunidades. Además de ingeniero de telecomunicaciones es técnico de sonido, ha estudiado realización de cine y televisión y ha hecho un curso de reportero. Hasta ahora los resultados han sido escasos. «Me siento desaprovechado. Los cursos que he hecho son gratuitos y le cuestan un dinero al Estado. He aprendido mucho, pero siento que esa inversión no está repercutiendo en la sociedad», se lamenta.

«Nunca me los han pedido»

Lo curioso es que Marcelino nunca ha tenido que esgrimir sus títulos. «A mí nunca me los han pedido», dice. Es algo similar a lo que les ocurre a Lara Calzón y sus compañeros en la tienda de gafas de sol en la que trabajan. Ella ha estudiado un ciclo de FP superior de Promoción de Igualdad de Género. En el mismo comercio hay dos maestros. «En nuestro contrato pone que tenemos graduado escolar, es como si nuestro título no sirviera para nada».

Tener a un trabajador sobrecualificado en plantilla puede ser un riesgo. Al menos, es lo que piensa el presidente de Asempleo, Andreu Cruañas, que está considerado como uno de los cien europeos más influyentes en el campo de los recursos humanos. «Ante la duda -asegura- quizá un empresario prefiera poner a un universitario como recepcionista, pero eso es un error porque se quita el puesto a alguien de estudios medios que está capacitado para ese empleo y que quizá acabe de camarero, con lo que habrá otro trabajador sobrecualificado».

Para Andreu Cruañas «es mejor que una persona trabaje, aunque esté sobrecualificada, porque de esa forma se mantiene en la rueda de las empresas». Lo malo es cuando pasa el tiempo y esa persona continúa en el mismo puesto. «Esto hace que no esté satisfecha y genera frustración porque no ve cubiertas sus expectativas», señala el responsable de Asempleo. La consecuencia más inmediata es que a la primera oportunidad que se le presente abandonará la empresa. «La sobrecualificación no permite fidelizar al empleado. ¿Cómo invertir en alguien si sabes que se te acabará yendo?», se pregunta Cruañas.

Es como si leyera el pensamiento de Marcelino Sánchez. «Estoy esperando a que salgan las oposiciones del Servicio de Salud. Si me cogen, bien, pero si sale algo de lo mío me voy enseguida», dice el ingeniero. En estas palabras se oculta otro de los peligros de la sobrecualificación. Con tanto trasiego, asegura Cruañas, «ahora hay escasez de candidatos cualificados para los empleos que están surgiendo».

No solo hay riesgos, también hay oportunidades, al menos para las empresas. «Amazon hace procesos de selección espectaculares», explica Jesús Gómez. «A los candidatos les envían enlaces para hacer tests por internet, quieren gente con un perfil determinado. A mí -recalca- me da la impresión de que buscan gente sobrecualificada a la que aprietan al máximo y al cabo de un año desaparecen. Además, así cuentan con una cantera de directivos enorme. Lo que ocurre es que las personas que solo tienen cualificación para doblar cajas no pueden acceder a ese puesto y se quedan sin él porque lo han ocupado otros».

Donde la sobrecualificación no está demasiado bien vista es en las empresas familiares. «Prefieren que la gente a la que contratan se ajuste al puesto y no tenga grandes aspiraciones; buscan empleados leales que no se metan en el terreno de la familia», afirma Jesús Gómez. Que es, por otra parte, lo que también espera el conjunto de la plantilla. «Igual te viene un fuera de serie y a los dos meses pasa por encima de los demás y se convierte en jefe, por eso muchas veces los que llevan a cabo el proceso externo de selección chocan con los de Recursos Humanos de la empresa. Los que están dentro se cubren las espaldas».

Para curarse en salud hay quien falsea los datos de su currículum para parecer menos preparado de lo que está, no vaya a ser que despierte recelos entre sus futuros compañeros. «No quitan los idiomas pero sí todo lo que suene a demasiada especialización», indica Andreu Cruañas. Algo de razón no les falta. Según el presidente de Asempleo, «a un empresario le da miedo contratar a alguien con dos carreras y un doctorado para un puesto por debajo de su nivel, primero por vergüenza y después porque sabe que acabará yéndose».

Jesús Gómez, por el contrario, no cree que el maquillaje de currículos sea una práctica habitual. «Eso tiene algo de leyenda urbana», afirma. «En las redes sociales está todo lo que se puede saber sobre nosotros, cada vez es más difícil cambiar nuestro historial». En cambio, cada vez es más sencillo esgrimir largas ristras de presuntas cualificaciones. «Ha habido una inflación de títulos, hay gente de 24 años que te preguntas de dónde han sacado tantos. Con los másteres online y los cursos a bajo coste, la facilidad para obtener titulaciones ha aumentado».

Oferta y demanda

Muchas veces se confunde cantidad con calidad. «Tener personas excesivamente formadas no tiene por qué ser malo», afirma Joffre López, que insiste en que «lo importante es formarse», pero no a cualquier precio. «Algunos estudian como locos y cuando acaban ya no existen esos estudios», expone.

«Hay una inadecuación entre el tipo de estudios cursados y lo que piden las empresas», corrobora Andreu Cruañas, que recuerda lo que ocurrió con el aluvión de arquitectos que salieron de las facultades durante los buenos tiempos del sector de la construcción. «Cuando acabó el 'boom' inmobiliario las constructoras mandaron a miles a la calle pero en las facultades de Arquitectura han seguido matriculándose muchos alumnos». Por eso, afirma, «es necesario mirar qué sectores van a funcionar en el futuro y las titulaciones que van a hacer falta».

El consejo les llega tarde a Laura Martínez Dopazo y a sus compañeros en la empresa de ocio y tiempo libre en la que trabaja. «Estamos tres psicólogos, una bióloga, un filólogo y varios maestros», dice. Ella estudió Psicología y su idea era dedicarse a la intervención comunitaria pero el mercado pudo más y acabó como coordinadora de tiempo libre.

Laura tiene 27 años y sigue formándose para acumular títulos. En su empresa los monitores cobran cinco euros por hora, ella no mucho más. A la mínima oportunidad que se les presente todos se irán, pero su hueco pronto lo ocuparán otros y cada vez estarán más cualificados. Es una rueda que no cesa de girar. «Si a ti te piden cinco títulos, detrás vendrá otro con seis», dice Laura.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios